Tengo realmente curiosidad por saber que le importará a un ciudadano de Bollullos del Condado (Huelva) o de Sarria (Lugo), por citar dos lugares geográficamente distantes, la celebración ayer de la Diada, sus fastos y palabrería incendiaria e inútil, cuanta gente participó o la división interna. Y, si me apuran, hasta a gentes de muchos rincones de una Cataluña que va camino de la irrelevancia de la mano de sus gobernantes. Las calles del centro de Barcelona distaban de recordar el ambiente festivo de otras ocasiones, sin apenas esteladas, ni las camisetas negras de ayer o grupos de manifestantes ocupando las terrazas.

Quizá haya influido el aluvión informativo del fin de semana por la muerte de Isabel II; nunca imaginé que hubiera tanto experto en la monarquía británica, ni que nos encontrásemos con una oleada semejante de hooliganismo monárquico, inglés claro que no español. Tal vez sea un intento de evadirse y escapar de la murria que nos invade. Será indicativo saber cuántos telespectadores catalanes siguen la próxima semana las exequias de la reina desaparecida; cuando las de Lady Di se dijo que llegaron a dos mil quinientos millones en todo el mundo. Tornar a la realidad que nos pintan, empuja a escapar y olvidar por un rato las angustias personales y colectivas, sobre todo con el largo o interminable periodo electoral que nos espera.

Con la atonía general que impera por el síndrome posvacacional y la incertidumbre ante el futuro precario que nos anuncian, lleno de nubarrones, empiezo a creer que lo que ocurre en el Principado interesa cada vez a menos a la gente, dentro y fuera de su territorio. Siempre quedará, claro está, la atención de algunos azuzada por cada concesión de La Moncloa a sus socios de investidura. Después de todo, hasta veteranos dirigentes socialistas de los tiempos del felipismo mantienen en privado que las próximas elecciones se perdieron ya con los indultos a los dirigentes del procés. Sin que de nada sirva la apelación a la "clase media trabajadora", un concepto de difícil encaje en la sociología.

Que Pere Aragonés y sus consejeros no acudieran ayer a la manifestación, podría achacarse a que estuviesen afectados por una migraña. Eso sí: no habrá estado motivada por sus inquietudes como gobernantes, sino por los quebraderos de cabeza que les provocan sus socios de gobierno. Estando todos en modo electoral, cada vez que se reúnen y dada la escasez de decisiones que adoptan, más parece que se congreguen para una sesión de espiritismo que para gobernar. Los de Junts amagan ahora con abandonar el Govern. Cuesta creerlo; entre otras cosas porque implicaría una crisis laboral para mucha gente. Incluso los consejeros no son diputados por aquello de optimizar cargos. Pero la decisión en un sentido u otro, "ratificar cualquier acuerdo electoral y de gobierno con otros partidos", deberá ser refrendada por la militancia, según los estatutos del partido que se dice heredero de la antigua Convergencia.

En realidad, es como si viviésemos en un periodo de crisis ptolemaica en las distintas Administraciones obligadas a regir la vida y destino de los ciudadanos. Cada político parece haberse convertido en un pequeño Ptolomeo: un exceso de personalismo en el que cada cual parece manifestarse como el centro de su universo particular. Cada uno va a su bola en un orbe que es una suma de pequeños mundos, a veces mínimos, en los que el ciudadano no se sabe a ciencia cierta qué es o representa ni qué papel juega si es que le queda alguno por representar.

Siempre se puede pensar que lo que no tiene solución, tiene desenlace, como en cualquier drama teatral o político. El problema es que desconocemos por completo cual será. Ayer mismo podíamos conocer que Pere Aragonés se reafirmaba en que Cataluña volverá a votar su independencia. ¿Cuándo? Según él, todo depende de la fuerza que acumule el independentismo y no son tiempos de optimismo precisamente. Lo peor, al menos para unos cuantos, es que Salvador Illa llegue a reconocer que "Junts da más problemas a Aragonés que yo"; tal vez sea la mejor definición de cómo está la oposición catalana. Hay mensajes que mejor guardarlos en casa y con discreción, no sea que desmovilicen aún más al electorado.

Pero a grandes males, grandes remedios: en Madrid, que siempre será la gran caja de resonancia nacional y pasto de rumores de todo tipo, se comenta que Ferraz (sede del PSOE) enviará a Barcelona un equipo para planear, dirigir y controlar la campaña electoral del PSC para la alcaldía de Barcelona. Todo es posible, por más que el problema no radica en el equipo sino en el candidato. Es muy difícil competir electoralmente con alguien con quien se está coaligado en el gobierno cotidiano de la ciudad y se asume la corresponsabilidad de las decisiones. De esta forma, en poco tiempo se ha pasado de una situación en la que Jaume Collboni estaba ausente a un estado de mayor visibilidad de la coalición, en perjuicio de los socialistas.

El nerviosismo se instala en la sociedad en un momento de crisis global que debería obligar a oír hasta crecer la hierba para saber con precisión cual es el ambiente general. Mucho más importante que sumar es ahora multiplicar esfuerzos y voluntades, momento de gobernanza y de colaboración público-privada, sin que se vean esfuerzos en esa dirección. Incluso resuena la exigencia de sacrificios, como si estuviésemos en tiempos de abundancia y bienestar. Una petición que, a estas alturas y circunstancias, afecta a la estabilidad mental y no solo política, incluso de quienes la formulan.