El primer aniversario de la entronización de Puigdemont como presidente de Cataluña, en los ratos libres que le deja su dedicación al Twitter, su antecesor, Artur Mas, ha cometido otras de sus ya habituales glosas dominicales en La Vanguardia bajo el título de Volvería a hacer lo mismo como un retruécano tabernario. Una prosa cazurra y cerril del sostenella y no enmendalla o del antes muerta que sencilla.
La cosa alcanza el nivel del pis desde el trampolín de la piscina cuando trata de explicar lo inexplicable. Unas elecciones "plebiscitarias" en que el candidato se esconde en una lista electoral que constituyen una verdadera anomalía democrática y en que la noche electoral se proclama vencedor en cuatro lenguas diferentes. Los independentistas obtienen la mayoría de escaños --con una ley electoral de hace más de treinta años por la que el voto de los catalanes no vale igual según donde residan-- pero no obtienen la deseada mayoría de los electores. Tras ello se produce uno de los episodios más oscuros y turbios de la historia reciente de Cataluña, propia de un Cabinet noir, y como por arte de encantamiento aparece el señor Puigdemont, como el geniecillo de la lámpara mágica. Estos son los gurús que nos imparten lecciones de democracia a los demás. Ni torera, ni de la otra.
"Cuatro de cada cinco ciudadanos catalanes --afirma Mas-- avalan el primer objetivo, el referéndum; y uno de cada dos el segundo, el Estado para Cataluña". Mentira podrida. No son "ciudadanos catalanes", son simples resultados de encuestas cuyo prestigio lo conoce bien el propio Mas cuando en 2012 le auguraban una mayoría absoluta al Moisés de guardarropía y tan solo perdió doce escaños en relación con las anteriores elecciones. La realidad, en ocasiones, véase el Brexit o al señor Trump, estropea los titulares.
Mas vuelve con la perogrullada de que "no hay nada más democrático que poner las urnas", una idea que debería sonrojar a cualquiera por su banalidad
Vuelve con la perogrullada de que "no hay nada más democrático que poner las urnas", una idea que debería sonrojar a cualquiera por su banalidad. Igualito que no había nada más noble que la paz con que justificaron los acuerdos de Múnich con Hitler. El delirio se alcanza cuando afirma que "en la España del siglo XXI se persiguen judicialmente personas por tener y defender ideas" como las suyas. Su partido --o lo que queda de él-- tiene representación no solo en el Parlamento catalán, sino también en el español y en el europeo. No hay muchos Estados europeos que admitan la legalidad de partidos separatistas; España sí.
Invocar la libertad de expresión para poner --como fanfarroneó el propio Mas-- al Estado español contra las cuerdas como tan solo sucedió con el 23-F es una auténtica desfachatez. La señora Montserrat Tura, ex consejera de Justicia, partidaria de la independencia pero inteligente, afirmó que --sin valorar los procesamientos-- "la desobediencia tiene consecuencias".
Artur Mas prosigue con su mariposeo mediático, deshojando la margarita de su reelección, recibiendo el masaje de los palanganeros habituales, en una conspiración de auténtico príncipe de las tinieblas que pretende hacer de Cataluña una Dinamarca, en donde a los refugiados se les quita las joyas y el dinero, en una escena con muchas remembranzas. Josep Pla ya le espetó a Pujol, cuando tenía veleidades de socialdemócrata sueco, que en Cataluña había muchos catalanes pero muy poco suecos. No sé como andamos de daneses.