Una de las perversiones más grandes del procés independentista es el lenguaje. Han construido un escenario donde sólo las palabras pueden llevar a clasificarte en un bando u otro. No olvidemos que, a estas alturas, todos estamos ya en un lado de la trinchera. Los equidistantes, a pesar de lo que piensen Miquel Iceta o Xavier Domènech, son ya una especie a extinguir.
En esa lucha de bandos, a mí siempre me ha hecho especial gracia que aquellos que defendemos la ley seamos tildados de fascistas, fachas o españolistas, incluso a nivel conversacional como algo natural. Últimamente, además, algunos empiezan a denominarnos como "la línea dura del constitucionalismo". Según parece, para los independentistas más radicales defender la ley es ser línea dura. Y en ese grupo estamos desde jueces a periodistas y cualquiera que ose criticar a la tropa bendita por un Dios menor del independentismo.
Entre nosotros, yo, de pequeñito y hasta más allá de la adolescencia, dormía con una ikurriña en mi habitación. Creo que nunca he tenido en mi mano una bandera española, y encima una parte de mi familia tiene un sesgo nacionalista --incluido mi caso-- elevado. Por todo ello, debería quedar atónito. Si además sumamos los ataques de la auténtica línea dura de la derecha española, podríamos incluso brincar boca abajo esperando una pizca de inteligencia de los radicales independentistas. Entre ambos siempre queda la coherencia. Y la verdad es que yo no tengo problema en decir que me gusta la diversidad, no la convergencia, y en ese aspecto creo que el gran mérito de España es disponer de gente diversa bajo un mismo techo. Esto no es Francia, donde siempre se masacró el pensamiento regional. Esto, por suerte, es España, con gente buena, gente peor y gente impresentable, pero donde, al final, el respeto siempre ha marcado la línea roja.
Y en eso no tengo duda. Sí los independentistas han pasado la línea roja, que lo han hecho muchas veces, deben ser castigados sin concesión. A eso los fachillas radicales catalanistas le llamarán "línea dura", pues bienvenido sea su porquería de criterio mental. Prefiero ser línea dura con mi pasado que ciego ante los abusos, la xenofobia, el fascismo o la sociedad feudal prometida por los Torra, Puigdemont, Mas, Artadi y el del patinete de turno.
Ahora mismo en Cataluña toca posicionarse, diga lo que diga la gente. Podemos querer una sociedad abierta con oportunidades para todos iguales o una sociedad dominada por una casta familiar con sede en la Generalitat, empresas públicas y medios de comunicación torticeros. Muchos nunca hemos entendido a esos que viven de la mendicidad del dinero de todos. No por mala fe, sino porque seguramente la facilidad con la que han vivido les hace ser unos simples vasallos de la nada. Y la nada acostumbra a no generar riqueza en un territorio.
Un último dato, como quien no quiere la cosa. La editorial de Quim Torra, A Contra Vent, facturó unos 10.000 euros en 2014, cuando había recibido cerca de 52.000 euros de subvenciones. Es decir, con casi 50 libros publicados y subvencionados vendió, menos de diez ejemplares por libro al año. Menos de uno al mes. ¿Lo han oído en TV3? ¿En RAC1? ¿Incluso en La Vanguardia? Perdón, ¿es eso una editorial? Por favor. Claro que para cosas como esas yo sí soy linea dura... y, señores, a tomar viento. Es indigno, es una vergüenza y no podemos estar callados ante tales atropellos. Hay que destruir una forma de sociedad feudal de familias, empezando por cerrar TV3, que rompe Cataluña. Ya no valen medias tintas. No vale más que confirmar que debe haber una línea dura basada en la ética y en la coherencia contra esos abusos de estas familias catalanas.