Estamos a las puertas del acuerdo presupuestario entre ERC y PSC. Ahora sí, antes no. Contrariamente a lo que opinaban muchos, que vaticinaban un pacto para el día de Reyes, no estaba claro que fuera a producirse. En política nada está escrito de antemano, porque, como decía Josep Pla, “la vida es ondulante”. Hace dos semanas Pere Aragonès se dio cuenta de que si no cedía a las exigencias del PSC no habría presupuestos. Y rescatar el apoyo de Junts era imposible. No era suficiente tampoco con entregar unas chuches en algunas partidas para obtener el voto de los socialistas. La negociación iba a hacerse sobre proyectos socioeconómicos que contradecían el discurso medioambiental de ERC y el pacto firmado con los comunes. Para ello el president tenía también que vencer la oposición de aquellos sectores de su partido que sienten un odio profundo hacia los socialistas catalanes, empezando por Oriol Junqueras.

Xavier Salvador escribía anteayer que el viejo partido republicano “supera la adolescencia” con ese cambio de rasante. Es cierto. Pero también que el PSC ha sorprendido en la negociación. Tanto Salvador Illa como la portavoz Alícia Romero han sabido mantener el tipo y explicarse bastante bien. Han combinado la responsabilidad con unas demandas concretas y precisas (el Cuarto Cinturón, la ampliación del aeropuerto, el Hard Rock en Tarragona, etcétera). Han hecho pedagogía de esos proyectos, evidenciado que no estaban pidiendo nada imposible, y no se han arrugado ante la presión externa que el Govern les lanzó en sintonía con algunos medios, y en colaboración con empresarios y sindicatos. Pocas veces el PSC, cuya cultura en las negociaciones acostumbraba a ser blandengue y complaciente (recuerden muchas de las cesiones que hizo a sus socios durante el tripartito), se había situado en una posición tan ventajosa. Si no había presupuestos, la responsabilidad sería del Govern, porque Illa siempre podría alegar que llevaba meses ofreciéndose, lo cual es cierto, aunque también que, una vez Junts abandonó el Govern, sus exigencias se reformularon al alza. En caso contrario, hubiera sido para él un suicidio político, pues habría quedado como el mayordomo de Aragonès en lugar de como un rival que obliga al president a doblar la rodilla. Ha sabido llevar el ritmo del partido, coger la pelota y marcar goles.

Ahora falta por ver cómo se visualizará el acuerdo, el ritual, empezando por una firma solemne entre Aragonès e Illa en el Parlament. El primero gana tranquilidad, porque con los presupuestos aprobados podrá decidir cuándo le conviene ir a elecciones, si en 2024 o bien agota la legislatura, en función también de lo que pase en las generales. Por su parte, el líder del PSC sale reforzado, aunque estar en la oposición nunca es fácil. Los socialistas hacen honor a su perfil de fuerza constructiva, que busca acuerdos. Entre tanto las municipales van a ser muy importantes. Si los republicanos fracasan en Barcelona, y no solo porque Ernest Maragall no consiga la alcaldía, sino que retroceden en favor de Xavier Trias, quedando en cuarta posición, el golpe será duro. Con las expectativas a la baja, la llamativa operación de Gabriel Rufián en Santa Coloma, sin ninguna posibilidad de nada, se desdibuja, pues estaba diseñada para agitar el voto republicano en el área metropolitana y hacerse con el control de la Diputación de Barcelona, el verdadero objeto del deseo.