En muy pocos días, apenas en un soplo, la política española ha dado un vuelco tan espectacular como inesperado. Pedro Sánchez ha sabido ser hábil, rápido e inteligente. La compleja y muy variada alianza de los muchos agraviados por Mariano Rajoy, reforzada sin duda por la contundente primera condena judicial del PP, apoyó sin fisuras la moción de censura presentada por el líder del PSOE, aunque el mismo Sánchez ofreció a Rajoy una salida digna si dimitía antes de la votación.

Que el PSOE haya sumado sin dificultades aparentes los votos de UP y sus confluencias, así como los de ERC, PDeCAT, PNV, Bildu y NC, revela hasta qué punto Mariano Rajoy y el PP se habían encastillado e incluso bunkerizado, cerrando una tras otra todas las puertas, hasta todas las ventanas, para acabar quedándose únicamente con el sorprendente apoyo parlamentario de Cs, la formación política que se definía como regeneracionista y sobre todo como el más firme adalid de la lucha contra la corrupción, con la nada secreta y muy lógica ambición de hacerse con los votos de los decepcionados votantes del PP, en la esperanza de la confirmación de unos vaticinios demoscópicos que situaban ya a Albert Rivera en la Moncloa.

Pero quien está ahora en la Moncloa es Pedro Sánchez. Todo apunta a que el nuevo presidente del Gobierno ha venido para quedarse. Solo así se explica la composición de su Consejo de Ministras y de Ministros, no ya paritario sino con casi el doble de ministras que de ministros, con profesionales sobrada y sólidamente preparados, monocolor socialista pero con independientes de reconocido prestigio, veteranos y jóvenes expertos, con el denominador común de un europeísmo indiscutible y con una muy clara voluntad de apostar por el diálogo y la voluntad de consenso, de recuperar el tiempo perdido y también de anular todas las restricciones a la libertad, la igualdad y la solidaridad que el PP, con Mariano Rajoy al frente, ha impuesto durante sus más de seis años de gobiernos.

Hará bien Pedro Sánchez si apuesta al mínimo común denominador durante todo lo que le resta de esta legislatura, es decir entre año y medio o dos años como mucho. Este mínimo común liberal, progresista, regeneracionista y de diálogo cuenta y contará con un amplio apoyo no solo parlamentario sino también ciudadano y social. Se trata de reabrir puertas y ventanas, de airear el país y de restablecer los puentes institucionales y territoriales.

Hasta al PP le puede venir muy bien que Pedro Sánchez haya venido para quedarse. No va a ser fácil, y mucho menos aún rápido ni cómodo, reconstruir el PP, regenerarlo, basarlo en un nuevo liderazgo sin ataduras con el pasado y llevar a la práctica el recambio generacional tan necesario, y hacer todo esto con el ejercicio, hasta ahora inédito en el partido fundado por Manuel Fraga, de métodos realmente democráticos, es decir sin recurrir a los dedazos con los que se sucedieron como líderes Antonio Hernández Mancha, José María Aznar y Mariano Rajoy.

Las primeras encuestas conocidas después de la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno apuntan ya un fuerte ascenso del PSOE, una caída dura para Cs y un descenso relativo del PP y también de UP. En los próximos meses, incluso tal vez en las próximas semanas, veremos si estas tendencias se confirman. Se equivocarán PP y Cs si se empecinan en ejercer una oposición pura y dura, a cara de perro, ya que con ello solo conseguirán unir aún mucho más al sindicato de agraviados que apoyaron y apoyan a Pedro Sánchez y su Gobierno, además de abrir espacios al PSOE en el amplio campo del centro, que siempre es donde se ganan o se pierden las elecciones en España.

Se abre un nuevo periodo de cambio en nuestro país. Sin ninguna radicalidad, sin bandazos económicos, sin aventurismos. Con rigor, con ilusión, con voluntad de diálogo y de consenso. Con el afán de cicatrizar tantas y tantas heridas causadas por estos últimos seis años de cerrazón marianista y pepera. Siempre con la ley pero no solo con la ley, también y sobre todo con la política. Y todo esto tiene y tendrá una trascendencia histórica en Cataluña, por mucho que algunos se resistan todavía a reconocerlo.