Después de habernos tenido encerrados nos apetece mucho viajar. El impacto en el sector del turismo de la pandemia se ha alargado demasiado en parte por las incoherentes políticas de la mayoría de los gobiernos tratando de poner puertas al campo. Si la reducción de la movilidad era unánimemente aceptada por todos en el verano de 2020, no está nada claro que haya servido de mucho sanitariamente hablando en el verano de 2021. Pero lo que sí han logrado tantos meses de restricciones es dejar al sector muy maltrecho.

Aerolíneas, aeropuertos, hoteles, restaurantes y ocio nocturno en zonas turísticas lo han pasado muy mal y, aunque desde Semana Santa hasta ahora se está animando todo, la verdad es que se le ven las costuras al sector.

Los aeropuertos europeos se recuperaron algo en 2021, pero quedaron muy por debajo del tráfico prepandemia debido a las intermitentes limitaciones de movilidad. El tráfico de pasajeros aumentó un 37% en comparación con 2020, pero todavía se quedó un terrorífico 59% por debajo del nivel de 2019, o lo que es lo mismo, 1.400 millones de pasajeros menos. Un desastre para el sector.

Sirvan como ejemplo las cifras del aeropuerto de Ámsterdam, Schiphol, tercer aeropuerto de Europa por número de pasajeros en 2019, segundo en 2020 y cuarto en 2021. Por él viajaron 75 millones de personas en 2019, 20 millones en 2020 y 25 en 2021. Cuando ahora intenta retomar su velocidad de crucero tiene muchísimos problemas traducidos en colas infinitas, retrasos y cancelaciones.

Muchas de las personas que fueron despedidas para que la gestora del aeropuerto pudiese sobrevivir a la enorme caída de ingresos, ahora no quieren regresar a sus puestos porque han encontrado algo mejor que hacer o han vuelto a sus países de origen.

Es lo mismo que ocurrió en Reino Unido con la crisis de los camiones o lo que pasará en nuestras zonas turísticas este verano, faltarán trabajadores porque quien quiere trabajar ya se buscado la vida y no ha estado dos años esperando a que le llamen, por mucho subsidio que pueda haber.

La semana pasada la aerolínea de bandera holandesa KLM dejó de vender vuelos durante cuatro días para recolocar a todos los pasajeros que había dejado en tierra; durante las últimas semanas, el aeropuerto está contratando a más personas, se van a subir los salarios para evitar una huelga y aún así nadie puede garantizar un funcionamiento medianamente normal.

El tráfico aéreo también está despertando en España. En los tres primeros meses del año se multiplicó por más de cuatro (+359,7%), alcanzando los 37,9 millones, pero aún era sólo el 71,8% del tráfico del primer trimestre de 2019. El tráfico nacional subió un 197,9% y el internacional un 595,5%. La caída de vuelos a finales de mayo respecto a 2019 ya es solo del 8% cuando la media en el tráfico europeo está un 15%. Todo apunta a un verano normal, si es que los aeropuertos y las aerolíneas son capaces de reponerse y dotarse de medios. Faltan desde mozos de carga a pilotos, personal de filtros de seguridad y camareros para los bares.

La mayoría de los operadores son privados, pero operan en modo concesión y los Estados tienen la obligación de asegurarse que unas infraestructuras esenciales sea capaces de recuperar la velocidad anterior y ayudarles si ellos solos no pueden. Sería una lástima no tener una excelente temporada veraniega porque el sistema aeroportuario y las aerolíneas no fuesen capaces de recuperar su ritmo anterior. Y desde luego si alguien (controladores, pilotos, seguridad...) es tan irresponsable que se le ocurre hacer una huelga tendremos todo el derecho del mundo para llamarle de todo menos guapo.

Además de la protección solar y la toalla, habrá que poner toneladas de paciencia en la maleta, que de momento no hay que pagar por embarcar con ella.