El suicidio ritual de un samurái tras la derrota es una de las imágenes más puras del honor de un guerrero. La palabra que lo define está compuesta por dos ideogramas. Según el orden en que se escriban se lee seppuku o harakiri, esta última acepción más popularizada en occidente. Y tras el samurái se coloca el kaishakunin quien le decapita para evitar alargar su sufrimiento.

En el caso del cierre de las plantas de Nissan en Barcelona, sin embargo, honor hay poco y deslealtad mucha, tanto por parte de Nissan como de Renault, colaborador necesario para perpetrar el desastre que se avecina.

Lo peor, sin duda, el cierre que lleva al paro a más de 3.000 trabajadores y condena a algo similar a un buen número de trabajadores de los proveedores. En números redondos al menos 20.000 empleos de calidad están en juego.

Nissan ha tomado una decisión que no tiene sentido económico porque va a gastar la tercera parte del préstamo que le da la banca japonesa en un cierre que por menos de un tercio se podría evitar. Además, sale de la Unión Europea y se entrega en cuerpo y alma a Renault, un suicidio en toda regla movido por la desesperación o, tal vez, por el secuestro de su aliado francés quien puede que le decapite antes de tiempo.

Que Nissan tenía problemas era un secreto a voces. Financieramente se rompió la buena racha iniciada por Carlos Ghosn pero entró en una espiral casi autodestructiva en noviembre de 2018 al alimentar el escándalo mayúsculo de la detención en Japón del Presidente de la alianza. Desconozco si las acusaciones tienen fundamento o no, pero las formas son incompatibles no ya con la gobernanza de una multinacional sino con el más elemental sentido común. El escándalo se llevó por delante no solo a Ghosn sino también a un buen número de dirigentes de las dos empresas, incluido el CEO de Nissan, Saikawa, y el de Renautl, Bolloré. Para entender la, mala, decisión empresarial tomada hay que asumir primero que Nissan es una compañía muy enferma.

Además, Nissan en Barcelona hace tiempo que languidecía. La alianza con Renault no le vino bien pues su especialidad, vehículos comerciales y motorizaciones diésel, dejó de ser singular ya que el fabricante galo anda sobrado de esas capacidades. Poco a poco fue perdiendo empuje y volumen, requiriendo sucesivas restructuraciones. En 2009 acometió una de los mayores ajustes, más de un tercio de la plantilla, que fue posible por el firme compromiso con el futuro del entonces director Fumiaki Matsumoto. Pero tras la marcha de Matsumoto el goteo de malas noticias no cesó, asignándose a plantas de Renault productos que antes hubiesen venido a Barcelona y, en consecuencia, cortando el grifo de las inversiones. Para rematar la faena Nissan Europa, cada vez con más directivos de Renault, solo se preocupaba de la planta de Reino Unido, dejando abandonada la planta de Barcelona.

Y así llegamos al verano del año pasado, con un auténtico caos en Japón y una planta muy debilitada, con poca carga de trabajo, sin nuevos modelos asignados y sin ninguna tecnología diferencial. Las administraciones, todas, se pusieron manos a la obra para ofrecer todo lo que estuviese en su mano para posibilitar la transformación de la planta en una planta competitiva y de futuro, centrada en la movilidad eléctrica. Y los sindicatos mostraron una actitud ejemplar, gestionando la incertidumbre y comprometiéndose, como han hecho tantas veces, a poner de su parte todo lo necesario para garantizar el futuro. Y de ese trabajo conjunto salió un plan extraordinariamente competitivo.

Que las cosas no iban a ser sencillas se evidenció cuando las misiones tanto de la Generalitat como del Ministerio no tuvieron la recepción que se merecían. Alguien en Nissan o en la alianza tenía interés en cortocircuitar la relación directa de las administraciones con Japón, hecho que por cierto no ocurrió en 2009. Pero como querer es poder finalmente el plan se presentó al consejero delegado de Nissan, Makoto Uchida, quien se comprometió a estudiarlo. Llegaron noticias extraoficiales de que la asignación de un vehículo eléctrico no era imposible, pero la esperanza se truncó con una batería de filtraciones interesadas que no solo hablaban del cierre de zona franca sino que, además, ponía en duda asignaciones de modelos para las plantas españolas de Renault, planteando un escenario tan negro como burdo para negociar porque si cerrar Barcelona es antieconómico, trasladar producciones de Renault a Reino Unido es simplemente absurdo.

Se abre ahora un escenario inédito, al frente del cual vuelve Frank Torres, quien ya fue director de la filial española y goza de credibilidad frente a sindicatos y administraciones. Hay que conocer tiempos y condiciones porque la alianza no puede dar un portazo a un centro productivo en un país de la Unión Europea. Ninguna empresa japonesa lo ha hecho y en Francia despedir es carísimo y complicadísimo. Nissan tendrá que devolver subvenciones, indemnizar a trabajadores, quienes por cierto se han acogido a ERTE de fuerza mayor y proveedores y dejar el terreno de zona franca en las condiciones que los recibieron, gastando mucho dinero en cerrar en lugar de invertir para el futuro. Para complicar la negociación es posible que se prometan inversiones en la planta de Cantabria para romper la unidad sindical y la amenaza sobre Valladolid y Palencia está ahí, sea o no creíble. Vienen semanas complicadas.

Con esta decisión Nissan no solo cierra tres plantas en Cataluña sino que ha dado un paso firme hacia su desaparición como empresa autónoma.