El próximo martes se celebra la Purificación de la Virgen, la Presentación de Nuestro Señor y la Virgen de la Candelaria. Celebraciones católicas de amplio arraigo que tienen su origen en dos ritos judíos, la primera visita al tempo de un recién nacido y el final de puerperio de su madre. Al tratarse del ecuador del invierno esta festividad se mezcla con costumbres agrícolas, la mayoría relacionadas con la siembra. Si ese día amanece despejado el anticiclón hace que al invierno aún le queden semanas, por lo cual mejor guardar la simiente para evitar que se hiele. Si está nublado, señal que ya llegan las bajas presiones, el invierno es probable que acabe pronto por lo que se puede empezar a sembrar ya que no helará de noche. Ni más ni menos que lo que “predice” la sombra de la marmota Phil en Punxsutawney, Pensilvania, popular entre nosotros gracias a la película de Bill Murray El día de la marmota. Y como nos encanta adoptar tradiciones machacando las nuestras el próximo martes todo el mundo sabrá que es el día de la marmota y solo los habitantes las localidades donde la Virgen de la Candelaria es la patrona, entre otras Tenerife o Valls, se acordarán de su festividad local, al igual que quienes celebren su onomástica.

Pero esta vez, y sin que sirva de precedente, sí celebraremos el día de la marmota porque ya queda menos de mes y medio para que haga un año en el que todos los días se parecen demasiado por culpa del maldito Covid. Y la verdad, parece que hemos aprendido poco porque en caso de duda los políticos siguen aplicando con un entusiasmo sin parangón metodologías propias de la edad media: cerrar, cerrar y cerrar. ¿No tenemos test de todo tipo y condición?  ¿No hay aplicaciones de rastreo? Pues es igual, seguimos haciendo lo que se hizo en 1377 en Ragusa, actual Dubrovnik, cerrar para frenar la peste en lugar de aislar efectivamente a los contagiados y sus contactos.

Tenemos vacunas, pero vamos demasiado despacio vacunando, en gran parte por torpeza de los gobernantes. Hemos hecho hospitales nuevos, pero los criticamos y los infradotamos. Nadamos en un mar de datos, pero siguen sin cuadrar no ya los autonómicos con los del gobierno central sino los propios de nuestra autonomía en sus páginas oficiales. Y sobre todo cada uno los interpreta como mejor le conviene. Hoy cerramos bares y restaurantes, mañana los gimnasios. Adiós a las agencias de viaje, les hacemos la vida imposible a los cines, no nos importa lo que pase con los comercios. Ni salud ni economía, lo importante es el ombligo del político. Confinamos perimetralmente a centenares de miles de personas como si sirviese de algo. Enviamos a las mesas electorales a personas de edad avanzada y con problemas de salud. Los políticos, que en sus manos está redactar las leyes, se las saltan siempre que quieren. Y eso uno y otro día desde el fatídico 14 de marzo en el que a quienes nos malgobiernan les cogió el gusto de cercenar las libertades de los ciudadanos y nosotros, rebaño obediente, ni alentamos.

Día tras otro escuchamos la letanía de contagios y fallecimientos entendiendo poco y cuestionando nada. Vemos de los más normal del mundo que este año no haya gripe. Aceptamos sin rechistar que el 50% de los fallecidos se hayan contagiado en residencias, espacios que tras la primera ola se podían haber protegido muchísimo mejor. Nos dicen que se puede estar enfermo sin tener síntomas, aunque no saben cuanto ni como contagian los asintomáticos. Comulgamos con recortes, subidas de impuestos y ayudas insuficientes con total tranquilidad. Pasan los días y cada vez pensamos más en sobrevivir, lo de vivir quedó atrás.

Y lo más triste es que este aborregamiento lo reafirmamos cada vez que vamos a las urnas, porque es muy difícil que cambiemos de opinión. Votamos movidos por banderas y colores, no por la razón. También es cierto que es complicado elegir entre miembros de un Govern que lo ha hecho fatal y un Ministro sobre cuyas espaldas hay más de 80.000 muertos, porque en Cataluña ya hemos decidido que solo hay tres opciones reales, el resto parece acomodado en ir a remolque. También en eso de votar estamos metidos en un día de la marmota, aunque esta vez será con trajes EPI para quienes estén en las mesas.

En la película, Bill Murray pasa por todo tipo de sensaciones al verse atrapado en el tiempo. Se enfada, se deprime, trata de suicidarse, pero cada día amanece igual, sin avanzar del 2 de febrero. Entonces su actitud cambia y aprovecha haber caído en un bucle temporal para aprender cosas nuevas y así poder ir mejorando en cada iteración algo de su entorno. Y solo logra salir del bucle cuando decide vivir el presente. No es una mala enseñanza para estos momentos, tratemos de aislarnos lo más posible de esta gota malaya y seamos más nosotros. Es lo único que nos queda, nuestro yo. Que nadie nos lo robe.