Afortunadamente quienes hablaban de una nueva normalidad en mitad de la pandemia se equivocaron. Hemos vuelto a una normalidad idéntica a la anterior, aunque con heridas y todavía con algún mal recuerdo como son la absurda obligatoriedad de mascarilla en el transporte público, el desastre perpetrado contra la movilidad en la ciudad de Barcelona y el tele-escaqueo aplaudido sobre todo por funcionarios y sindicatos. Pero en general nuestra vida, afortunadamente, es tan normal o tan extraordinaria como lo era en 2019.

Quienes no se han recuperado, y por ello sufrimos las consecuencias, son los balances de los bancos centrales, hipertrofiados y convertidos en vertederos de las miserias financieras derivadas del dopaje de nuestras economías.

Los bancos centrales son los emisores de moneda, los prestamistas de última instancia y, en general, tienen delegada la política monetaria con el fin de mantener la inflación a raya. Pero el colapso del sistema financiero en agosto de 2007 les otorgó un papel más predominante. Antes del crash de liquidez de 2007 los bancos se prestaban dinero entre ellos todos los días. El mercado interbancario funcionaba de manera regular, segura, fiable y, en general, barata. Pero el colapso financiero de hace 15 años provocó una gran desconfianza y el prestamista de último recurso se convirtió en el principal proveedor de liquidez mediante sus líneas especiales (LTRO y similares) y, a la vez, en depositario de la liquidez sobrante.

Los bancos centrales además de convertirse en actores protagonistas del mercado interbancario se han puesto a emitir billetes como si no hubiese un mañana. Para ello no les ha hecho falta darle a ningún botón, simplemente se han puesto a comprar deuda de empresas y, sobre todo, de estados de modo que su balance ha ido engordando de manera desaforada aplicando el quantitative easing, una vez que la bajada de tipos y el qualitative easing agotaron su capacidad de animar las economías. Por culpa de esta absorción de activos los balances de los bancos centrales se han multiplicado por 5 (Reserva Federal) o por 8 (BCE). Hoy el tamaño de los balances agregados de todos los bancos centrales equivale, más o menos, a la cuarta parte del PIB mundial, cuando a inicios de este siglo no pasaba del 3%. La diferencia es, sobre todo, deuda aparcada.

¿Es bueno tener los balances de los bancos hipertrofiados? Pues más o menos como tener un corazón hipertrofiado, su funcionamiento es peor que el de un corazón sano. La inflación actual proviene, en buena medida, del exceso de liquidez en el sistema y, sobre todo, del endeudamiento irresponsable de los estados y ambas causas tienen en su origen la compulsión compradora de los bancos centrales. Más del 50% de la deuda española está en manos del BCE, por eso nuestra prima de riesgo está contenida, gracias a la labor del BCE como comprador que corrige el poco apetito a nuestra deuda a precios bajos que pueda tener el mercado.

Llevamos 15 años ignorando el peligro del crecimiento de los balances de los bancos centrales porque nunca nos viene bien ajustarlos. Cuando comenzaban a reducirse algo, vino el Covid-19, luego la guerra y mañana vaya usted a saber qué. Pero o se ajustan los balances o este crecimiento desaforado hará que todo el sistema financiero salte por los aires cuando menos lo esperemos.

Cuando terminaba la segunda guerra mundial había líderes en el mundo de mucho peso, como Churchill, Roosevelt, De Gaulle y el propio Stalin, y economistas de la talla de Keynes y Harry Dexter. Todos ellos dieron el impulso necesario para que naciese el Fondo Monetario y el Banco Mundial, de igual modo que se definieron mecanismos para estabilizar los tipos de cambios a través de la International Clearing Union. Gracias a la conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas celebrada en Bretton Woods, el mundo pudo salir de manera ordenada del caos económico de la segunda guerra mundial. Ahora hace falta algo similar, un reajuste, unas nuevas normas que nos permitan mirar hacia el futuro con algo de optimismo. No hacen falta fotos, hacen falta decisiones que marquen un nuevo horizonte.

Con tanta deuda soberana en poder de los bancos centrales se podría hacer una quita selectiva de manera acordada y unánime. El problema es que nadie se atreve a abrir ese melón pues habría que gestionar un default parcial y un ajuste de balances, pero es imposible desandar el camino andado si no se toman medidas extraordinarias. El ajuste de los balances progresivo en momentos de bonanza no será suficiente.

Prueba de la disfuncionalidad del sistema actual es que los bancos centrales tratan de enfriar la economía con medidas monetarias y los estados tratan de evitar la recesión con medidas fiscales, para lo cual se endeudan más, engordando los balances de quienes quieren reducirlos. Podemos seguir mirando hacia otro lado, pero el problema es cada día mayor, tanto como el tamaño de los balances de los bancos centrales.