En el movimiento civil indepe se parte por la mitad y se divide entre la obcecación y el recato: por un lado, la ANC calienta la calle ante la Diada del 11 de setiembre al decir que no se puede esperar nada de los partidos políticos y de la negociación; mientras, en la otra acera, Òmnium habla de los riesgos de frivolizar la desobediencia civil. Las dos plataformas representan la paradoja del nacionalismo caliente: el éxtasis y el control seráfico; el trance y la melancolía.

Son las dos energías que gobiernan el catalanismo bonzo de nuestros días. La ANC pregona la inmolación colectiva del pueblo sobre el que hace descansar la responsabilidad de su desventurada aventura. Por su parte, Ómnium proclama restaurar el catalán como lengua única y romper con la tradición filológica; levantar un muro de separación entre la formación de nuestros hijos y las musas latinas. Es un intento de reforma que quiere hacer de Cataluña una nación ejemplar, de una modernidad íntegra, sin ninguna deuda con la antigüedad pagana.

El presidente designado de Òmnium, el profesor Xavier Antich, vive sin vivir en sí; quizá quiere convertir la entidad en una nueva Academia. Su apología de la lengua se proyecta contra las que considera lenguas colonialistas, como el castellano, y por consiguiente contra la herencia literaria y crítica de la que estamos hechos.

Pronto lo veremos. “Por la obra se conoce al artesano”, dice la moraleja de La Fontaine en su fábula Los zánganos y las abejas, en la que los primeros quieren ser los dueños de un panal por decreto, sin competir con las segundas en el arte de hacer miel. Al final, ganan las expertas abejas ya que “por sus obras los conoceréis”. Una sociedad en la que el eje territorial preocupa más que los enormes problemas sociales que nos azotan es un desvarío. Además, no darse cuenta de que las incertidumbres reales de hoy van más allá de nuestras fronteras y escapan al control de nuestros gobiernos es del género zonzo.

Otra fábula del lejano autor francés, titulada La encina y la caña, proclama el triunfo de los discretos. Una encina presume de resistir la ventolera de las tormentas y una caña argumenta que se dobla, pero no se cae; llegado un punto, el viento arranca de cuajo el árbol, mientras la caña se mantiene en pie. La Fontaine abrevia así su moraleja: “Ante la adversidad, el soberbio cae y el humilde resiste”. Otra fábula, La rana y el buey, ilustra el quiero y no puedo de las vanguardias soberanistas. En ella se cuenta que un anfibio se atraca de comida para alcanzar el tamaño de un buey; pero come tanto que al fin revienta, porque “no quiere aceptar lo que es”.

El verano se nos escapa por entre las yemas de los dedos. Los agobios de la canícula han dejado a España sin pantanos y la tierra cuarteada. Esperamos que pronto se abra paso el setiembre pugnaz de rebeca y cuello camisero. En Viladrau y Sant Hilari, la merienda en las fuentes naturales sustituye al té de media tarde; en Montferri y Vilabella, los remontes del Alt Camp anuncian la noble vendimia, el origen de un vino digno de los artesonados del modernismo arquitectónico.

Los cosechadores ilustrados prensan su fruto antes de tiempo con ejemplares de Gabriel Ferrater y Carles Riba bajo el brazo. La cultura y la uva forman un maridaje políglota y abierto, como los veranos de La Fontaine, aquel magno y “dulce poeta menor de la palabra fingida” (Martín Gaite).