A estas alturas, qué importancia tiene cuántos manifestantes hayan podido acudir a la convocatoria de la ANC que este año ha vuelto al formato tradicional tras el paréntesis del 2020. Si cuando movilizaban a muchísima gente en la calle, a cientos de miles entre 2013 y 2017, su propaganda los multiplicaba varias veces, como si se tratase del milagro de los panes y los peces, hasta dar una cifra siempre millonaria, menospreciando los cálculos racionales sobre el número de personas que cabe por metro cuadrado. Nunca se ha dicho suficientemente que de ser ciertas esas gigantescas cifras de manifestantes que tanto impresionaban a algunos, y que no pocos medios reproducían acríticamente, muchos asistentes hubieran resultado heridos o muerto por aplastamiento. Pues bien, si eso ocurrió repetidamente durante los años álgidos del procés, qué más da ahora cuántos hayan asistido esta Diada. La Via Laietana, que es estrecha y hace bajada, facilita una foto de lleno hasta la bandera con unas pocas decenas de miles de personas. Lo saben bien los sindicatos que hasta la pandemia se abonaban a ese recorrido, y también Societat Civil Catalana que organizó algunas manifestaciones con ese mismo itinerario. Así pues, poco importa que no hayan superado ni de lejos los 400.000 que dicen, ni tampoco las 100.000 personas (siempre la Guardia Urbana tan generosa con la ANC), porque desde hace días la propaganda ya estaba preparando el mensaje de que rebasarían los seis dígitos con los que vanagloriarse de haber protagonizado la manifestación más numerosa en Europa en tiempos de Covid. Se trataba de volver a la carga. El separatismo siempre encuentra la forma de afirmar que ha completado con más éxito del esperado la gincana callejera para que su parroquia vuelva feliz a casa y el espíritu de lucha no decaiga del todo.

En cualquier caso, que miles de personas hayan llenado la Via Laietana y que la ANC pueda lucir una buena foto llena de esteladas (resulta curioso que los independentistas hayan arrinconado la señera con más eficacia que Franco), refuerza a los sectores que anticipan el fracaso de la mesa de diálogo y apuestan por consensuar pronto una nueva fase de confrontación con el Estado. ERC no podía descolgarse de la manifestación y Pere Aragonès junto a Oriol Junqueras ha asistido aún sabiendo que sería objeto de gritos en contra y algún insulto. La dirección republicana ha hecho una apuesta de acuerdo con el Gobierno de Pedro Sánchez a falta de otra estrategia posible con la que poder sacar algún fruto a medio plazo. Pero con muchos miedos y dudas, tal como se ha visto con el tema del aeropuerto de El Prat. El pánico a perder una parte de sus bases (que comparten con los comunes un discurso de ecologismo fundamentalista) y la amenaza de la CUP de no apoyar los presupuestos para 2022, teniendo entonces que pasar a depender del apoyo del PSC (a quien Junqueras odia con todas sus fuerzas), ha sido suficiente para que ERC se desmarcara del acuerdo que el Govern alcanzó el 2 de agosto con el Ministerio de Transportes. Y aunque en Junts han criticado al principio la actitud ambigua y finalmente desleal de los republicanos, que dejaron la defensa del acuerdo en manos del vicepresidente Jordi Puigneró, al final todos se han unido para echar las culpas al Gobierno. Porque por encima de todos son independentistas, y comparten la gasolina del victimismo.

Y ahí seguimos enganchados a otra Diada, con el independentismo de nuevo con ganas de volver a la carga, justo cuando parecía que tras los indultos, la supresión de los peajes o el anuncio de esta millonaria inversión en El Prat, empezaba a desinflamarse el discurso del agravio. Ahora se pretende hacer creer que es el Gobierno el que buscaba que el proyecto de ampliación del aeropuerto descarrilase para poder invertir sin complejos en Barajas. No obstante, a corto plazo nada va a cambiar demasiado porque el fracaso de la mesa de diálogo, si es que ERC se obstina en que tiene que concluir con una votación sobre lo que sea, necesita más tiempo. Seguro que en ERC ya están pensando en cómo visualizarlo cuando más les convenga. Lo de El Prat, eso sí, deshace cualquier espejismo, la ilusión sobre una cierta normalidad institucional, pues evidencia que Junqueras es una personaje de una doblez proverbial, que los republicanos no son de fiar y que Aragonès no tiene personalidad política propia. No es Quim Torra, con sus exabruptos, pero tampoco nadie capaz de liderar una etapa de reencuentro, ni con el Gobierno español, ni menos aún con el resto de los catalanes.