La pandemia ha provocado un agujero descomunal a los antaño opulentos hoteles de Barcelona. Los empresarios del ramo están ahogados por la falta de ingresos. Llevan así casi 16 meses seguidos. Los explosivos rebrotes del virus más recientes han arruinado el verano. Las perspectivas son funestas.

Quienes estiraron más el brazo que la manga y contrajeron deudas sin tasa, hoy se encuentran con el agua al cuello. No tienen más remedio que ir vendiendo bienes para afrontar la debacle. En tales circunstancias, sobrevuela los cielos de la urbe una feroz bandada de fondos buitres, al acecho de los despojos corporativos.

En las últimas semanas se ha dado un insólito auge de las compraventas. No se trata de los trasiegos habituales típicos de una coyuntura alcista. Son simples cambalaches fruto de las angustias prevalentes. La mayoría de los trasvases encierran características similares. Los propietarios venden el inmueble, gravado hasta el tejado por hipotecas, pero se mantienen como inquilinos y explotadores del alojamiento.

Tres de las operaciones más relevantes realizadas son de mencionar. Primera, la madrileña NH ha traspasado el Calderón, sito en Rambla de Cataluña/Diputación, al consorcio LaSalle Investment, por 125 millones. Segunda, la cadena Único, de Pau Guardans, acaba de enajenar el Central, de Vía Layetana, al fondo luxemburgués Schröder, por 93 millones. Y tercera, Jordi Mestre, amo de la red Selenta, transfirió el Nobu, ubicado en avenida de Roma, a la institución germana ASG, por 80 millones. Mestre preside el Gremio de Hoteles de Barcelona, es decir, es el patrón de los patrones del sector en la Ciudad Condal. Ahora mismo negocia la entrega de su conglomerado entero, salvo un establecimiento valenciano, al grupo Brookfield.

También están sobre la mesa, desde hace tiempo, las vicisitudes del fastuoso Juan Carlos I, en la Diagonal, tal como comenté aquí hace tres domingos. Otra exuberante residencia que navega a la deriva es el Mandarin, situado en el paseo de Gracia, entre Consejo de Ciento y Diputación. Su dueña absoluta es la multimillonaria andorrana María Reig Moles, de unos años a esta parte venida a menos de forma inmisericorde.

Reig compró el céntrico edificio en 2003, por 73 millones. En las mismas señas se había hospedado hasta los años 50 del pasado siglo el club social Círculo Ecuestre. Por esas fechas se derribó el histórico palacete y en su lugar se levantó otro de nueva planta para sede principal del Banco Hispano Americano en Cataluña.

María Reig invirtió 80 millones para transformar el monumental caserón en un hotel de 5 estrellas de máximo lujo. Financió el grueso del dispendio con un holgado crédito de 109 millones de La Caixa, concedido cuando Ricardo Fornesa presidía la entidad y la dirección general corría a cargo de Isidro Fainé. Más tarde, Caixabank, sucesor de la caja, facilitó a la emprendedora ejecutiva otro préstamo de 83 millones destinado a reestructurar las deudas de la sociedad holding que controla el Mandarin, domiciliada en Luxemburgo. Desde tal enclave europeo Reig gestiona sus inversiones por el ancho mundo.

Al margen del MandarinReig es accionista principal del Crèdit Andorrà, líder del sistema bancario del Principado pirenaico. Asimismo cuenta con valiosas propiedades en París y complejos turísticos en el Caribe.

Pero el buque insignia del Grupo Reig es el Mandarin. Desde su inauguración ha significado una fuente incesante de pérdidas, debido a que nació lastrado por un pasivo enorme. Caixabank ha tenido que pechar con dichos créditos incobrables por un valor conjunto de 192 millones. En 2019, tras sucesivas novaciones e impagos, los cedió al gigante californiano Orion-Farallon, que ha devenido así acreedor del Mandarin y de la instrumental luxemburguesa de María Reig.

Orion reviste tintes de fondo rapaz. Es especialista en comprar a los bancos sus préstamos vencidos por un precio irrisorio, para a continuación exprimir a destajo los activos adquiridos. Este tipo de entidades se asemejan a las aves de rapiña. Su máximo empeño reside en arramblar con los restos que caen bajo sus garras y sacarles el máximo provecho posible.

Reig negocia con Orion desde hace tiempo cómo solventar una deuda a todas luces impagable. El Mandarin factura poco más de 30 millones anuales. Desde su apertura no ha sido capaz de lograr beneficios. Bien al contrario, acumuló unos números rojos de 70 millones.

Una cosa se presenta clara. El importe de los pasivos arrastrados es tan elevado que no se podrá devolver jamás. La situación del Mandarin, por tanto, no puede ser más incierta.