Juzguen ustedes mismos el nivel y el tono. Hace pocos días Pablo Casado subió a la tribuna del Congreso de los Diputados para sermonear al presidente del gobierno por no haber felicitado las Navidades como manda la tradición. El dirigente del PP le reprochó que lo hiciera empleando un eufemismo y no una fórmula explícitamente ‘cristiana’. A Pedro Sánchez le resultó fácil articular una réplica no exenta de ironía y jocosidad. Regañó al popular por su precariedad argumental y por el aprovechamiento de cualquier circunstancia para atacarle, ‘incluso con las Navidades’ dijo. El tono del discurso y la actitud de Casado me trajo a la mente la figura de dos personajes, distanciados en el tiempo pero no tanto en las ideas; a saber: Viktor Orbán y José María Albiñana.

Al mandatario húngaro ya lo conocen ustedes por su particular ‘gulasch’ ideológico condimentado con toques de xenofobia, euroescepticismo y reformas de dudosa calidad democrática. Nada que añadir al respecto. El otro personaje, el valenciano José María Albiñana, fue el hombre que se hizo un hueco negro en la historia de la Segunda República al fundar el Partido Nacionalista Español (PNE). Esta formación, de carácter ultraconservador, tenía como lema ‘Religión, Patria y Monarquía’. Su doctrina se resumía en los veintidós puntos de su ‘Breviario Nacionalista Español’. En él se defendía la unidad de España, la religión católica y la Monarquía. ¿Les suena?

El órgano de expresión del partido era la revista La Legión. Fue el vehemente Albiñana el que, en la necrológica de Francesc Macià, aprovechó sin escrúpulos el evento para fustigar al gobierno y arremeter contra la autonomía catalana. Eso ocurrió un cuatro de enero de 1934, hoy hace ochenta y siete años. Toda la cámara se sumó al pésame por el fallecimiento de l’Avi, incluidos José Antonio Primo de Rivera y Alejandro Lerroux. No lo hizo Albiñana que orquestó una tángana como las que actualmente se prodigan en el Congreso de los Diputados. Ya saben ustedes que para algunos políticos todo vale con tal de embestir al adversario. Necrológicas, Navidades o  biografías de  padres y abuelos pueden ser usadas impunemente como arma arrojadiza. Albiñana lo hizo y sus herederos ideológicos lo siguen haciendo.

Confieso que con el despeje de Cayetana Álvarez de Toledo, y el discurso de Casado en la moción de censura de Vox, me pareció entrever un cambio en la política opositora del PP. Fue una vana ilusión la mía. En su loca competición con los de Abascal, los populares parecen haber renunciado a ejercer como partido opositor con cultura de gobierno. Estos últimos meses hemos podido comprobar que Casado insiste en deslegitimar a Sánchez; intenta desacreditarlo acusándole de autoritario, amigo de terroristas, socialcomunista y unas cuantas lindezas más. Por si ello fuera poco, Díaz Ayuso colabora en la tarea alimentando disputas territoriales y conflictos identitarios. Así las cosas, en plena crisis sanitaria, el discurso de Casado y compañía deviene terriblemente tóxico e irresponsable. Esta por ver que grado de contundencia esta dispuesto a emplear Alejandro Fernández en la campaña electoral catalana.

En más de un ocasión algunos editoriales de medios de comunicación conservadores se han atrevido, con escaso éxito, a sugerir al PP que se homologue con los populares europeos que negocian y pactan. Pero uno empieza a pensar que Casado, en lugar de emular a Angela Merkel, ha decidido dirigir la mirada hacia el este; lo suyo es la pasión húngara, la cerrazón, el veto y el golpe bajo.

El peligro de la desafección acecha, el del desengaño crece y el del aburrimiento ronda por ahí. Más de dos terceras partes de los ciudadanos españoles consideran que el debate político ha empeorado, que es superficial o de escasa calidad. También nos dicen las encuestas que el hombre de la calle está irritado, que maldice la incapacidad de llegar a acuerdos instalada en el Congreso y en las cámaras autonómicas. Las palabras gruesas y la crispación han alimentado la polarización dentro y fuera del hemiciclo. Cuando el ochenta y tres por ciento de la población consultada --según un estudio de El País-- piensa que el diálogo es inexistente, o nada constructivo, tenemos un serio problema. Cuando situaciones tan delicadas como las que crea la pandemia no son capaces de generar unidad de criterio político es que estamos tocando fondo. Urge reaccionar. Ni la pasión húngara que embarga a Casado, ni el ejemplo de los viejos ultras como Albiñana, sirven para retomar el vuelo que necesitan Cataluña y España. Una campaña electoral sui géneris esta a punto de comenzar; de cara al 14 F sugiero a los amantes de la bronca, la unilateralidad y la beligerancia extrema que estudien las características del llamado ‘Efecto Salvador Illa’. Quizás encuentren allí los beneficios políticos y sociales que dan el sosiego, la templanza  y las buenas prácticas.