“Ep, vosaltres dos, què esteu fent parlant en castellà? Aquí, en català!”. Esta frase no es extraña para muchos catalanes que han sufrido la impertinente intromisión de los talibanes en su vida privada. A mí me sucedió hace años en una conversación privada. Al advertir que hablaba en castellano con otra persona mayor, también bilingüe, una joven conocida mía me recriminó de aquel modo impostado. Como le tenía cariño, no la envié a pastar fang, pero sí le dije con contundencia que yo hablaba como me daba la gana y que a ella no le debía importar. Se fue por donde había venido; debió de ver que no todo el monte es orégano. Por su parte, mi compañera de conversación, también amonestada, optó por ser discreta y no dijo ni pío; tampoco me apostilló nada.

Esta anécdota me sigue dando que pensar. La intolerancia y falta de respeto de la mocosa estaban, sin duda, promovidas y alentadas en su burbuja familiar y en su ambiente cerrado. Se podría conjeturar que ella misma hubiese recibido tiempo atrás, en algún momento, un correctivo similar al que me soltó. Y que luego se alineó con decisión en el lado de los buenos; la reprimenda habría resultado, en ese caso, oportuna para ganar prosélitos.

¿Y si yo me hubiera excusado ante ella, siquiera para quitármela de encima aquellos dos minutos? Sí, es cierto que es inimaginable, puesto que hace tiempo que no estoy para murgas insolentes. ¿Pero y si sí? Le habría dado carnaza, un trofeo que recordar con satisfacción para su tribalismo incipiente. En cualquier caso, lo cierto es que aquella escena me produjo entre indignación y pesar, y también la conciencia de que no podía hacer más de lo que hice.

Pienso ahora en unas circunstancias distintas. No hurguemos en experiencias pasadas, seguro que son numerosas. Atendamos, en cambio, al presente y al futuro. Pienso en los abusos, especialmente los de autoridad, que aguardan a niños o jóvenes por parte de monitores y profesores. En quienes trabajan para afianzar el fanatismo sembrado previamente y para intimidar o avergonzar a los que se muestren desobedientes o insumisos.

Los adultos superiores que gustan de ejercer de patriotas no saben renunciar a su apostolado imperativo. Se sienten respaldados por los políticos que detentan el poder, y se creen con derecho a hacer lo que hacen, siempre por la causa. Se saben, además, seguros, y viven en la certeza de que nada malo les ha de pasar por ello; en todo caso, serán recompensados. Lo cierto es que hacen su labor censora contra el bilingüismo. Me enfada pensar en sus efectos –excluidos de un debate público—, entre ellos el de desactivar la condición ciudadana de sus subordinados. Si no quieres problemas, acepta lo que decimos, pues es lo que hay que hacer.

“Las naciones son un territorio, una lengua y una cultura”. Un sol poble con comparsas que acompañan siempre al país en todos sus avances sociales y nacionales. Etcétera. Las palabras caen en el vacío y no significan nada. Me parece oportuno señalar que el partido popular indio BJP (Bharatiya Janata Party) tiene por lema “Un país, una lengua, una cultura” y promueve el hindutva (la calidad del hindú) para ejercer el control social hinduista. Considera extranjeros a cristianos y musulmanes. El objetivo de algunas organizaciones es extranjerizar y nacionalizar cuanto tocan, jamás humanizarse.

Para ponernos a salvo del embeleso de una identidad rígida y excluyente hemos de poner en valor las mejores posibilidades de todos. Este es el camino y no hay otro más digno. Y pasa por dar paso a lo real y a lo natural y espontáneo. Por esto participaré, animado e indignado, en la manifestación del próximo domingo 18 de septiembre, por una escuela de todos, sin precariedad ni complejos, en la que el español sea vehicular y no lengua maldecida.

Es un asunto que va más allá de cifras y porcentajes coyunturales, y que supera la vulgar política de los partidos que boicotean al poder judicial. Se trata de que prevalezca lo natural entre nosotros, y por esto quiero hacer valer mi voz ciudadana junto a la de muchos otros, sin cortarse y con empuje.