Para este viaje no hacían falta alforjas. Del resultado de las elecciones en Castilla y León, lo único que parece quedar claro es simplemente que pierde la izquierda y gana la derecha, aunque sea de forma ajustada; si bien el gran triunfador realmente es Vox: tendrá la llave del gobierno regional. A falta de un análisis sosegado, a partir de hoy podemos asistir a todo tipo de especulaciones sobre la posible extrapolación del resultado a nivel nacional o el valor de la abstención, fruto de un hartazgo general y de una campaña popular que ha ido de más a menos, que habrá puesto al PP al borde del ataque de nervios: la de ayer no habrá sido una noche especialmente agradable para el Partido Popular.

Gestionar las expectativas es siempre una tarea compleja, pero especialmente en el ámbito de la política. La voracidad electoral: deglutir a Ciudadanos, que parecía inspirar la decisión de los populares de adelantar los comicios, puede haber convertido lo que les parecía una gran oportunidad en una temeridad. Si alguien pensó que la comunidad castellano-leonesa era un laboratorio del país, tendrá que pensar ahora que lo único que se ha conseguido es abrir una ventana de oportunidad para Vox. También podremos asistir a contemplar los efectos de esa máxima de buscar culpables en lugar de soluciones. No es una buena noticia para Pablo Casado y sus más cercanos. De la mayoría absoluta o aplastante que se acariciaba y buscaba, los populares han pasado a una birria minoría mayoritaria, aunque hayan ganado y mejorado tibiamente el resultado de 2019. La aritmética parlamentaria será la norma en la nueva legislatura en la que cada votación exigirá afinar muy bien la calculadora.

Los populares, que llevan gobernando la comunidad desde 1987, han hecho una campaña incomprensible, para ganar apenas dos parlamentarios más, carente de un discurso que justificase con precisión la necesidad del adelanto electoral y en términos plebiscitarios: contra Pedro Sánchez y al margen de los intereses de los ciudadanos. Pero ya se sabe que los referéndums los carga el diablo. De esta forma, han logrado aburrir hasta a las ovejas que, evidentemente, no votan, como tampoco las vacas, sean de explotación extensiva o no, ni el vino o las remolachas y tampoco las gallinas. A la vista de algunos actos electorales, valdría la pena recordar aquello de Max Jacob de que “el campo es ese lugar por donde los pollos se pasean crudos”.

Lo probable es que Alfonso Fernández Mañueco siga gobernando, aunque apenas hace dos años no fuera ni el candidato favorito del aparato popular de Génova. Podemos hablar de una campaña en “modo Feijoo”, exclusivamente con el nombre del candidato, mucho más que el del partido. La diferencia es que el dirigente gallego tiene un tirón que nada tiene que ver con el del salmantino: incluso en su partido hay quienes piensan que, cada vez que hablaba, empeoraba el resultado. La particularidad de que sea la primera vez que los comicios de celebran en solitario, sin coincidir con las municipales, lleva a pensar que los alcaldes del PP, con mayor presencia en los pueblos, han podido dejar de movilizarse. Después de todo, tienen sus elecciones dentro de poco más de un año y la alcaldía les preocupa de forma particular y muy directa. Ello además en una comunidad que ha perdido unos 150.000 habitantes en los últimos diez años, con especial afectación en el segmento más joven, lo que implica a su vez pérdida de talento, y un envejecimiento progresivo de la población sin que las perspectivas sean precisamente halagüeñas.

Una cosa es ganar y otra distinta, gobernar. Sin ir más lejos, que le pregunten a Salvador Illa, atrapado además en la tela de araña de los intereses de Moncloa para mantener el gobierno de coalición. El caso es que ahora vendrán los tiempos de negociación y pacto, teniendo siempre en cuenta que la suma de PP y Vox da una mayoría holgada. Sin saber con precisión a qué querrán jugar o con quién las pequeñas formaciones de la España vaciada. Según observadores vallisoletanos, la previsión es que Vox apoyará la investidura de Mañueco, pero sin entrar de momento en el gobierno regional para evitar desgaste en políticas locales: tendrá bien agarrado al Ejecutivo en cada iniciativa o proyecto que pretenda sacar adelante. Su vista estaría puesta en las elecciones generales. Pero el resultado obtenido podría hacer a los de Santiago Abascal cambiar de planteamiento y así lo insinuó ya anoche presentando a su candidato regional como futuro vicepresidente. Lo sabremos en los próximos días. Si se confirma que el PP es la primera fuerza política, a Mañueco le corresponderá abrir el melón de los pactos. Para su líder nacional, el pacto con Vox no puede suscitarle un gran entusiasmo por las implicaciones internas y externas que implican. Su liderazgo puede ser más cuestionado y, de cara a las próximas generales, se lo pondría bastante más fácil a la coalición que sostiene Moncloa frente a la expectativa de “que viene la ultraderecha” de la mano del PP.

Por un lado y otro, la cuestión será saber en los próximos días, qué rumbo toma cada formación. Ya decía Séneca que no hay viento favorable para quien no sabe a qué puerto arribar. Cada cual tendrá que revisar su relato en aras de una compleja gobernabilidad en la que pueden tener un papel destacado las pequeñas formaciones de la España vaciada a quien inicialmente se atribuye un posicionamiento de centro-izquierda, sin que, al menos visto desde Barcelona, lo tengamos claro.