El curso político termina con los preparativos de la batalla entre ERC y Junts per Catalunya, que se librará en las elecciones autonómicas del otoño. La concesión del tercer grado a los presos del procés, entre ellos Oriol Junqueras, y la publicación del libro preelectoral M’explico, de Carles Puigdemont, han aportado munición para la que se anuncia como la madre de todas las batallas. La constitución, ayer, del nuevo partido del expresidente de la Generalitat es el banderazo de salida de la carrera hacia las urnas, a las que Quim Torra se niega a convocar mientras uno de los dos contrincantes independentistas no esté suficientemente preparado.

Al salir en semilibertad, Junqueras ha recorrido varios lugares de Cataluña, como si de una precampaña electoral se tratara, y ha concedido una entrevista de una hora a TV3 en la que mostró su verdadera imagen de político ventajista y rencoroso, aunque la intentara enmascarar con altas dosis de hipocresía y de bondad impostada. La entrevista fue una exhibición de narcisismo y de banalidad, con constantes apelaciones a que él es buena persona, honesto y honrado, pero sin un gramo de autocrítica por los hechos que llevaron a la fallida declaración unilateral de independencia (DUI) y con una utilización de los años de prisión como un salvoconducto que lo justifica todo y que le otorga la razón a posteriori en todo lo sucedido, incluso en los graves errores cometidos.

El discurso de Junqueras demuestra que o está alejado de la realidad o la falsea con apelaciones al buen rollo y a eso que él mismo define como “el junquerismo es amor”. Ni una vez contestó directamente a las preguntas del entrevistador, fue incapaz de admitir la deficiente actuación de las conselleries dirigidas por su partido en la lucha contra la pandemia y negó sus malas relaciones con Puigdemont --un secreto a voces-- al asegurar que hablaban dos o tres veces a la semana. También desmintió que hubiera habido distanciamiento entre los presos, desvelado por diversos testimonios, entre otros el de Sandro Rosell cuando coincidió con ellos en la cárcel. Sobre sus desencuentros con Puigdemont, es conocido que pasaron meses sin contacto alguno entre ellos y el reciente acercamiento, si es que existe, dista mucho de ser creíble y sincero.

El libro de Puigdemont no hace sino confirmar las discrepancias. Está repleto de alusiones a la deslealtad histórica y actual de ERC y de reproches hacia la actitud egoísta del partido republicano, aunque el expresident explique ahora, en la presentación del libro, que esas deslealtades son anécdotas y que la categoría es la “gran lealtad” que significó el 1-O.

El relato de Puigdemont y sus declaraciones de ahora mismo incurren en contradicciones sobre lo sucedido en el otoño del 2017. Tan pronto dice que “todo estaba preparado” para reforzar las instituciones, pero que no contaban con la “respuesta violenta” del Estado como admite que no estaban preparados para avanzar hacia la República catalana, como reconoció la semana pasada en RAC1, donde defendió, tras meses de apostar por la unilateralidad, un “referéndum acordado” para sustituir el del 1-O, al mismo tiempo que asegura que Pedro Sánchez no lo va a aceptar porque “la lección del 2017 es que cuando el Estado español, hasta en momentos tan críticos, habla de negociar, no nos lo hemos de creer” (entrevista en Vilaweb).

En las declaraciones a RAC1, Puigdemont admitió que las relaciones con Junqueras no son “un cuento de hadas” y que hay discrepancias”, pero volvió a repetir que fueron “capaces de tejer una gran lealtad por encima de todo esto, que es la del 1-O”. Una lealtad que no ha servido para esconder las serias divergencias entre los dos partidos, que no han hecho sino agravarse desde que, también por “deslealtad” de ERC, Torra declaró el 29 de enero “agotada” la legislatura.

La pandemia ha sido un nuevo escenario de enfrentamiento entre los socios del Govern, con discrepancias explícitas entre Torra y los consellers de ERC, el último en la sesión de control de la semana pasada en la que el president se adjudicó los cambios en la gestión de los rastreadores y en las pruebas PCR y el nombramiento de un nuevo secretario de Salud Pública, un cargo que estuvo mes y medio vacante.

Pero donde la pugna alcanzó niveles impúdicos fue en el intento de la vicepresidenta de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, Núria Llorach, de destituir al director de Catalunya Ràdio, Saül Gordillo, a raíz de la renuncia de Mònica Terribas a seguir al frente un año más del programa El matí de Catalunya Ràdio por supuestas discrepancias con la dirección de la emisora. La maniobra de echar a Gordillo fracasó por falta de quórum en el consejo de administración de la Corpo, pero los medios públicos de la Generalitat han quedado, una vez más, desnudos ante la opinión pública.