Las últimas elecciones generales en España se plantearon, siguiendo estrategias electorales usadas en otros países de manera exitosa, como si fueran la madre de todas las batallas. La campaña resultó muy impostada, sobreactuada y llevada al límite. Siguiendo las tesis del gurú de la nueva derecha, Steve Bannon, los discursos de las derechas hispánicas se han desplazado hacia el extremo, usando un lenguaje agresivo y extremadamente excluyente, apostaron por instrumentalizar los diversos malestares llevándolos hacia las bajas pasiones apelando a reacciones puramente emocionales. Se trataba de echar a Pedro Sánchez de la Moncloa, como fuera, y así poder imponer políticas drásticas y definitivas. Era ahora o nunca. Echar gasolina a los problemas, más que aportar soluciones. El fracaso del tripartito de la Plaza Colón ha resultado claro y notorio, aunque algunos al cobrarse unos escaños de más, pretendan hacer una lectura triunfalista. Si algo ha ganado claramente las elecciones generales en España ha sido la moderación. A veces, el electorado resulta mejor, más ponderado y responsable, que los propios líderes políticos.

Durante los últimos meses la derecha española ha cometido todos los errores estratégicos posibles para resultar claramente derrotada. Un conocimiento elemental de la teoría tradicional de los comportamientos electorales así lo parecería indicar. Los nuevos teóricos del marketing político de estas derechas desacomplejadas, copiando contextos muy diferentes, han pretendido imponer innovadores criterios comunicativos y de conformación del lenguaje político que no han funcionado. La estrategia de la crispación no ha hecho sino dar los resultados nefastos que había dado toda la vida. El electorado continúa reaccionando según los parámetros de la vieja política. Hay cosas muy elementales. Primero, una apuesta de radicalización y confrontación fuerte, siempre termina activando el voto de los contrincantes. El progresismo se ha movilizado, y especialmente las mujeres, conscientes de lo que se jugaba. Un error de principiantes. Segundo, sigue siendo cierto que las elecciones se ganan con el votante moderado. El desplazamiento hacia la extrema derecha de las tres opciones, ha dejado una inmensa autopista central al PSOE, al que no le ha hecho falta hacer nada más que esperar. Incluso a Podemos, que ha podido presentar su cara más amable y transversal, con un Pablo Iglesias haciendo de Íñigo Errejón. Y, tercero, competir de manera dividida por un mismo espacio político siempre conlleva el fracaso de todos, especialmente cuando no se actúa de manera articulada y representando segmentos de voto diferentes, sino haciendo una subasta para ver quién hacía la propuesta más llamativa. Errores de manual que han evidenciado que, sin embargo, la política sigue siendo básicamente como era, al menos en un contexto político como el español.

Algunas cuestiones adicionales. El independentismo se ha sentido llamado a la movilización como nunca. Además de poder apelar al victimismo judicial, la derecha española les hacía la campaña. En las poblaciones y barrios de tradición más independentista y de radicación de clases medias, la participación electoral ha sido mucho más elevada. Entre Sant Cugat y Torre Baró, por ejemplo, hay 25 puntos de diferencia. A pesar de la irrupción de Vox, gran parte del electorado español no ha comprado la demonización exagerada que se ha hecho del tema catalán, ni tampoco está de acuerdo con las soluciones drásticas que algunos verbalizan. La mayoría de la gente es bastante más civilizada. Desde el punto de vista de los electores, justamente Vox no recibe un voto de nueva derecha sino de la extrema derecha de siempre que ha abandonado el PP para darse una alegría con un discurso político más duro. No ha penetrado, o muy poco, entre trabajadores y sectores sociales bajos como pretendía. En Cataluña, tiene el mejor resultado en Pedralbes, con un 10% de los electores. En Madrid, se impone también en las zonas residenciales más acomodadas. El crecimiento de Ciudadanos, tiene mucho de espejismo. Ha quemado todos los barcos para obtener sólo un 3% más de voto. En las anteriores elecciones había quedado subrepresentado en escaños, por una ley de Hondt que le había jugado en contra. Al superar el 15% del voto, ahora ha podido entrar en el reparto de la representación de eso que se llama "la España vacía". Más allá de pelear por el liderazgo de la derecha, ahora ha quedado ancorado y su margen político resulta muy escaso.

Para mí, si hay un personaje que representa el fiasco de esta derecha no es tanto Pablo Casado, como José María Aznar. Se quejaba en un mitin días antes de los comicios del problema de la división y de la necesidad de reunificar la derecha, obviando que él ha sido el gran propulsor de la partición. Removió las tranquilas aguas del mundo de Mariano Rajoy, impulsando primero Abascal y Vox, para luego apostar por Albert Rivera, antes de abanderar como nuevo líder del PP a Pablo Casado. Ha sido también el inductor del ridículo desembarco de Cayetana Álvarez de Toledo en Barcelona. Todo un regalo para el independentismo, que no se creía que pudiera tener tanta suerte y que la derecha fuera su gran aliada.