Los periodistas de mi generación (1975) estuvimos, para bien y para mal, intentando descubrir un Watergate, cada uno a su nivel. Pedro Jota a nivel nacional, yo comarcal.

A mediados de los 80 encontré mi garganta profunda en el secretario del segundo gobierno municipal. Era de Terra Lliure y su objetivo: desprestigiar al alcalde Ballús (PSC) con informaciones confidenciales que sólo podía saber un secretario.

Supe que era él muchos años después, cuando haciendo de conductor de Josep-Lluís Carod-Rovira se reunió de amagatis con la cúpula de ETA en Perpiñán para pactar el fin del terrorismo en Cataluña.

Esa reunión clandestina, a espaldas de Maragall, rompió el pacto entre el PSC y ERC. Fue entonces cuando descubrí que mi garganta profunda era de Terra Lliure. Cuando se fue, dejé de recibir sus informes trimestrales que, para despistarme, escribía en castellano...

El pasado domingo revelé en los tres diarios digitales comarcales en dónde escribo, y cuelgo en Facebook, una conversación privada mantenida en Navidades con un familiar empleada del servicio doméstico en casa de un parlamentario del PDeCAT, número uno por Lleida, que ha repetido el 21D. Quería dejar la política porque no estaba de acuerdo con precipitarse en el vacío con el fugado a Bruselas, y que ahora mueve a su partido como si fuera un guiñol.

Este político lleidatà le dijo al fugado que no quería repetir porque habían puesto la pata hasta el corvejón, pero Puigdemont le pidió que no le dejara solo, que lo necesitaba. Que actuó presionado por la CUP y por ERC, pero que esta vez tendrían más margen de maniobra porque podían contar con la banda de Domènech y la Colau.

 

Puigdemont confesó a un colaborador cercano que actuó presionado por la CUP y ERC, pero que esta vez tendrían más margen de maniobra porque podían contar con la banda de Domènech y la Colau

 

Con esta promesa, el lleidatà aceptó participar en esa comedia surrealista de pretender gobernar la Generalitat desde el plasma, en esta política demencial que nos ha impuesto los indepes.

Esta revelación ha provocado otra garganta profunda de entre mis contactos. Una persona de mi confianza me contó la conversación con una mano derecha de Puigdemont el día de año nuevo. La tarde del día 1 le llamó para felicitarse. El político era Rull o Turull, mi confidente no me lo aclaró, pero fue uno de los dos.

En este caso no era una garganta profunda porque los periodistas del The Washington Post no supieron, hasta treinta y cinco años después, quién era su informante, el número dos del FBI.

Yo sí sé quién es esta persona de mi confianza por cuestión de su oficio, digamos que profesional. Me dijo literalmente: "Le descubro en el tono de amargura indisimulada y un rencor que, se me antoja, viene de lejos: 'En esto nos metió Junqueras'. Me quedé de hielo: 'Forzó la cosa, ya que iban bien los pronósticos electorales y dejó solo a Puigdemont en lo de convocar unas elecciones para evitar el 155. Así el expresident quedaba como un traidor'". (El judas de ciento cincuenta y cinco monedas de plata).

Esto podíamos intuirlo pero es lo que explican a su gente de confianza los más íntimos colaboradores del huido. Por eso tampoco quiso reeditar Junts pel Sí. Creía que iba a ganar de calle. Nadie pensaba que podía ganar Arrimadas.