No hay más tonto que el que no quiere aprender. Hoy es día de plenario en el Parlament y esta misma mañana los indepes tienen previsto estampar su último fraude: dos propuestas de resolución destinadas a que Puigdemont, Sànchez o Turull puedan ser investidos presidentes. ¡Cabezudos!. A los tres les ha negado este derecho el Tribunal Constitucional porque no pueden estar presentes al estar encarcelados. Pero ellos argumentan así: el Comité de Derechos Humanos de la ONU, con sede en Ginebra, ha puesto en duda la calidad democrática de España y este comité, como órgano consultivo internacional, tiene más rango que el Tribunal Constitucional español.

Así lo resuelven: si se produce una colusión de derechos, prima el internacional. Es el avieso argumento diseñado hace años por Carles Viver i Pi-Sunyer, el constitucionalista que ha tejido una tela de araña para que los indepes avancen por la vía de la legalidad paralela. Pero olvidan una cosa: el Comité de Derechos Humanos no tiene brazo ejecutor (no tiene jueces ni policías); el Constitucional sí los tiene porque traslada sus dictámenes al Supremo y allí te esperan Pablo Llarena y las pesquisas de la Guardia Civil, un cuerpo de listos muy listos que no tiene nada que ver con los naranjos y tricornios de la España profunda del pan negro, mal que les pese a los estetas de hoy, como Quim Torra, Elisenda Paluzie, Eduard Pujol, Elsa Artadi o al mismo Torrent, los ideólogos duros del momento, exjóvenes desprovistos de frenesí. Todos ellos dispuestos a ser el político capaz de viajar a los meandros de la conciencia para explicarnos el milagro de su aparición. Gentes sin trayectoria política, pero capaces de fingir tan completamente como aquel creador que finge el objeto que está plasmando. Ellos conocen el pecado original que los engendró aquel 6 de setiembre en el que secuestraron el Parlament para poner en marcha las dos leyes (de Referéndum y Transitoriedad) producto de la factoría Viver i Pi-Sunyer. Perseguidos por su propio arrepentimiento, se esconden detrás de la desmemoria, como en el adagio de Cicerón: “Recuerdo incluso lo que no quiero, porque olvidar no puedo lo que quiero”.

Sectarios como son, hijos de un éxito coyuntural (la victoria de JxCat del 21D, con menos votos que Cs), no son capaces de tender puentes hacia algo que no sean ellos mismos

Los héroes de Puigdemont respetan el principio de que, para alcanzar un consenso, cuantos más seamos mejor pero, para articular una coalición, cuantos menos mejor. Sectarios como son, hijos de un éxito coyuntural (la victoria de JxCat del 21D, con menos votos que Cs), no son capaces de tender puentes hacia algo que no sean ellos mismos. Y se alejan a diario de formar un gobierno viable con el resto del bloque soberanista que solo les pide viabilidad. Sus deseos se encienden como la antorcha, pero les falta imaginación para mantenerla viva. Mantienen el estilo compartido de renegar de sus principios tan pronto como ven el mazo. Así le ocurrió a Viver, presidente del Consejo de la Transición y Comisionado para la Transición Nacional: sacó su carné de exmiembro del TC por Convergència y aseguró ante el juez instructor del número 13 de Barcelona, Juan Antonio Ramírez Sunyer, que él no era el arquitecto jurídico de la independencia. El fin de semana pasado apostaron por un president, Turull, que debía ser encarcelado al día siguiente y que si no era encarcelado habría llegado a la misma sala del Palacio Real donde Felipe VI no lo ratificaría objetivando a los ojos del mundo que el Estado español está en descomposición. Después, con Turull dentro y la detención de Puigdemont en Alemania, las cosas se torcieron.

Hasta llegar al pleno de hoy, en el que el independentismo se abrirá en canal para mostrar su enfermiza tricefalia: Puigdemont-Sànchez-Turull. La mayoría representada por Torrent --ha dejado de ser el presidente de todos-- apoyará su análisis en la palanca del derecho internacional, la misma que le sirvió de pretexto a Médicos sin Fronteras en Biafra o en Líbano, Irak o Siria y otras partes para circular por países en guerra si apenas visados, pero protegidos por el derecho a la injerencia cuando se trata de defender a indefensos. El pretexto moral humanitario en los hospitales de campaña, donde médicos, enfermeras y cooperantes entregan su vida a los excluidos, no valdrá para un pequeño pelotón de burócratas catalanes huidos para evitar la acción de la justicia, por discutible que esta sea. Cicerón ennobleció la justicia en la República y las leyes y uno de sus corifeos involuntarios se atrevió a remedarle en la ficción, como aquel Hércules Poirot de Asesinato en el Orient Exprés, donde el detective habla de la justicia rota en mil pedazos que “debemos recoger y juntar para volver a situarla en lo más alto”. Sin este imperativo categórico es casi imposible seguir.

Migración y digitalización muestran un camino que habla más de la nube que de las fronteras, tan queridas por populistas como Mas, Puigdemont, Trump, Le Pen y Orbán, entre otros

Desde el momento de la DUI, Cataluña vive bajo la cobertura de los jueces, que han desplazado a los políticos. Estos últimos jugaron a ser cartógrafos artificiosos, artistas capaces de colocar a todo un país debajo de su estandarte sin darse cuenta de que la envoltura no coincidía con los accidentes geográficos. Ahora les salen picos, cimas, cenotes y ensenadas por las costuras, y llegará un día en que la explosión mestiza será tan rotunda que los nuevos solo sabrán que han sido envejecidos gracias a la gramática de la convivencia sin excesos. En palabras sobrias y exactas, acaba de decirlo la elegante señora Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional: Europa no podrá mantener su nivel de crecimiento y atender su bienestar si no acepta “una migración de millones y millones de ciudadanos de otros continentes”.

No podremos explicar el efecto devastador (renovador) de la nueva ola migratoria del mismo modo que todavía no imaginamos los efectos del blockchain, la tecnología utilizada en las criptomonedas, cuando se aplique para identificar a conjuntos de población. Es tan difícil evitar un gran hermano tecnológico (el caso Facebook lo demuestra) como lo fue en el XIX escapar del Estado nación. Sea como sea, migración y digitalización muestran un camino que habla más de la nube que de las fronteras, tan queridas por populistas como Mas, Puigdemont, Trump, Le Pen y Orbán, entre otros. El derecho internacional, al que apela hoy el último fraude del soberanismo, es papel mojado. Solo valdrá el día que se cocine planetario y en tiempo real; y para entonces, la retórica del jurisconsulto nacional, Viver i Pi-Sunyer será un mausoleo de latinajos. ¿Quieren decirme de qué habrá servido entonces la DUI?