Disfrutamos en Barcelona de uno de los diseños urbanísticos más avanzados y coherentes del mundo, realizado en 1855 por Ildefonso Cerdá. La unión de las distintas villas que hoy conforman Barcelona con el casco antiguo de la ciudad es una auténtica maravilla de planificación urbanística, adelantada a su tiempo y que ha envejecido maravillosamente bien, siendo un auténtico milagro que un diseño de mediados del siglo XIX siga siendo plenamente funcional en el siglo XXI.

La idea de Cerdá se basa en las ciudades romanas, muchas de ellas diseñadas siguiendo un plan hipodámico de origen griego, con manzanas cuadradas dispuestas en damero. De igual modo que en las poblaciones romanas, Barcelona se articula en torno a un eje central, el paseo de Gràcia, cruzado por otra calle principal, Aragó. Su orientación no sigue los puntos cardinales como en la antigua Roma sino que los equivalentes al cardo y decumano máximo se adaptan a la realidad de una ciudad marcada por la orientación mar-montaña.

Y para rematar la faena, la ciudad cuenta con dos grandes avenidas diagonales, la propia avenida Diagonal y su perpendicular, la Meridiana que transcurre sobre el meridiano Dunquerque-Barcelona que se utilizó en 1791 para definir la longitud del metro como la diezmillonésima parte de un cuarto del meridiano terrestre. La Diagonal logró llegar al mar, aunque en tiempos del Fórum. La Meridiana siempre ha quedado más desdibujada, ahora interrumpida, como la Diagonal, en el nudo de las Glòries aunque se supone que también será capaz de volver a llegar al mar. En cualquier caso, y a pesar de no haberse implantado el modelo en su totalidad, estamos ante toda una obra de arte.

No solo la disposición de las manzanas es perfecta, lo es su tamaño, el ancho de las calles, su relación con la altura de los edificios y los chaflanes a 45º, que mejoran la visibilidad e iluminación, y sobre todo la circulación, tanto de vehículos como de personas. Cerdá previó el uso del coche incluso antes de su invención, todo un visionario. La relación de altura de edificios y ancho de calles garantiza que el sol llegue a toda la calle durante todas las estaciones del año, algo que, por ejemplo, no ocurre en el barrio de Salamanca de Madrid. De hecho, cuando el plan Porcioles permitió ganar altura densificando el ensanche mediante áticos y sobreáticos, éstos debieron retranquearse para seguir permitiendo que el sol llegase siempre a la calle.

El plan Cerdá parte de una concepción humanística, no existe diferenciación entre clases sociales al ser todas sus calles iguales, y ya entonces se preocupó tanto del movimiento como del reposo de los ciudadanos. El 50% del Ensanche era ajardinado, con amplias zonas verdes en el interior de las manzanas. Lamentablemente esos interiores han sido invadidos en gran medida por tiendas, almacenes, párquines, perdiéndose así una de las características fundamentales del diseño del ingeniero y urbanista de Centelles.

¿Es posible imaginar a alguien tratando de retocar Las Meninas de Velázquez o la Pietà de Miguel Ángel para adaptarlos a nuestra visión actual? Pues ni más ni menos es lo que lleva tiempo haciendo el Ayuntamiento de Barcelona poniendo parches y pegotes al plan Cerdá. Han cercenado un buen número de chaflanes, se han cargado la calle Aragó, están asfixiando la Diagonal, Via Laietana agoniza y ahora le toca el turno a Consell de Cent, Rocafort, Borrell y Girona, calles que están siendo vandalizadas para crear no se sabe qué, denominado supermanzanas, invento que se probó, y no funcionó, en Poblenou.

Para “humanizar” más nuestra ciudad, una de las más amigables del planeta, bastaría con devolver en todo o parte el espíritu de los interiores de las manzanas. Probablemente se molestaría a algunos ciudadanos, pero con lo que se está haciendo se molesta a todos sin excepción pues se va a destrozar la vida del barrio y va a dinamitar la circulación de la ciudad.

La actual alcaldesa llegó al poder como un mal menor, Ciudadanos le dio sus votos para evitar que Barcelona fuese gobernada por una coalición independentista. Este es uno de nuestros problemas, no solo nos dividimos por izquierdas y derechas, también por el eje identitario, creando una fragmentación de partidos que permite ser alcalde con menos del 25% de los concejales. No nos espera un futuro mucho mejor en mayo del año próximo, pero confiemos en que el sentido común vuelva a la ciudad y gobierne quien gobierne deshaga estos pasos hacia la nada porque, de lo contrario, nos arrepentiremos durante muchísimos años.

Tal vez la única defensa sea promover el Ensanche como patrimonio de la humanidad, que lo es, para protegerlo de las veleidades de los gobernantes de turno.