Cataluña no sería como es de no ser por TV3. Y por Catalunya Ràdio, por descontado. No hace falta ser sociólogo para entenderlo, solo hay que estar atentos a la pantalla. La televisión pública catalana ha moldeado durante años a su audiencia a gusto de los diferentes gobiernos de la Generalitat, excepto en tiempos de los tripartitos que a pesar de todo salvaron financieramente a la corporación traspasándoles 1.046 millones de euros para tapar la deuda histórica de la casa engordada por el pujolismo.

Esta audiencia moldeada a conciencia les impediría ahora mismo a los medios de la CCMA modificar su línea política (de pretender hacerlo) so pena de ser señalados como traidores a la causa, como ha demostrado el caso Cercas. No correrán este riesgo, todo lo contrario, mantendrán vivo el cadáver del procés en nombre de la mitad de la mitad de la media Cataluña que les aplaude. Y donde no lleguen ellos, llegará Jaume Roures. Hasta que el Parlament intervenga.

El procés no se explicaría sin un análisis del lenguaje utilizado por la tele y la radio públicas ni por la construcción de la realidad de sus informativos y de sus programas de propaganda, que no son todos (felizmente), sin embargo muy excesivos y celebrados. La idea de la dualidad natural del Cataluña-España se implantó en sus contenidos desde el primer día, instalando a su audiencia en un statu quo imaginario pero muy placentero para los soñadores que dieron forma al procesismo.

En sus pantallas y micrófonos la evidencia de que Cataluña forma parte de España es obviada sistemáticamente, presentando a la Generalitat como una alternativa real al Estado español, soslayando que en realidad es la representación de dicho estado en Cataluña, según dice el Estatuto. El gobierno catalán es presentado como la competencia eficaz del ineficaz gobierno de España (que lo es también de Cataluña), creando la ficción de una relación de tú a tú entre un gobierno autonómico y el gobierno central muy errónea, pero perfectamente coincidente con los intereses de la actual mayoría parlamentaria de aparentar lo que no es, como por ejemplo, la supuesta soberanía del Parlament.

¿Habría que cerrar TV3 y Catalunya Ràdio como algunos políticos sugieren? Rotundamente, no. La distorsión de la realidad compleja de Cataluña que provoca con algunos de sus programas, el más vistoso y descarado es el sucedáneo de misa procesista de los sábados noche, debería ser corregida por el CAC o por el Parlament de existir la más mínima voluntad de respeto al pluralismo.  No hay que engañarse, es muy improbable que esto ocurra, al menos hasta que los medios de la CCMA se conviertan en un obstáculo serio para el independentismo contemporizador con la realidad, todavía incipiente y minoritario.

Entonces descubrirán que quizás TV3 no es un juguete en manos de los partidos independentistas; sino todo lo contrario. De hecho, hay precedentes. El intento de convocatoria de unas elecciones por parte de Carles Puigdemont para evitarse el fracaso de la DUI no fue frustrado por el desplante de Marta Rovira en el despacho del presidente sino por las horas y horas que la tele y la radio de la CCMA dedicaron a divulgar las declaraciones de los contrarios al adelanto electoral, hasta asustar al presidente de la Generalitat. ¿Quién convocó a la gente a la plaza de Sant Jaume para ver arriar la bandera española en directo el día de la DUI cuando el Consell Executiu se hizo invisible? TV3, claro, mientras Catalunya Ràdio preparaba conexiones en directo con Madrid, la capital del estado vecino.    

En TV3 (y en Catalunya Ràdio), además de magníficos profesionales los hay regulares o pésimos como en cualquier medio de comunicación, pero siendo medios públicos hay demasiados corporativistas, un exceso de propagandistas y muchos militantes disfrazados de directivos que tienen una visión política propia de cómo deberían suceder las cosas. El resultado de esta amalgama es una tendenciosa visión del país que no escapa a nadie, ni a los más soberanistas, aunque estos interiorizan el error diciéndose que las otras televisiones también son partidistas y, al fin y al cabo, esta es la nuestra.  La condescendencia con los errores propios es marca de país.

Para reformar esta situación no hay que modificar ninguna ley ni repensar los grandes objetivos del servicio público de la CCMA . Sería suficiente con cumplirlos porque todos siguen siendo vigentes, comenzando por la promoción del catalán como lengua de integración y no de división y siguiendo por la inversión en la producción audiovisual catalana, en crisis manifiesta por inanición desde hace años. Para reconducir el estropicio de algunos contenidos solo hace falta un fuerte consenso parlamentario para intervenir y este consenso solo puede alcanzarse desde la transversalidad política. Paciencia, no es para mañana, como tantas otras cosas.