La naturaleza retrocede ante la erupción volcánica del resentimiento nacionalista ¿Cuál debería ser el objetivo de pasado mañana, viernes día 21? Llegar al sábado sanos y salvos, como quieren los constitucionalistas, que son más de la mitad de los catalanes. ¿Qué pretende Sánchez? Diálogo para un largo periodo de negociación bilateral, Madrid-Barcelona, dentro del marco constitucional y dejando a un lado la vía ilegal. ¿Qué quiere Oriol Junqueras? Una negociación encerrada en un marco virtual que lo permita todo, aunque de momento no sea posible trasladar la independencia a la realidad. Volver a lo de siempre, vamos; una rendición a oscuras, sin entregar las llaves de la ciudadela ni el deshonor del cuadro de Las Lanzas.

¿Y el Govern de Torra? Aplazar su imprescindible extinción por motivos estéticos. También ambiciona aplicar  los métodos de Dos tácticas de la Socialdemocracia (Lenin; en Akal Editores): conseguir que Sánchez y Marlaska miren para otro lado, mientras ellos, los auténticos revolucionarios, reducen el fragor de sus legiones de forma indolora concediendo margen para “desahogar la impotencia” como dicen los presos del procés, en palabras de Artadi. ¿Qué entenderá esta gente por desahogar la impotencia, como no sea liberar el onanismo insano de los hiperventilados? ¿Han de permitirles a sus comandos que quemen unos cuantos contenedores y apedreen a las señoras endomingadas de Societat Civil, llamándolas fachas? ¡Hombre! ¿O solo les dirán a sus chicos que hagan de borrokas un poquitín y a casa?

En el Palau de Torra (Torracollons le llama el genial Joan Ollè, en El Periódico), este menchevique de pacotilla dirige el cotarro con la sonrisa de Coria grabada en el semblante; pero eso sí, me gustaría saber el tiempo que dedica su número dos, Artadi, a calcular que sus palabras no sobrepasen la ley. Ella duerme calentita. Manda a nuestros jóvenes al guiñol republicano de la calle, pero se acurruca en el regazo monjil de Torracollons. En Bélgica cuentan que Puigdemont ha retirado ya la cubertería y el tul, después de su reunión del lunes con el consejero de Interior, Miquel Buch, y su número dos, Brauli Duart. Waterloo empieza a parecerse al Château de Malmaison, con Napoleón convertido en emperador tras dejar a Josefina para dedicarse a Catalina, la zarina en “permanente salto de cama”, según la describe Sebag Montefiore en Los Romanov (Ed. Crítica). Buch recibió instrucciones de guerrilla urbana y preparación comecocos para cuando tenga que mentir nuevamente como un bellaco. Y yo me pregunto por qué no han ido todos a dar una vuelta por Champs-Élysées, con los chalecos amarillos, a enterarse de lo que vale un peine en la Europa democrática; en los países de verdad, allí donde el Estado ostenta a cachiporrazos el monopolio de la violencia.

A los del pasamontañas que sueñan con el Maidan apocalíptico de Kiev, les propongo que el viernes manden primero a sus hijos, como hicieron los ucranianos ante los tanques de Putin; así de sencillo. Y a los bizcochantes, como Torra y Artadi, que regresen a la mesa camilla, pero esta vez sin fumarse nada, si es posible. Digan lo que digan Casado, Rivera y Abascal, la Barcelona de los ciudadanos no quiere volver a ser La ciutat cremada de los acontecimientos insurreccionales, producidos alrededor de la Semana Trágica y recreados en la película homónima de Antoni Ribas. Los adoquines quedan muy bien cartografiados, como decoración sobre las paredes de los salones diáfanos. También se llevan en los poblados dormitorios de los politólogos engagés, y en algunos interiores del Eixample, como la Fundación de Pepe Sunyol, en Paseo de Gracia, donde luce el Mao de Andy Warhol, colgado en un rellano.

La semana dionisíaca del català emprenyat tiene su aquel en la España de güelfos y gibelinos: coincide con el republicanismo de La Latina frente al Madrid monárquico que ha sustituido la Zarzuela por la Plaza de Oriente de Felipe VI. La Corte siempre vuelve, como los cafés de las tertulias. Los Aliaga, Anjou, Huescar, Osomo, Eulate y demás cuentan su anclaje junto a los Alba, desde que Carlos Fitz-James Stuart recuperó el Palacio de Liria, para desdoro en la memoria de Javier Aguirre, aquel gran capellán consorte de la duquesa. Por su parte, el rojerío del siglo XXI ruge sin necesidad para evidenciar un divorcio impostado y falso entre República y Monarquía. Algunos no quieren entender que la cortesía del ingenio le ha ganado la partida a la barricada.