Una parte de la Cataluña postelectoral se instala en la infalibilidad del procés y en la vivencia de una república inexistente abortada por sus propios promotores. La Cataluña "resistente" se alimenta de los supuestos "agravios" del país vecino, de una fe cuasi religiosa en su "unidad de destino en lo universal" y de un líder mesiánico que ha sido capaz de transformar el ridículo más espantoso de una fuga rocambolesca, en persecución y exilio.

El 21D fue sin duda una batalla democrática que nos deja un paisaje desolador, una economía gravemente dañada y una confrontación ciudadana que pone en peligro la convivencia. Hagamos una serie de consideraciones que nos ayuden a describir el devastador paisaje. La transformista Convergència reconvertida una vez más en el partido de un líder mesiánico, otrora Pujol, en la actualidad Puigdemont, adelanta en la cinta de llegada a una perpleja ERC que pierde sus opciones de gobernar la non nata república. La radicalidad excluyente del procés conduce a muchos votantes del cinturón industrial a elegir la opción de Ciudadanos como la más beligerante para oponerse a la agresión que significa para la clase trabajadora el procés secesionista.

La radicalidad excluyente del procés conduce a muchos votantes del cinturón industrial a elegir la opción de Ciudadanos como la más beligerante para oponerse a la agresión que significa para la clase trabajadora el procés secesionista

Los resultados del 21D nos obligan a detenernos en el árido paisaje de la izquierda catalana. Los resultados de Barcelona capital anuncian dificultades para la alcaldesa Colau en conservar el gobierno de la ciudad para 2019. Su electorado ha castigado su ambigüedad, sus propuestas soberanistas que siempre terminan auxiliando al secesionismo y la subordinación de su agenda social al llamado "debate nacional". El PSC está obligado a reflexionar sobre el escaso entusiasmo que provoca entre sus votantes su defensa del catalanismo en estas circunstancias. Quizás ha llegado el momento de plantearse qué aporta el catalanismo a la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los barrios populares.

Mi reflexión parte de la perplejidad del que observa cómo el tsunami catalán está a punto de hacer irrelevante a la izquierda catalana. Hubo tiempos en que el PSC y el PSUC fueron determinantes en la política catalana, hoy sus herederos suman 25 escaños de los 135 del Parlament. La dinámica perversa del procés los ha barrido. La izquierda ha perdido en los últimos años más de la mitad de sus votantes y, lo que es más grave, ha dejado de ser un referente del cambio y la transformación social. Pero no es solo la izquierda política, sino que organizaciones tradicionalmente vinculadas a la izquierda social como los sindicatos sufren profundas crisis internas al ser vulnerables al activismo independentista.

El próximo president de Cataluña tendría que ser "el president de tots els catalans", y me temo que Carles Puigdemont no cumple esa condición

Las fuerzas de progreso en Cataluña deben asumir sin complejos la defensa de los valores constitucionales y no permitir que el llamado debate "nacional" secuestre sus propuestas sociales. Las izquierdas catalanas debe perder su complejo de inferioridad ante el nacionalismo, deben explicar con claridad meridiana los déficits de gestión de los governs nacionalistas desde el ámbito de las infraestructuras hasta la ausencia de una estrategia industrial innovadora que hubiese paliado la desindustrialización del país, denunciar las consecuencias de unos recortes del gasto social que han propiciado el crecimiento de la desigualdad, todo ello nos llevaría a la conclusión evidente que el secesionismo ha sido el mayor enemigo de la clase trabajadora catalana.

Cataluña necesita un paisaje smart, que conecte al territorio de forma equilibrada, con ciudades sostenibles e infraestructuras inteligentes. Una sociedad smart y no una sociedad tribal soportada por el nacionalismo identitario. Una Cataluña smart con una capital Barcelona que ejerza de "ciudad global", en lugar de la Cataluña del agravio y del victimismo. El próximo president de Cataluña tendría que ser "el president de tots els catalans", y me temo que Carles Puigdemont no cumple esa condición.