El nacionalismo catalán ha sabido escalonar sus mensajes de forma progresiva. Durante años, se cultivó sin oposición el sentimiento de agravio, el victimismo junto a la otra cara de la misma moneda: el creerse los mejores. La técnica es harto conocida y repetida por todos los nacionalismos pero continúa siendo eficaz cuando nadie la combate con convicción.

Con la crisis y sus efectos sociales devastadores, se dio el paso siguiente: reivindicar el Estado propio como panacea universal. Tampoco en esta fase la respuesta estuvo a la altura. Durante demasiado tiempo ni los partidos catalanes no independentistas ni el Gobierno español dieron una respuesta adecuada. Se dejó que las mentiras fueran reiteradas machaconamente hasta calar en una parte de la sociedad, aquella con un sentimiento de pertenencia exclusivamente catalán.

Aprovechando la crisis y las políticas del Gobierno español, el secesionismo intentó ampliar su penetración social a sectores no identitarios. Pero la aparición de Podemos, la mejora económica, el caso Pujol y otros escándalos de corrupción frustraron la operación y el secesionismo no alcanzó los resultados esperados el 27S. Ante la evidencia de que el secesionismo no era mayoritario en Cataluña, se modificó la hoja de ruta y se ha vuelto a la pantalla del referéndum con la pretensión de mantener una reivindicación con apariencia de no ser exclusivamente independentista.

Ante la evidencia de que el secesionismo no era mayoritario en Cataluña, se modificó la hoja de ruta y se ha vuelto a la pantalla del referéndum con la pretensión de mantener una reivindicación con apariencia de no ser exclusivamente independentista

El referéndum se vende como un ejercicio de democracia, y el secesionismo centra sus campañas propagandísticas en la contraposición entre una pretendida legitimidad frente a una legalidad opresora. Su pretensión ahora es sumar a los seguidores de Ada Colau y a Podemos a su propósito de celebración del referéndum. Su intención sería conseguir la celebración de la consulta y dividir el voto no secesionista entre la abstención y el voto contrario, lo que les daría una victoria en el referéndum que les permitiría seguir con su desafío.

Para no quedarse sólo con el apoyo de los partidarios de la independencia, en continuo retroceso según las encuestas, el secesionismo catalán ha dejado en segundo plano la reivindicación independentista. Ya no se pone el énfasis en las bondades de la independencia. El nuevo Estado era una forma de que los catalanes tuvieran más recursos, mejores servicios públicos, más democracia, menos corrupción. Todo ventajas, ningún inconveniente. Hoy mantener estas afirmaciones sin amplia contestación no les sería posible.

Los contrarios a la independencia, tanto catalanes como del resto de España, hemos ido a remolque, sin tomar nunca la iniciativa. El secesionismo ha marcado los tiempos y los temas de discusión, y la respuesta ha sido débil y tardía.

Nos acercamos a momentos decisivos y es el momento de replantearse la estrategia. No basta con oponerse al referéndum por motivos exclusivamente legales. Los independentistas basan su discurso en que la legalidad no puede oponerse a una reivindicación legitima para obtener un fin deseable.

Nos acercamos a momentos decisivos y es el momento de replantearse la estrategia. No basta con oponerse al referéndum por motivos exclusivamente legales

Lo que se debe explicar a los ciudadanos es que el fin es indeseable y que, por tanto, no hay ninguna razón para transigir en el cumplimiento de la ley, aunque ello fuera posible. Pocos defenderían saltarse los trámites establecidos en la Constitución para implantar la pena de muerte, acabar con la propiedad privada, eliminar las autonomías o para establecer un régimen confesional, por poner algunos ejemplos.

La oposición al referéndum debería basarse, además de en su inconstitucionalidad, en que sus objetivos son indeseables para catalanes, españoles y europeos en general. En lo que se debería poner el énfasis en estos momentos es en que la independencia abocaría a Cataluña a un régimen autoritario y represor. El progresivo deterioro de la calidad democrática en Cataluña nos muestra una tendencia que sólo podría agravarse seriamente en caso de independencia. Síntomas hay muchos. La descalificación y acoso al disidente, incluso a los disidentes independentistas, las amenazas a jueces y funcionarios, un sistema mediático bajo férreo control, aulas convertidas en centros de proselitismo, desprecio al propio Parlament con trámites secretos y sin debate.

Todas estas tendencias se agravarían en caso de independencia. Las dificultades económicas del nuevo Estado, la existencia de una parte muy importante de la población contraria a la secesión y el aislamiento internacional nos abocarían a un Estado autoritario y represor que justificaría acabar con las libertades individuales agitando el fantasma del enemigo interior y exterior, como utilizan como coartada el castrismo, el chavismo o el régimen norcoreano por poner algunos ejemplos actuales.

En lo que se debería poner el énfasis en estos momentos es en que la independencia abocaría a Cataluña a un régimen autoritario y represor

Hace años que denuncio esta certeza. Hasta ahora parecía exagerada. Hoy, los indicios son evidentes.

No hay razones para transigir. Hay que explicárselo a los ciudadanos. El referéndum no sólo es ilegal sino que, ante todo, es indeseable porque su objetivo lo es. Esto no es ir contra la democracia, sino defenderla. Los independentistas pueden defender sus ideas y tienen aliados en el resto de España para buscar las mayorías que permitan la reforma de la Constitución y un referéndum legal. Facilitarles la labor es, de hecho, ser cómplices de lo que pase. La democracia no debe ser débil y ceder, como desgraciadamente ha ocurrido en otros momentos de la historia. Aún se está a tiempo de reaccionar. Pero hay que hacerlo y explicarlo adecuadamente a los ciudadanos antes de que sea demasiado tarde y nos veamos abocados a una confrontación de resultados dañinos para todos, sobre todo para los catalanes.

El freno a Le Pen o el afloramiento de las mentiras que llevaron al triunfo del Brexit son una buena base para explicar las bondades para todos de no facilitar la división de Cataluña, no romper España y no debilitar la Unión Europea. Urge explicárselo a los catalanes con los medios adecuados para que el discurso llegue al conjunto de la sociedad.