Hay una imagen que puede ser válida, y es la del Seat de España que se ha metido en una densa niebla, la pandemia, y cuando vemos los tímidos reflejos del sol ya creemos que hemos superado la pandemia del Covid. Y descubrimos que el conflicto territorial está mucho más templado, quiero pensar, aunque soy consciente de que nunca desaparecerá. Es bueno recordar que en 1932 el más grande pensador español, José Ortega y Gasset definió a nuestra nación como "el proyecto sugestivo de vida en común". No conozco una definición más atractiva que se haya escrito nunca, con motivo del debate de l’Estatut de Cataluña en el Congreso de los Diputados, durante la II República.

Pero debo añadir que no me gusta el gobierno de coalición del presidente socialista Pedro Sánchez. Hubiera preferido al vasco Eduardo Madina, que de joven sufrió un atentado de ETA, al Podemos de la banda morada de Pablo Iglesias.

Envidio a Alemania porque en ese estado federal la democristiana gobierna con la socialdemocracia: hace años que disfrutan de la Gran Coalición. En España eso es imposible porque ha quedado la memoria colectiva de la guerra civil, tan traumática que durará cuatro generaciones. En Alemania, la derecha y la izquierda sufrieron la misma bota insufrible nazi. La situación, por tanto, no es la misma.

El responsable, en todo caso, de la demencial situación española es Albert Rivera, con su decisión suicida, al actuar como tonto útil de Pablo Iglesias.

Mi paisano Rivera es un personaje siniestro, me lo confesó Antonio Robles, hace cuatro años, cuando era el líder de Ciutadans, ya que usaba a los periodistas como una simple escalera. Yo fui el primer peldaño que utilizó cuando nadie lo conocía. Albert es el estereotipo de un trepa de libro.

Espero que el otro Pablo rectifique, presionado por la UE o la democracia cristiana o el sumsuncorda, porque a Europa no le gusta el pacto entre Pedro y Pablo porque es letal para nuestra nación. Nunca he sido nacionalista ni su contrario. Siempre voy a contracorriente.