Sánchez regresa de los Balcanes sin aclarar el complejo damero interétnico que avanza incontenible, 25 años después del bombardeo de las OTAN sobre Belgrado, que puso fin a una guerra de odios religiosos. El presidente ha aprovechado su visita a los Balcanes para confirmar que el PSOE y Yolanda Díaz presentarán batalla ante el bloque de la derecha en las elecciones generales españolas del próximo año. La Yugoslavia comunista sigue presente en la memoria, especialmente cuando uno ve que la suite del mariscal Tito, en el Gran Hotel de Pristina, la capital de Kosovo, se mantiene intacta, en medio de la herrumbre y las paredes desconchadas.

La Bienal de Pristina trata de salvar los muebles casi el mismo día en el que Sánchez le garantiza al presidente de Serbia, Aleksander Vucic, el veto español a la independencia de la provincia de Kosovo y paralelamente garantiza a Belgrado que le abrirá las puertas de la UE, como se ha hecho con Ucrania y Moldavia. Antes del turno de la presidencia española en el Consejo de Europa, Sánchez ya se entrena: en la UE, las soberanías son intocables.

La querencia francesa por la Gran Serbia de François Mitterrand llega a la España del PSOE. Ya es imposible vivir sin mirar al Este, como el origen de todos los males. La otra cara del occidente democrático es cruda: Ayman al-Zawahiri, líder de Al Qaeda y uno de los terroristas más buscados por Estados Unidos, ha sido cazado en el balcón de la casa de Kabul en la que residía desde este año. Nancy Pelosi tensiona el Pacífico al poner un pie en Taiwán y por su parte, Anatoly Chubais, ex brazo derecho del presidente Putin y famoso oligarca ruso, huido de Moscú después de la invasión de Ucrania, está hospitalizado y tiene una extraña enfermedad producto de una ponzoña ingerida.

Nosotros hemos pisado algo, mientras Putin despliega su armada naval atómica y anuncia que abrirá bases en el Mediterráneo. No me puedo creer que se acaben así los paseos de vela en popa por las islas del Egeo y el cabotaje en la costa de Croacia, sobre el Adriático. El plan energético aprobado por el Gobierno en el último Consejo de Ministros es un llamamiento a la austeridad; se acabó el fueraborda; vuelve la moda tranquila de la vela latina con bandera pirata sobre un llaut menorquino.

La Mostar actual, que ha visitado Sánchez, está muy lejos de la ciudad ocupada por tropas españolas conocida por el presidente en su juventud a las órdenes del gabinete de Carlos Westendorp, entonces Alto Representante de la ONU. Antes de sentarnos en el Puente de Mostar, con los pies bailando sobre el río Neretva, tuvimos que pacificar Sarajevo, capital bosnia. Las rupturas territoriales tienen mala digestión; lo confirma el mismo president Aragonès que, después de partir un piñón con Sánchez, vuelve a la canción: “No queremos la judicialización de la justicia, ni el castigo a los exiliados”. Y si no “que pongan las urnas”. Pero el paradigma de Bruselas se mantiene: Kosovo, no; Cataluña, tampoco.

Tras la última sesión del Gobierno, Podemos protesta por el blindaje de los Secretos Oficiales; Núñez Feijóo reprocha el incremento del gasto público durante la pandemia y Ayuso dice que Madrid “no se apaga”, porque gastar menos luz genera “inseguridad, oscuridad, pobreza y tristeza”. 

Sánchez llegado de Belgrado y Yolanda, al regreso de su mirador sobre los meandros del Duero, se reúnen en Madrid para fortalecer su alianza en el holograma en la suite de Tito. No estamos en los Balcanes, pero el laberinto español tampoco duerme.