Algo es algo. Nunca sabremos a cuánto cobra la hora Pilar Rahola por salir en la tele, pero sí cuánto tiempo le daban al trimestre los gerifaltes de la Corpo para predicar. A saber: ocho horas.

El dramaturgo Miguel Delibes nos obsequió, para disfrute y goce del personal, con la novela Cinco horas con Mario. Un soliloquio en el que una mujer madura, tras el fallecimiento de su esposo, reflexiona sobre sus relaciones de pareja y los avatares de la vida cotidiana. En la obra, el autor, a través de un personaje femenino, llega hasta el fondo de la sociedad española de los años sesenta.

Pero para monólogos, como los de Pilar, ninguno. Cuenta el Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC), órgano que en teoría tutela la observancia de la pluralidad en los medios de comunicación catalanes, que la tertuliana Pilar Rahola atesora más de ocho horas de presencia en la pantalla de TV3 entre los meses de septiembre y diciembre. Ni les cuento las que llega a acumular al final del año.

No procede comparar el contenido de la obra de Delibes con la prédica esencialista de la periodista. Como es obvio, son mundos distintos. Pero ocho horas dan para mucho, y Pilar es una especialista en convertir buena parte de ese tiempo en un soliloquio y, el restante, en una algarabía para silenciar a sus contradictores.

La tertuliana por antonomasia de TV3, ha ejercido de vocera del puigdemontismo en FAQS, en Tot es mou y mil programas más. Así como Delibes llega en las páginas de su novela hasta el fondo de la sociedad española de su época, Rahola nos sumerge, con su omnipresencia en pantalla, en la verborrea más ácida del procesismo. Y se queja de maltrato. Ustedes recordarán que la señora Rahola denunció la existencia de una mano negra, en esta ocasión republicana, que pretendía apartarla de los platós de TV3, pero sigue ahí. Con otros cronos, y a cierta distancia, la siguen Antoni Bassas y Albano Dante Fachin.

Explican los entendidos en la materia que la nueva dirección de la CCMA, Rosa Romà y Sigfrid Gras, van a intentar la despolitización de los contenidos de la radio y televisión pública. Anuncian a bombo y platillo que su intención es primar una programación de entretenimiento. Cuentan incluso que de este rebozado y alicatado no se salva ni el Club Super3. Toco madera.

Convendría que, antes de mover las piezas, la nueva cúpula del ente analizara con detenimiento las razones de la creciente fuga de oyentes y espectadores. Fuga, no solo atribuible a la competencia y a la irrupción de nuevas ofertas de entretenimiento, sino también al cansancio del público con determinada linea editorial. A final tendra razón Ferran Monegal cuando afirma que los cambios anunciados para recuperar los niveles de audiencia no pasan de ser una maniobra de distracción y que, lo importante, se cuece en los despachos. Lugar donde se decide cómo se reparte la pasta entre las productoras habituales de la casa.

Que Pilar Rahola acumule horas de monólogo en TV3 es penoso, pero no determinante. Muchas veces el sesgo político de un medio de comunicación no lo marca, tan solo, las horas de permanencia en pantalla de los voceros de una causa, sino el universo simbólico que ese ente está dispuesto a reproducir o crear. Y eso sigue igual. Me temo que se impone el método Lampedusa.

La dirección de la CCMA no puede obviar que la radio y televisión de este país la pagamos todos los ciudadanos a escote, sin tapadillo, y no solo los nacionalistas.