El presidente Puigdemont abandonó al PDECat a su suerte hace ya algunos meses y, a menos que se den unas indeterminadas circunstancias excepcionales, no va a liderar el previsible fracaso electoral de la vieja Convergència. El PDECat, defraudado por la actitud del exalcalde de Girona y sospechando que existen más hipótesis de trabajo que la del referéndum, se ha desentendido discretamente de los planes personales de la presidencia de la Generalitat. Así, el Gobierno de Cataluña se ha convertido en un tripartito, formado por ERC, PDECat y Puigdemont.

Cada una de las partes tiene su hoja de ruta, formalmente coincidente en su objetivo independentista, pero con muchos matices sobre los detalles de cómo y cuándo va a ser posible. De los tres socios, el único con capacidad real de iniciativa y firma para convocar el referéndum es el presidente. La firma de manifiestos de corresponsabilidad por parte de los consejeros y vicepresidentes es música celestial para creyentes, pero simples brindis al sol jurídicos de no mediar una modificación de las competencias de cada uno.

Los tres participan con la CUP en la creación de una hipotética legalidad alternativa a la del Estado de derecho español para dar cobertura a la acción de funcionarios y Mossos d’Esquadra en la organización de la consulta, y para encauzar jurídicamente el periodo de transición a la proclamación del nuevo Estado. A pesar de las seguridades de cantautor expresadas por el diputado Lluís Llach, las serias dudas que plantea la capacidad de la Generalitat para hacer cumplir unas leyes que serán anuladas por el Tribunal Constitucional antes de entrar en vigor son soslayadas de momento en público, lo que no implica que cada uno de los socios no tenga una previsión para salir del atolladero.

El Gobierno de Cataluña se ha convertido en un tripartito, formado por ERC, PDECat y Puigdemont

La salida del atolladero diferencia a unos y otros. Aquel será el momento en el que podrá comprobarse la certeza o no de la predicción de muchos dirigentes de la ANC, señalando a los partidos como el eslabón débil del proceso, dados sus intereses electorales siempre prioritarios. La previsión de que los partidos actúen como partidos en la circunstancia culminante de la hoja de ruta (el referéndum convocado y prohibido) está muy extendida en los sectores que creen en el papel determinante de las entidades soberanistas, especialmente el de la Assemblea y algo menos en el de Òmnium, dada su proximidad a los republicanos.

La movilización como elemento de presión popular definitivo para forzar la situación y acelerar la declaración unilateral es el sueño de todo independentista no militante de partido. Pero estos mismos soñadores saben que esta capacidad de ocupar la calle resultará insuficiente si no cuenta con la dirección política y la legitimidad de la Generalitat. Y aquí entra en escena el partido de Puigdemont. Un partido virtual, sin expectativa electoral, sin programa ideológico, sin miedo a inhabilitaciones paralizantes, con una misión histórica de eslogan fácil de entender: ahora o nunca.

El presidente de la Generalitat sabe que su gran aliado y el más fiable es la ANC. Y la ANC sabe que el presidente de la Generalitat necesitará algo más que una pluma para firmar decretos si quiere plantear una batalla política al Gobierno español. Puigdemont, a diferencia de ERC y PDECat, podría disponer de este modo de una base social comprometida y movilizada y la ANC alcanzaría el protagonismo teorizado, creando su propia fuerza política desde el poder y liberándose de sus miedos originales respecto de los partidos tradicionales. Es una asociación win to win. No sirve para gobernar el país, solo para llegar al día del encontronazo. A quién diablos le importa el gobierno.