Ante la recién estrenada investidura de Quim Torra se han alzado voces condenatorias de su pensamiento, tildado de xenófobo. Muchos han parecido despertar de un letargo para desmarcarse del personaje, pero la xenofobia de Quim Torra no representa un garbanzo negro en el procés sino la savia que lo alimenta.

En España, ningún gobierno en su sano juicio toleraría que los dos millones de personas que votan por la independencia, que representan el 4,3% de la población española y el 26% de la catalana, se queden con el 6,3% del territorio y con el 19,18% del producto interior bruto. PIB que se consigue con el esfuerzo de todos los catalanes, sean o no independentistas, y en el marco de relaciones comerciales facilitadas por la pertenencia a España, hacia mercados españoles, de la UE y del resto del mundo. No es que España sea un país raro, es que no ha ocurrido nunca en un país democrático que una parte de los ciudadanos hayan podido separarse con una sonrisa, llevándose parte del territorio para ellos y sus descendientes.

¿Por qué la xenofobia es la savia que alimenta el procés? Es obvio que para conseguir sus fines, el nacionalismo independentista necesita tensar la cuerda. La victimización (considerarse minoría oprimida), la ignorancia de nuestras propias diferencias internas, el desprecio a los ciudadanos que se oponen al procés, la acentuación de lo que nos diferencia del exterior, todo forma parte de la estrategia. Estamos hablando de manipular emociones y fomentar la agresividad. Conseguir adeptos a la causa implica ejercer algún tipo de violencia hacia las instituciones de gobierno y hacia los conciudadanos que no opinan igual, e intentar provocar respuestas que suban el nivel de agresividad. El primer estadio de la violencia suele ser la verbal (descalificaciones, insultos, desprecio, pitar a alguien, negar la palabra en medios de comunicación, ejercer presión para que se marchen los diferentes), puede ser física de perfil bajo (atentar contra sedes de partidos, provocar a la policía, incendiar neumáticos, desórdenes callejeros, pintarrajear la casa de alguien o amenazar) o más violenta (linchamiento, atentados terroristas y enfrentamiento civil).

La violencia del primer tipo, aunque no sea mayoritaria, hace tiempo que la tenemos instalada en nuestra sociedad y ha provocado tensiones sociales. La segunda y la tercera se están ejerciendo contra partidos, asociaciones y medios de comunicación no afines al independentismo y contra representantes institucionales, como jueces y cuerpos policiales. Afortunadamente, no hemos llegado al cuarto nivel, de violencia física extrema. Pero la imposibilidad de conseguir lo que se desea puede llevarnos a situaciones más graves, si desde el poder político se siguen alimentando emociones negativas.

Hay otro tipo de violencia, que es la negación absoluta de una parte de los ciudadanos, considerándolos no ciudadanos y despojándolos de sus derechos más básicos. Antes de llegar a esta situación hay que definirlos como diferentes e incluso animalizarlos (es el caso de Quim Torra hacia los españoles, vivan o no en Cataluña), considerando que son genéticamente inferiores, o ajenos a la tribu por alguna característica especial (idioma materno, sentido de pertenencia, etc.). Cuando aceptamos el lenguaje supremacista estamos sentando las bases para la supervivencia en nuestras sociedades, del fascismo.

Cuando en Cataluña los lideres independentistas verbalizan (con menos del 50% de los votos) que tienen un mandato del pueblo de Cataluña para declarar la independencia, cuando proponen una asamblea de electos al margen del Parlamento catalán, cuando aprueban leyes que significan la alteración del orden constitucional sin contar con los grupos de la oposición, o cuando leemos en la ley de transitoriedad que retirarán el pasaporte y la nacionalidad catalana por condenas por delitos de "traición" o "contra la independencia de Cataluña", se está indicando de facto que a los ciudadanos no independentistas y a sus representantes no se les considera con iguales derechos que a los demás.

Antes he dicho que Quim Torra no me parecía un hecho extraño, ya que hace tiempo que en Cataluña existe xenofobia en el lenguaje y, desde el Parlamento y la Generalitat, continuas amenazas con desposeernos de la ciudadanía, si estamos en contra de la construcción de esta hipotética república. Creo que la sociedad no puede permanecer impasible ante hechos que atentan contra los más elementales principios democráticos y de derechos humanos y abren la puerta a situaciones de ignominia, totalitarismo y odio.

La elección de este presidente es una vuelta de tuerca más, y los partidos que en el Parlamento catalán le dieron el poder a Torra nos indican cuál es el modelo social al que quieren dar prioridad y justifican cualquier medio para conseguir sus objetivos. Pero los ciudadanos demócratas no deberíamos permitir que ni Torra ni ningún otro supremacista nos pueda gobernar jamás.