La globalización económica, la crisis de los Estados nacionales en el control de la economía, junto con la crisis económica de los últimos años y las políticas austericidas planteadas especialmente por la Unión Europea, han ayudado al surgimiento de nuevos movimientos políticos que arraigan en muchos sectores de la población. Son planteamientos todos ellos profundamente reaccionarios que reivindican un imposible regreso al pasado y que, en consecuencia, no son ninguna alternativa sino simplemente una reacción conservadora frente a la incertidumbre del futuro y la carencia de alternativas claras por parte de la izquierda.

Todos estos movimientos no apelan a la razón ni hacen propuestas posibles sino que apelan a las emociones no racionales y en ocasiones a los instintos más conservadores y egoístas de sectores sociales que ven como sus expectativas de vida decaen o peligran. Es como si se hubiera querido combatir la aparición del capitalismo defendiendo volver al feudalismo.

En la casi totalidad de los casos son propuestas que apelan a valores como el nacionalismo excluyente, y que pueden presentar aspectos supremacistas, xenófobos o racistas, y en todo caso buscan un enemigo externo en quien cargar todas las culpas y así huir de hacer frente a los verdaderos problemas y sus causas profundas.

Los nuevos movimientos reaccionarios antiglobalización apelan al nacionalismo excluyente, y presentan aspectos supremacistas, xenófobos o racistas

Trump, con su "América primero", como si EEUU fuera una sociedad únicamente WASP, como si no fuera tierra de emigrantes, como si su fortaleza económica no hubiera salido de la explotación de las sucesivas capas de población llegada de otros países y de la explotación de la población negra. La ideología reaccionaria, supremacista, racista y xenófoba de Trump está al servicio de los intereses económicos de los sectores más reaccionarios, los que son responsables del cambio climático, pero también de la crisis económica mundial que estamos sufriendo. Pero Trump, un multimillonario especulador, fue escogido por una gran parte de la población blanca empobrecida por la crisis industrial y a la cual apela con un llamamiento irracional al nacionalismo como si la culpa fuera de los países extranjeros, de los emigrantes, las minorías y las mujeres que les han quitado sus puestos de trabajo.

La política de Marine Le Pen y otros movimientos europeos de extrema derecha también apelan a la irracionalidad de la gente y a su emotividad como si ello los hiciera salir de su precaria situación. Su llamamiento es el de recuperar una Francia ideal, que nunca existió y devolver a un pasado glorioso que también es fruto de un espejismo irreal. El miedo de las clases medias a caer en la marginalidad de las clases trabajadoras, la frustración de muchos trabajadores que han perdido sus puestos de trabajo o han perdido expectativas ayuda a la creación del imaginario irreal de un paraíso "nacional". Los responsables --como siempre-- son el enemigo exterior, fundamentalmente la burocracia de la UE y los emigrantes que están expoliando una patria supuestamente plena de bienestar. Y el miedo al presente y al futuro arrastra mucha gente hacia estos planteamientos irreales.

La ideología del independentismo también se basa en conceptos emotivos y, por lo tanto, alejados de un debate racional

El caso del independentismo catalán también está marcado en muchos aspectos por esta situación de cambio derivado de la crisis económica. Hay también otros factores como la carencia de diálogo por parte del Gobierno español para negociar un ensamblaje de Cataluña dentro del conjunto de un Estado que reconozca las diferencias. Pero la ideología del independentismo también se basa en conceptos emotivos y, por lo tanto, alejados de un debate racional. La imagen de una Cataluña soberana, como si fueran posibles las soberanías en el mundo de la globalización económica. Una Cataluña autosuficiente frente a una España que se presenta como explotadora y atrasada que vive de la explotación catalana. Una Cataluña superior, donde se dibujan unos catalanes de verdad, los independentistas, y otros poco fiables a pesar de que son más de la mitad de la población. Una política que busca un enemigo externo que es España y uno interno "los que no son de los nuestros". Una idea romántica de la patria, supremacista y reaccionaria partidaria de crear nuevas fronteras en un mundo que está superando las barreras estatales, un regreso a un pasado ideal que nunca existió.

Todo esto ha comportado que amplios sectores de clases medias a quienes la crisis económica ha limitado o derruido sus expectativas y que tienen el temor de caer al nivel de los más empobrecidos por la crisis se hayan dejado llevar por una idea imposible en la que se cree desde el sentimiento sin que la razón se pueda imponer. Esta es la gran paradoja de una Cataluña que antes se presentaba cómo abierta y cosmopolita y que hoy está abocada a la hegemonía de un pensamiento irreal, provinciano y reaccionario. Y todo esto alimentado por un nacionalismo español patriotero y también sumamente reaccionario que hace que ambos se retroalimenten mutuamente.

Sólo con un cambio de políticas y afrontando la realidad de forma clara con propuestas que ataquen la raíz de los problemas se puede plantear una alternativa real al actual estado de cosas

El caso del Brexit es otro ejemplo de hasta dónde pueden llevar estas doctrinas irracionales. Los partidarios del Brexit, fundamentalmente sus dirigentes conservadores, plantearon una vía nacionalista para conseguir que los británicos fijaran su mirada en un enemigo externo: la Unión Europea como responsable de su crisis social. La UE y los extranjeros eran los culpables de la decadencia británica y su pérdida de condiciones laborales y sociales. Con esto, los conservadores británicos intentaban evadir sus responsabilidades por las políticas de destrucción del tejido industrial, del desastre de las privatizaciones y de la caída del estado del bienestar, sólo en beneficio de la City, derivadas de las políticas iniciadas por Thatcher y que han continuado sin variaciones hasta hoy. Con unos argumentos irreales y demagógicos el Brexit se impuso con el voto de una parte importante de una clase trabajadora hundida que se creyó las soluciones milagrosas del Brexit.

Y el Brexit ganó pero precisamente con su victoria se descubrió la falsedad de la solución. Ahora ya nadie se podría esconder en el enemigo externo. La realidad de los británicos se podía exponer de forma cruda y haciendo ver los verdaderos culpables. De ahí el resurgir que el laborismo reformado a fondo por Jeremy Corbyn haya podido plantear un programa alternativo desde la izquierda a partir de la crítica de las consecuencias de tantos años de gobiernos neoliberales y haciendo patente que es sólo con un cambio de políticas y afrontando la realidad de forma clara con propuestas que ataquen la raíz de los problemas que se puede plantear una alternativa real al actual estado de cosas. Y lo más grave es que las actuales propuestas basadas en ideales irreales y reaccionarios pueden ser el prólogo a nuevas formas de fascismo.