La decisión de Ada Colau de romper relaciones con Israel, una de las pocas democracias de Oriente Medio, solo se explica desde el clientelismo más burdo. Suspender el hermanamiento con Tel Aviv, considerada entre las más innovadoras y prósperas urbes del mundo, es, entre otras cosas, un disparate. Nunca la Ciudad Condal había tenido tan mala imagen internacional. Según un reciente análisis del Financial Times Barcelona está en declive, sin rumbo, y ha perdido su prestigio “como lugar amable para hacer inversiones”.  

La alcaldesa defendió su gestión ante el redactor del FT. Sin importarle el perfil económico del diario británico o la opinión que dejaría entre sus lectores, se mostró orgullosa de haber logrado domar al "capitalismo desbocado" que dejó su predecesor, Xavier Trias, el exconvergente que también se presenta a las municipales de mayo. "Ya no estamos en una ciudad que solo apuesta por la especulación inmobiliaria, llena de coches y contaminación, con un turismo sin control", añadió Colau. Olvida que tres de cada cuatro barceloneses, según recientes encuestas, prefieren un cambio en el ayuntamiento.

Durante la mitad del mandato, la activista-alcaldesa se desdijo de anteriores críticas a la hostelería, al turismo, a las terrazas y hasta a la feria Mobile (que, felizmente, seguirá en Barcelona), pero en los últimos meses su radicalismo, trufado de apoyos al independentismo, se ha desbocado. Sus críticas a los pérfidos fondos de inversión inmobiliaria y a los avariciosos propietarios, junto con la tolerancia hacia la okupación, solo han provocado subida de las rentas y caída del parque de alquiler. Las calles siguen atascadas, la calidad del aire está por encima del índice europeo y la vivienda social continúa muy por debajo de lo prometido. 

Bajo su mandato se ha generado el desánimo en una ciudadanía que pasó décadas siendo admirada por sus logros culturales, deportivos, empresariales y sociales. Ser barcelonés --¿se acuerdan?-- era un orgullo. Hoy, fuera de casa, en España y en el extranjero, se preguntan qué nos está pasando.

En la recta final de la precampaña, la líder de los comunes decidió aprobar solo con los votos de su propio grupo (10 ediles) una moción contra Israel. La razón de semejante decisión no es geopolítica, es mucho más simple: le proporciona portadas de periódicos y telediarios. Además, ser propalestino sigue vendiendo entre una cierta izquierda. A muchos otros, nos provoca vergüenza ajena que se utilice el terrible y larguísimo conflicto palestino-israelí para ganar apoyos a la desesperada. Es barriobajero.

El enfrentamiento entre Palestina e Israel se remonta a principios del siglo XX. La Unión Europea se plantea hace tiempo la necesidad de revisar políticas e interlocutores, pero son sus estados --no sus alcaldes-- quienes tienen que impulsar una nueva vía que ayude a reducir la violencia. Las ciudades de Oriente y Occidente únicamente pueden hermanarse y contribuir al entendimiento.

Colau ocupa, según los sondeos, el tercer puesto en la carrera por la vara de mando. Da la sensación de que la alcaldesa solo aspira ya a obtener suficientes votos para participar en un posible tripartito con ERC y PSC. Sus actuaciones se dirigen a una parte muy concreta de la población, a los más jóvenes (de entre 18 y 25 años) y a la izquierda anticapitalista: podemitas, republicanos radicales, votantes de la CUP… Habla para los que considera “suyos”. No eran ni son muchos. Hace cuatro años, 156.493 ciudadanos de los 1.142.444 electores con derecho a voto le entregaron  su papeleta.

Las cosas han cambiado desde entonces y el desánimo se nota en una ciudad que no crece. Barcelona, más allá de ideologías, necesita un líder que gobierne la ciudad, que no entre en batallas que excedan sus atribuciones. Se han de abandonar discursos grandilocuentes, maniqueístas, falsamente idealistas e innecesariamente secesionistas. La ciudad no debe separarse de nadie. Crece el hartazgo por los eslóganes que suenan falsos, vacíos y que resultan inútiles. La reciente campaña antisemita ha cruzado todos los límites.

Decenas de miles de personas toman estos días las calles de Tel Aviv. Se manifiestan para protestar contra la reforma judicial que impulsa el Gobierno del ultraderechista Benjamín Netanyahu. Son muchos los israelíes --intelectuales, empresarios, líderes del pujante sector tecnológico, incluso autoridades bancarias y altos funcionarios-- en contra de una propuesta legislativa muy discutida fuera y dentro del Parlamento. Serán los ciudadanos de Israel, no los activistas barceloneses, los encargados de velar por su salud democrática. 

Barcelona, cuyo magnífico call judío cruza el barrio Gòtic, debe seguir hermanada con la Ciudad Blanca de la Bauhaus. Shalom Tel-Aviv. En mayo, los barceloneses pueden acabar con las ocurrencias.