Hace unos días al acabar, a media mañana, un trabajo, mis pasos me dirigieron, sin pensar, a un bar de la zona a tomar un café con leche. Normalmente lo suelo hacer. Y fue al cruzar la calle cuando me acordé ¡pero si los bares están cerrados! Media vuelta y para casa.

Se nos está volviendo la vida del revés. El Covid está acabando no solo con nuestras costumbres más arraigadas, sino con algo más: nuestra libertad. El café con leche de media mañana, las tapas de los viernes por la noche con tu pareja o la comida que ocasionalmente disfrutamos con los amigos se ha acabado y no sabemos cuándo podremos volver a disfrutarlo como antes, con total libertad. Esa era la vida normal, la que nunca hemos apreciado en su justa medida porque siempre la hemos tenido. La de viajar, entrar y salir sin dar cuentas a nadie y la del disfrute de pequeñas cosas tan sencillas como entrar a un bar cuando nos apetezca, cosas que, sin apenas valorarlas, hoy ansiamos recuperar como si fuesen extraordinarias.

¿Te has dado cuenta lo tristes que están las calles con los bares cerrados? El bullicio de la gente hablando, el olor a café y a pastitas recién hechas o el cálido ambiente de los restaurantes se echan mucho de menos. Parece que no hay vida sin ellos. Y te das cuenta que no, no la hay, porque detrás de las persianas están las personas que se levantan muy temprano y se van muy tarde para servir a los demás, para hacer un trabajo que en muchas ocasiones no es reconocido como merece por el gran sacrificio que les representa. Lo peor es que después de estos días de incertidumbre y tristeza no todas esas cafeterías, bares y restaurantes van a poder volver a abrir.

Esas familias que viven de la restauración, sean propietarios o empleados no han sido escuchados por quienes han decidido cerrar. Hace unos meses ya pasaron por lo mismo: cerrar. Y algunos lo hicieron para siempre. Otros, a base del esfuerzo de quedarse sin vacaciones o de solicitar otro préstamo o acumular unas deudas que hipotecarán su vida durante muchos años, implementaron las medidas de seguridad exigidas por el gobierno, porque había que seguir trabajando y a la vez ofreciendo la seguridad que todos los consumidores merecemos. Respetar la distancia de seguridad aunque signifique menos clientes, adquirir guantes, mascarillas y EPIS desechables para los trabajadores, desinfección continuada de máquinas y demás utensilios de cocina y comedor. Ellos cumplieron. No había más alternativa y fueron responsables. Comprendemos que estamos ante una situación en la que la salud de todos está en juego y eso es lo primero, pero también hemos de exigir que no siempre se sacrifiquen los mismos y que quienes están al mando de un gobierno tengan, como mínimo, la sensibilidad de escuchar las necesidades del colectivo, las posibles alternativas que pueden ofrecer y que se han adoptado en otras Comunidades como Navarra y si no hay otra solución, al menos el compromiso inmediato de ayudas económicas para que estas familias puedan seguir subsistiendo, porque dictar, como ha hecho la Generalitat, de un día para otro la orden de cerrar los establecimientos sin tan siquiera reunirse con ellos cuando se están jugando para siempre su medio de vida es, cuanto menos, despiadado.

Concentraciones del colectivo de hostelería, como la estos días ante el Ayuntamiento de mi ciudad, Cerdanyola, exigir a la Generalitat para que destinen partidas a este gremio y reclamar las ayudas económicas que más tarde que pronto llegarán, si todo transcurre con normalidad, de la Unión Europea. Todas estas acciones son necesarias y debemos exigir se pongan en marcha de forma inmediata, pero no nos engañemos, las personas tenemos que comer, vestir, pagar y vivir cada día y unas ayudas que tardarán, en el mejor de los casos, meses en llegar, hoy no solucionan nada. Así que, mientras tanto,  quienes verdaderamente acabaremos ayudándonos seremos quienes nos concienciemos del problema del aquí y ahora y comprendamos que hoy le toca el turno a la hostelería pero mañana le tocará a cualquier otro. Acuérdate del olor de la paella, del sabor de tus croquetas favoritas o esas patatas bravas que se deshacen en tu boca y pongamos nuestro granito de arena. Volquémonos en ellos adquiriendo sus productos para comerlos en casa y al menos intentemos entre todos paliar una situación de la que, solo saldremos con nuestro esfuerzo, con prevención, raciocinio y mucha, mucha solidaridad.

Después, habrá tiempo y en nuestra mano estará pedir responsabilidades y cambiar los gobiernos que cuando los necesitamos no se ocupan de nosotros.