Ferraz toma el mando en Moncloa. Mientras el presidente Sánchez cultiva su hortus conclusus, debajo de su paraguas se ven las peleas entre Yolanda y Margarita Robles o el Falcon de la ministra de Igualdad, algo que no perdona la derecha, siempre atenta a deslegitimar a un Ejecutivo sin el pedigrí del Marqués de Salamanca, el gran agiotista que por lo visto inventó la especulación como rama del saber.

El Tridente del PSOE, integrado por Óscar López, Antonio Hernando y Félix Bolaño, manda más que los ministros afines. En etapas difíciles los partidos políticos toman el mando de sus gobiernos. Esto es tan antiguo como los consejos de Maquiavelo y su príncipe, Lorenzo de Médici, apodado el Magnífico; tan conocido como el politburó bolchevique frente al gobierno menchevique de Kerenski o tan temido como los gritos de los jacobinos franceses al fin del régimen del Termidor, en referencia al verano del calendario republicano.

El Gobierno se asoma al precipicio de los sondeos quejoso de que los votantes no valoren el crédito de mil millones en material bélico comprometidos con la OTAN, los 67.000 sanitarios fijos para la sanidad pública, rescatados de la eterna temporalidad, la renta básica o los esfuerzos fiscales para tratar de reducir la inflación. Cuando un partido de Estado se empodera, utiliza al Gobierno como correa de transmisión; ahí está la explicación de Montero que, con los días contados, se cuela por la entretela para subirse a un Falcon del Ejército del Aire y hacerse una foto en la Quinta Avenida.

Lo que realmente nos atañe son las repercusiones ante la crisis que vive la UE. No sirve de nada decir que la inflación subyacente es responsabilidad de las instituciones españolas. Atravesamos un espacio de costes al alza, que nadie consigue detener. La espiral inflacionista se ha cebado en Moncloa, en el fiestero número 10 de Downing Street, en el Quirinal romano, en la cancillería Marie-Elisabeth-Lüders de Berlín o en el Eliseo de París. Los precios son tan imparables como la invasión humanitaria de millones de africados. El sistema de los estados ya no se sustenta sobre un modelo de soberanía territorial; la situación no anuncia un colapso, pero obliga a revisar los métodos de la gestión pública a la luz de los propios límites.

Este es el trasfondo. En la superficie, vamos a golpe de encuesta en dirección a una democracia despolitizada. Ante este innegable rally demoscópico de la oposición, el Ejecutivo dice que “no atienden a tonterías”. Pintan bastos; anteayer, el número uno no convocó a la clásica reunión de maitines en la que se dan cita cada lunes a primera hora el núcleo duro del Gobierno, el Tridente de Ferraz y los de Adriana Lastra, que lideran el grupo parlamentario socialista. No es el momento del estilismo estético, sino más bien el de mejorar milimétricamente el andamio para que el reflejo de la realidad sea exacto.

El silencio anticipa un bombazo y siempre sugiere algo más de lo que quiere. En este algo más, algunos descubren la posibilidad de que Sánchez adelante las elecciones generales al superdomingo de las municipales, en 2023. Los barones retardatarios quieren evitar que las bases del PSOE se ilusionen por la carta nacional, en caso de superdomingo, y se olviden de las administraciones territoriales.

Todo me recuerda al malogrado Rubalcaba de sus mejores momentos: nadie se enteraba sin su permiso. La reunión de la mesa de negociación Cataluña-España, abre fuego ya, antes de vacaciones. En pocas horas sabremos cuál es el precio de los soberanistas para apoyar los presuestos de 2023. Si mantiene el apoyo de ERC y Junts, Sánchez podrá reemplazar piezas de sus socios de Unidas Podemos en el Ejecutivo. Será el pistoletazo de la inminente crisis de Gobierno, el Termidor de Sánchez.