Pablo Casado ya insinuó en 2018 que había que gritar “viva el Rey” más menudo en nuestras vidas privadas; cuando se cobra la pensión, viva el Rey; cuando te atiende el médico de guardia, viva el Rey; cuando el tren de cercanías llega puntual, viva el Rey . No es de extrañar que el martes el líder del PP pretendiera frenar el pacto de investidura de Pedro Sánchez al grito de viva el Rey, seguido de un discurso tremebundo sobre el supuesto fin del régimen del 78 por culpa del PSOE y sus aliados. No lo consiguió, claro, y al día siguiente se desayunó con una imagen de Felipe VI bromeando amistosamente con el nuevo presidente del gobierno.

El régimen del 78 y la monarquía constitucional están mucho más asociados al PSOE que al PP, por diversas razones, desde el titubeo inicial ante la Constitución de significadas voces del partido predecesor de los populares, Alianza Popular, hasta el jugueteo de José María Aznar con el sueño de una república hecha a su medida, cuando el entonces presidente se creía el rey de la política española. Esto es así mal que le pese al joven Casado y el pasado no cambiará por más que pretenda no querer saber nada de lo que protagonizó su partido y sus fundadores antes de que él llegara. 

Otra cosa es el futuro. Y sus planes están claros: expulsar al PSOE del espacio constitucionalista y enfrentarlo a la Corona, apelando a las posiciones políticas de algunos de sus actuales aliados y remitiendo al electorado a los peligros guerracivilistas. Casi lo mismo que busca Vox, que, en todo caso, va un paso por delante de los populares clamando ya contra el gobierno ilegitimo; una falacia tenebrosa y antidemocrática por abrir las puertas al golpismo de los supuestos patriotas.

Está por demostrar que el PSOE vaya a vulnerar la Constitución, especialmente en los artículos más sensibles referidos a la unidad nacional. No hay ninguna prueba de ello, salvo interpretaciones interesadas del folio y medio pactado con ERC. Ni tampoco que vaya a poner en cuestión la monarquía para contentar a sus socios gubernamentales de Unidas Podemos. Más bien al contrario. Los socialistas, y los comunistas de cuando mandaba Santiago Carrillo, todos republicanos, asumieron desde el primer día el papel de la Corona como factor de cohesión en el complejo proceso de construcción de un régimen democrático saliendo del franquismo por imperativo biológico.

Y siguen ahí, sin renunciar a su republicanismo. En el horizonte de una reforma constitucional que pueda favorecer una respuesta más atractiva por parte del Estado a la alternativa independentista que el simple enunciado de ley y orden, el PSOE sabe que la continuidad de la monarquía es el punto de enganche innegociable para que el PP pueda sumarse a dicha reforma, con todas las dificultades que se quiera, pero este es el puente y no tiene sentido dinamitarlo.

El “viva el Rey” como arma arrojadiza contra el PSOE debería pues presumirse como un error por parte de los estrategas populares. Más grave todavía es intentar apropiarse la Corona como una aliada a los planes de partido porque tendría los efectos contrarios a los buscados, como les explicó en pocas palabras Aitor Esteban, al subrayar el escaso margen de maniobra constitucional atribuido al monarca y lo perjudicial que resultaría para  la monarquía que vitorean empujarla a tomar partido.

Tampoco el apocalipsis va a llegar durante esta legislatura, por mucho que lo anuncien los portavoces de PP, Vox y Ciudadanos al unísono. Tal vez este discurso les haya valido para pasar el trámite de la investidura, concediéndoles algunos titulares efectistas, pero no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta que este tipo de retórica tiene el efecto del cemento ideológico en la coalición gubernamental PSOE-Unidas Podemos y que el continuo toque de corneta de un nuevo Dos de Mayo no hace sino apiñar al entorno del mal menor a los socios parlamentarios militantes del soberanismo y el nacionalismo. El PSOE no va abrir una ventanilla en Moncloa para despachar independencias, pero promete moderación y diálogo en el conflicto territorial y esto es mucho, viniendo de donde venimos.

La apuesta de Pedro Sánchez tendrá sus riesgos programáticos que se irán presentando al paso de los consejos de ministros, además debe enfrentar las incógnitas de la coalición como fórmula de gobierno y deberá soportar las inclemencias de una mayoría parlamentaria sujeta a la evolución de escenarios complementarios sobre los que no dispone de todas las claves. El PP tiene a su gran rival instalado inequívocamente en la izquierda, obligado a un equilibrio diario sobre lo que puede ofrecer y lo que le reclamaran sus aliados, con la obligación de cumplir con la doctrina económica de Bruselas y de respetar la Constitución, y lo único que se le ocurre es gritar viva el Rey. Viva, le van a responder desde Moncloa.