¿No hay mujeres en la pista?

Andrea Rodés
25.01.2020
9 min

He jugado a tenis toda mi vida. Tengo un drive bastante correcto --bola larga y rasa, con un poco de suerte enviada a una esquina lateral del fondo, obligando a mi contrincante a realizar un revés forzado-- y un revés históricamente malo. Después de años de entrenamiento, los profesores de mi club de tenis, en Cabrils, me regalaron un diploma especial que decía “por la búsqueda de un revés, y por fin haberlo encontrado”. Me reí mucho. De eso se trata hacer deporte: divertirse, competir, sudar, hacer amigos.

Hacer deporte despeja la mente, genera adrenalinas y te distrae de los problemas cotidianos, al menos por un rato. Además, juraría que el tenis es garantía de longevidad. En mi club hay octogenarios y nonagenarios equipados con prótesis, coderas y rodilleras que a las nueve de la mañana de un domingo ya están dándolo todo en la pista.

Lo que no hay, desgraciadamente, son muchas mujeres. Según cifras del Institut d’Estadística de Catalunya, IDESCAT, en 2018 en Cataluña había aproximadamente 241.000 jugadores de tenis federados, pero solo el 31% eran mujeres. Las estadísticas empeoran si hablamos de deporte en general: de un total de 630.776 deportistas federados que hay en Cataluña, incluyendo aficiones como el Taekwondo, futbol sala, bádminton, vela o ajedrez,  solo el 12% son mujeres

¿Por qué? Hay bastantes teorías, pero es sospechoso que en mi club de tenis escaseen principalmente mujeres de mi franja de edad, es decir, entre 30 y 50 años. A simple vista, la explicación es simple: son madres. “Con dos hijos cómo quieres que encuentre tiempo para jugar, bla, bla…”, me dicen algunas. Pero allí están sus maridos, jugando a pádel, tenis, fútbol una tarde cualquiera entre semana, o saliendo a navegar los domingos. Ellos no han dejado sus aficiones deportivas por ser padres. Ellas sí. ¿Son mis amigas machistas?

“Cuando tengas hijos, ya lo verás”, me responden. Puede que tengan razón, si es que estoy a tiempo de comprobarlo. Pero, sinceramente, no me veo dejando el tenis. Uno de los mejores regalos que me hicieron mis padres fue inculcarme la necesidad de hacer deporte. El tenis era el que practicaban ellos (con mi madre aún juego partidos los fines de semana y, si me despisto, hay riesgo de que me gane algún set), así que me apuntaron a clases, y me gustó.

Debo admitir que hubo una época, entre los 18 y los 30 años, que dejé colgada la raqueta. Con la llegada de los años universitarios y las monumentales resacas de fin de semana, sujetar una raqueta un sábado por la mañana parecía una misión imposible. Me limité a apuntarme a un gimnasio y hacer clases de aerobic y steps  --aún no estaba de moda el zumba y en lugar de reggaetón sonaban los hits del Ibiza Mix-- hasta que al acercarme a los 30 volví a tener ganas de practicar deporte al aire libre.

Fue entonces cuando se me ocurrió volver al tenis. Me compré una raqueta y reté a mi novio de entonces a que me acompañara a la pista. Para mi felicidad, descubrí que mi control sobre la muñeca derecha seguía intacto. Recordaba todos los movimientos y hasta mi oxidado drive era capaz de rascarle algún punto a mi pareja, quien también había jugado de pequeño.

De no ser por la polución que nos rodeaba (mi retorno al tenis se produjo en un club al aire libre en el centro de Pekín), diría que mi estado físico y emocional mejoraron al retomar la raqueta.  Por esa época también empecé a correr y me apunté a yoga, lo que me hace pensar si los 30 no serán esa edad en la que uno por primera vez mira atrás y siente nostalgia de lo que fue.  

Mis padres no solo me apuntaron a tenis. Ignorando la escasa agilidad física de su hija mayor, también tuvieron la ocurrencia de apuntarme a judo, a gimnasia artística, a básquet, a voleibol… y, Dios, ¡cómo odiaba el voleibol! 

Pero mi madre estaba secretamente enamorada del entrenador y no quiso desapuntarme hasta que terminase el curso, por mucho que me quejara. Entrenaba tres tardes a la semana en el polideportivo municipal de Vilassar de Mar, donde no conocía a nadie. Mis compañeras de equipo  --la Suely, la Bibi, la Bego,  la Laura--, iban todas al mismo cole, eran mucho más altas que yo y me daban miedo.

Recuerdo que mi madre me dejaba en la puerta del vestuario y yo intentaba alargar al máximo la operación de enfundarme el chándal, abrocharme las bambas y terminar de merendar. Muchas veces salía a la pista engullendo aún el último donette y mi madre, desde las gradas, me gritaba algo como “deja de comer, Andrea, que esta noche hay librillos para cenar”.

Entonces el guapo entrenador se reía mientras el resto de las jugadoras me miraba con sorna y yo me moría de vergüenza. Me sentía un poco como la mascota del equipo, porque cuando había torneo nunca me sacaban a jugar.  Normal. Con catorce años yo era aún una chica gordita y bastante patosa (excepto con el tenis), mientras el resto de jugadoras ya habían dado el estirón.

Una en concreto, Laura, con una melena rubia hasta el trasero, me sacaba por lo menos dos cabezas y propinaba tales pepinazos a la bola que cuando entrenaba con ella terminaba con los brazos como tomates. Eso si llegaba a contestar su bola, claro, porque me pasaba la mayor parte del entreno arrastrando mis bambas Reebok tobilleras por la pista del pabellón con la lengua fuera, haciendo ese ruidito molesto que hace una suela de goma al restregarse contra el suelo recién fregado.

Me pregunto si Laura seguirá hoy jugando a vóley o será una mami que no tiene tiempo para hacer deporte. O si mis amigas Carol y Patricia volverán algún día a navegar, a salir en bici o ir a correr, como lo siguen haciendo mis amigas expats (belgas, islandesas, alemanas…) que han sido madres igual que ellas.

La Unió de Federacions Esportives Catalanes (UFEC), denunciaba en un estudio reciente que Cataluña se encuentra en la cola de Europa en políticas deportivas. "La mayoría de los países europeos invierten una media de 200 euros por habitante, mientras que en nuestra casa la cifra es solo de 8,14 euros", señalaba el presidente de la UFEC, Gerard Esteva.

El reclamo del deporte catalán a la Generalitat para el 2020: frenar los recortes en materia de deporte y destinar al menos el 1% del presupuesto del gobierno a este sector, clave para la salud, bienestar y cohesión social, entre muchos otros aspectos. ¿Conseguirán así que haya más mujeres en la pista?

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¿Quién es... Andrea Rodés?
Andrea Rodés

Andrea Rodés (Barcelona, 1979) es periodista y escritora. Licenciada en Administración y Dirección de Empresas por ESADE, amplió sus estudios con un postgrado en Historia del Arte en el Courtauld Institute of Art (Londres) antes de dedicarse al periodismo y la escritura. Fue corresponsal del diario Público en China y ha publicado varios libros de ficción y no ficción en catalán y castellano, entre  ellos: Por China con Palillos (Destino, 2008), El Germà Difícil (La Magrana, RBA 2012) o Cuando se vaya la niebla (Huso Editorial, 2019).