Una de las cosas buenas que tiene internet es que se constituye en hemeroteca universal y no hay palabra que se la pueda llevar el viento. Quienes criticaban de manera absurda las donaciones de Amancio Ortega a la sanidad pública tienen nuevos motivos para la “crítica”. Ahora, pone su plataforma logística al servicio de las necesidades del país, va a fabricar material de protección, donará mascarillas y para redondearlo se compromete a mantener el empleo a pesar de tener cerradas ya cerca de 4.000 tiendas en todo el mundo.

La responsabilidad social corporativa es justo eso, no quedarse en la redacción de manuales de buenas prácticas o en colgar cartelitos por doquier. Y si Amancio Ortega es, una vez más, referente en España del buen hacer. En Francia, Bernard Arnault, patrón del conglomerado de lujo LVMH, pondrá sus fábricas de perfume a producir geles alcohólicos desinfectantes, que donará a la sanidad francesa. Y si nos ponemos a buscar en internet hay un montón de gestos similares que tratan de ayudar en esta locura.

Las grandes empresas no son el enemigo del Estado, ni mucho menos. Son el esqueleto sobre el que se arma nuestra sociedad porque si es cierto que la inmensa mayoría de empresas son pymes, microempresas y autónomos no es menos cierto que sin las grandes empresas el sistema se caería. Y esta visión debería guiar las actuaciones de nuestro Gobierno y evitar caer en el populismo, cosa que, en general, hay que reconocer que hasta la fecha no ha hecho en sus medidas a pesar de los cantos de sirena de los ministros (y ministras) competentes (y competentas) en materia social.

Las ayudas deben asegurar que las empresas sigan funcionando y dejar los subsidios y rentas básicas como última opción en caso que todo falle. Cualquier ayuda a una empresa para que siga operativa tiene un efecto multiplicador extraordinariamente mayor que si la misma cantidad de dinero se distribuyese como subsidio. No quiero decir que no haya que ayudar a quien lo necesita, ni mucho menos, sino que hay que intentar que el número de personas que necesiten un subsidio sea el menor posible y para ello el soporte a las empresas es fundamental.

En España tenemos varios problemas en esta crisis. En el sanitario somos el segundo país del mundo con mayor esperanza de vida, lo que hace que tengamos un número de personas mayores superior a otros países y, por tanto, una mayor población en riesgo.

En el económico el turismo y la hostelería en general son nuestra primera industria. Todos esperamos salir de nuestras casas en cuestión de semanas, pero muy probablemente eso no querrá decir que regrese la vida normal y vuelva el trasiego de turistas por lo que el daño a nuestra primera industria va a costar mucho tiempo en remediarse. Y todo esto nos pilla con un país demasiado endeudado. El escenario se puede calificar de muchas maneras menos de optimista.

Ahora es tiempo donde los profetas del apocalipsis sacan pecho, incluso hay “expertos” que hacen declaraciones en sentido contrario a lo que dijeron hace pocas semanas, por lo que no hemos de caer en el alarmismo, pero hemos de ser conscientes que solo las grandes empresas podrán tirar de la maquinaria de la recuperación y para ello necesitan de la acción coordinada de los gobiernos. Ahora, tras el acertado anuncio de intervención del BCE, toca cerrar las bolsas por una temporada para evitar que los especuladores hagan su agosto arruinando a los demás.