En la primavera de 2020 la ciudadanía se encerró obedientemente en casa ante una amenaza desconocida que segó muchas vidas. No dijimos ni pío y fuimos tremendamente obedientes. Luego supimos que la arquitectura jurídica se hizo de forma chapucera e ilegal pues se han declarado inconstitucionales los dos estados de alarma. Y, por cierto, no ha pasado nada.
Tras el verano volvieron las restricciones, con el cierre bares y espectáculos, especialmente en Cataluña. También nos encerraron en nuestros pueblos y ciudades, luego en comarcas y, afortunadamente, no llegamos a estar limitados por el invento indepe de las veguerías. Eso sí, la España de los reinos de taifas árabes se impuso y para viajar a otra comunidad autónoma a otra hacían falta papeles, permisos y visados, rozando la estupidez en Navidad con aquello de los “allegados”.
Nos vacunamos obedientemente, sin rechistar, hemos llevado mascarilla, sin rechistar, e incluso seguimos lavándonos las manos con hidrogel cuando está más que demostrado que el virus no se transmite por contacto. Mientras tanto nos han destrozado Barcelona quienes escondidos en el virus han desplegado su ideología para llevarnos como borregos al decrecimiento y la pobreza.
Y ahora, cuando creíamos dejar atrás esta pesadilla, tenemos un cierto repunte de contagios que a ver cómo quieren atajar la panda de iluminados que nos malgobiernan. Como no han hecho nada cuando el virus estaba controlado, solo sabrán hacer una cosa, limitar nuestras libertades y hundir nuestra economía. No solo no les importa, sino que les gusta, como demuestran los herederos de CiU encandilados con los antisistema. La política hace extraños compañeros de cama, pero que la burguesía catalana esté pendiente de 462 asambleístas cuyo patrimonio agregado probablemente sea inferior al de algún conseller, y que los presupuestos del Estado dependan de 500.000 euros de subvención al torneo Godó de tenis o de traducir La Casa de Papel al catalán, no lo supera ni Kafka hasta las cejas de absenta.
De entrada, lo que tienen que hacer nuestros sabios es entender los datos. Dando por buenas, que no lo son, sus estadísticas desde la vuelta de verano no hay dos semanas sin una anomalía estadística. Los festivos lo son, ya que se hacen menos pruebas y la gente aguanta más antes de ir a urgencias. Lo hemos visto todos y cada uno de los fines de semana y en otoño los días marcados en rojo en el calendario, que son muchos: la Diada, la Mercè (o Santa Tecla), el Pilar, Todos los Santos… Adicionalmente los festivos hacen que la gente se mueva más, especialmente ahora que tenemos mono de actividad y los de las ciudades llegamos a cualquier esquina.
Si miramos la incidencia por comarcas, las menos pobladas son las que tienen mayor incidencia, cuando parecería más lógico que fuese al revés. A lo mejor en las comarcas con más población ya se ha llegado a una cierta inmunidad global mientras que en poblaciones pequeñas ha habido menos contagios, y menos vacunación, y ahora son ellos los que se contagian. ¿Tractoria está peor que Tabarnia? Por otro lado, ahora se contagian los niños, con poquísimo riesgo, y sus padres. ¿Hay que alarmarse por esto? Es una pena que los sabios a quienes tanto les gusta pontificar por la radio no dediquen parte de su tiempo a entender por qué la incidencia en el Ripollès o en la Garrotxa lleva semanas siendo más alta que en L’Hospitalet o en Barcelona o por qué los protocolos escolares ahora funcionan peor. Ya tenemos a uno de los sabios oficiales perdido en una isla, ojalá le siguieran los demás que se mueren por tener su minuto (u horas) de gloria mediática en lugar de trabajar en mejorar la salud colectiva. La plaza de conseller ya está trincada, no sé que más buscan los galenos salvadores de la patria catalana.
Pero, sobre todo… ¿nos importa algo la incidencia? ¿Preocupa un chaval contagiado para quien, en el 99% de los casos, sí que es una gripe? ¿O de un vacunado para quien en el 95% sigue siendo una gripe? No os enteráis, queridos politicastros.
Quienes nos malgobiernan son fundamentalmente indolentes, además de incapaces, y mirarán las estadísticas desde lejos sin hacer nada y cuando los números sean más feos nos harán alguna trastada en forma de restricción o, como poco, haciéndonos mostrar el pasaporte Covid para ir al lavabo, pasaporte que en su versión catalana funciona regular.
Sin duda, no podemos estar en peores manos en tiempos tan difíciles. Dejadnos en paz, olvidad la Covid y ocupaos de que vivamos mejor. En cualquier caso, menos mal que los 462 de la CUP nos salvarán.