Los indecisos y los indiferentes deberían reflexionar sobre la honestidad de quienes nos convocan a una adhesión, que no a un referéndum decente.

Los independentistas dicen que "España nos roba"; al parecer sólo la mitad que a la Comunidad de Madrid, según las balanzas fiscales de las comunidades autónomas publicadas por el Ministerio de Hacienda. A ellos un 9,2% de su PIB, a los catalanes un 5% del PIB, luego roban mucho más a Madrid. Pero en Madrid no hay multitudes en la calle coreando "España nos roba". O ellos son más generosos o nosotros somos más singulares. La aceptación acrítica de la mentira del "España nos roba" ha permitido ocultar la verdad de lo que nos sustraen con intimidación, o sea, lo que nos roban material y moralmente dentro de Cataluña, dejando ahora de lado todo lo que los corruptos autóctonos de diverso pelaje nos robaron ya.

Nos roban la bandera, la de toda la vida, la estatutaria, fagocitada en la calle por la de la estrella sobre fondo azul, una bandera sectaria, de un partido, de una idea. Nos roban el himno, cantado puño en alto en el hemiciclo del Parlament, medio vaciado a golpe de abuso de la mayoría después de una derrota histórica de la democracia parlamentaria. Nos roban la Diada, la fiesta de todos, secuestrada por una mar de banderas independentistas y de pancartas exhibiendo insumisión y metamorfoseando miles de participantes en una masa frívola por crédula. Nos roban la televisión pública, subvencionada con el presupuesto de todos y convertida en la imagen y la voz de una minoría insubordinada, a un paso de la sedición abierta, a cuyo frente se sitúa, algo insólito en una democracia europea, quien debería ser el presidente institucional de todos los catalanes.

Nos roban el Estatuto de Autonomía, la norma fundamental de Cataluña, gravada en el frontispicio de nuestra lucha por las libertades ("llibertat, amnistia i Estatut d’Autonomia"), y ahora despreciada y vulnerada por quienes están obligados a respetarla y a defenderla desde las instituciones recuperadas. Nos roban la seguridad jurídica, montando una falsa legalidad que contraponen a la constitucional y a la estatutaria, incitando a la desobediencia y al desacato de las resoluciones judiciales. Nos roban el respeto a la ley, burlándola desde las instituciones, frivolizándola en la calle e insultando y amenazando a los que la respetan. Nos roban el consenso básico de la democracia, apropiándosela y adulterándola hasta hacerla irreconocible.

Nos roban la cohesión interna, provocando la división en familias, amistades, comunidades de vecinos, asociaciones, clubes, partidos, sindicatos, ciudades, pueblos

Nos roban la cohesión interna, provocando la división en familias, amistades, comunidades de vecinos, asociaciones, clubes, partidos, sindicatos, ciudades, pueblos... hasta no poder reconocernos ni como nación ni como sociedad, y todo por el espurio interés de unos dirigentes sectarios tapado con el espejismo de una quimera. Nos roban la estabilidad económica y social, levantando graves incertidumbres sobre nuestro futuro personal y colectivo, que embellecen con ilusorios paraísos de bienestar y de harmonía.

Nos roban la pertenencia emocional a España, rechazando nuestra aportación presente y futura a su devenir, en nombre de un resentimiento inducido y de un revisionismo histórico reaccionario, y obviando la magnitud de la renuncia que nos quieren imponer. Nos roban la certeza de nuestra permanencia en la Unión Europea, pretendiendo que en una secesión no quedaríamos fuera de ella gracias a nuestros imaginarios méritos europeístas, e ignorando con mala fe lo repetidamente manifestado en sentido contrario por las autoridades europeas.

Queda por cerrar el inventario final de lo que nos habrán robado.

Con el sí, pretenden blanquear lo que nos han robado. Participar en ese envite de fulleros equivale a complicidad. Sólo si restituyen íntegramente lo robado podrán merecer nuestro perdón algún día.