¿Quién dice que el primer Comillas fue un negrero? El Ayuntamiento de Barcelona que banaliza nuestro pasado, el mismo que desborboniza nuestras calles (¿con qué permiso?) y que da lecciones de estética proletaria sin saber que nulla aesthetica sine ethica, como dijo el llorado profesor José María Valverde, al que Paco Umbral calificó de Sócrates cristiano.

El furor reseco de Colau y Pisarello se ha llevado en un santiamén la estatua de Antonio López y López, primer marqués de Comillas, situada junto al edificio de la Llotja, al lado de la Via Laietana. El consistorio trasladó la estatua el pasado domingo al Centro de Colecciones del Museo de Historia de Barcelona y levantó en su lugar un atril sobre las bullangas del siglo XIX. Gerardo Pisarello, teniente de alcalde y comisario político del sarao habló de "reparación del delito de lesa humanidad". Me entra un no sé qué después de haber contemplado tantas veces la talla de Comillas desde los ventanales traseros del Salón de Contratación (la antigua Bolsa), joya del gótico civil catalán. Y, francamente, lo de las bullangas canta.

Los municipalistas del soviet carlista (un buen remate para los indepes, utilizado por el sabio Joan Coscubiela en su libro Empantanados: una alternativa federal) dicen que López y López fue un hombre malvado que hizo fortuna gracias al comercio de esclavos; pues parece que sí y no se hable más. Pero yo, tonto de mí, por más que busco y rebusco, no encuentro el nombre de Comillas en el libro de Hugh Thomas, Trata de esclavos, considerado por los padres de la historiografía moderna como el auténtico vademécum sobre la materia. Thomas no habla de López y López ni de su yerno, Eusebi Güell Bacigalupi, cénit de nuestra revolución industrial. Enric Jardí escribió sobre los esclavos en los ingenios de los Güell en Cuba, pero sin aportar pruebas. En La formació d’una identitat. Una història de Catalunya, publicado en 2014, Josep Fontana hace una referencia a los turbios negocios de ultramar relacionados con la trata y cita al proteccionista Joan Güell i Ferrer, el defensor del arancel.

El ayuntamiento, por su parte, hila fino, bajo el foco teórico de Ricard Viñes, profesor de la UB y Comisionado de Programas de la Memoria. Sus mejores bazas son los trabajos de Josep Maria Fradera (cátedro de la Pompeu) y especialmente el libro Negreros y esclavos (Icaria), de Martín Rodrigo y Alharilla y Lizbeth J. Chaviano Pérez, que aporta números de registros, vapores y sentinas que vivieron el drama humano de los esclavos en las travesías atlánticas, durante los 30 años de trata (entre 1790 y 1820), desde el Puerto de Barcelona hasta los ingenios catalanes, en Cuba.

Yo, tonto de mí, por más que busco y rebusco, no encuentro el nombre de Comillas en el libro de Hugh Thomas, Trata de esclavos, considerado por los padres de la historiografía moderna como el auténtico vademécum sobre la materia

Y en los entornos levantiscos del consistorio se recoge el trabajo inquisitorio Perles catalanes (tres segles de col.laboracionistes), obra de Salvador Avià, Jordi Avià y Joan-Marc Passada. En él se cita a negreros y colaboracionistas (¿?) y se lanzan improperios a diestro y siniestro; aciertan en alguno, pero, manazas como son, llegan al extremo de llamar filonazi al insigne Vicens Vives. Su epígono no tiene desperdicio: "Preferimos homenajear a Xirinacs o Quico Sabaté que al marqués de Comillas". Quina llopada noi!

El primer marqués de Comillas creó la Compañía General de Tabacos de Filipinas, que pasó por las manos de algunos accionistas de la Cataluña colonial, como los Roviralta y los diversos entronques López. Bajo en nombre de Filipinas, la compañía vivió sus últimos años al final del siglo pasado en el emblemático edificio de Ramblas --Núñez lo ha convertido en hotel de lujo-- bajo la presidencia de Manuel Meler. La gran empresa con planta tabaquera en Manila tuvo de secretario en el consejo de administración al letrado barcelonés Gil de Biedma, hijo de la "pérgola y el tenis" y poeta que rindió culto a la rotundidad del sustantivo.

La gran contribución de Comillas fue la Compañía Trasatlántica, la naviera de las Reales Atarazanas de Barcelona --¡viva el marqués de Comillas!, gritaban sus braceros por la Virgen del Carmen, patrona del mar-- con vapores como el Reina Victoria Eugenia (L’Argentina) o el Infanta Isabel (Uruguay, funesta memoria). Durante la guerra española, la legión Cóndor los hundió a ambos y años después Suanzes, hinchazón del almirantazgo, llamo a sus oficiales mercantes "descendientes de Trafalgar".

Aquellos barcos también habían transportado a los soldados a la guerra de Cuba, con un arcipreste a bordo, Jacinto Verdaguer, el autor de L’Atlàntida, el poema épico --Veus eixa mar que abraça de pol a pol la terra? / en altre temps d'alegres Hespèrides fou hort / encara el Teide gita bocins de sa desferra...-- inspirado en las noches insomnes de cubierta. La Trasatlántica se fue esfumando tras la muerte de Güell Churruca (cuarta generación de los Comillas) con la venta de la empresa a Elcano y el cambio de manos de su aliado, el Banco Atlántico. Hoy, su Torre Diagonal es el símbolo inhiesto del Banc Sabadell.