Junqueras es un destructor nato de riqueza. ¿Qué se ha creído que tiene entre manos este aprendiz de brujo? No sabe el pobre hombre que Cataluña es un país industrial y que corre el peligro de desertizarse. Ante su mirada, la caída de los dioses avanza a gran velocidad. Es el príncipe Galeotto de Giovanni Boccaccio. ¿De qué le ha servido estudiar historia? Pero sí, ahora que pienso, es verdad: le he oído hablar de momentos históricos, del destello anecdótico del príncipe valiente, de las “manos blancas no ofenden”, del incendio del Maine delante del malecón de la Habana o de cuántos iban en el acorazado Potemkin, pero le veo incapaz de analizar el papel de los agregados económicos que determinan, como hacen los historiadores científicos, estilo Fontana, Jordi Nadal, Sudrià y otros muchos. ¿Ha pasado por la Gregoriana no? Pues venga, no le importará volver a la púrpura de Pontificia.

Junqueras es el único ministro de Economía del mundo que no sale a dar la cara cuando se le fugan los blue chips de la economía nacional (La Caixa, el Sabadell y todos los que cuelgan de sus grandes fuentes de liquidez). Es el autor del “ya volverán”, su frase resumen sobre la salida de sedes corporativas. Es uno de los responsables de que la Agencia Europea del Medicamento no venga a Barcelona y acabe en Amsterdam. El dinamizador del cluster mundial de la farmacopea no cree ya en la Cataluña institucional, y esto se lo debemos a Puigdemont, Junqueras y Mas. Desconfían de un país tomado por un grupo de irresponsables. ¿Cuándo acabará este castigo que sufre la población indefensa?

Vamos muy mal. Después de décadas de ignominia convergente con discursitos sobre la química fina del Tordera, el valle aeronáutico de Gavà, el circuito de pruebas, el acelerador de partículas del Parque Tecnológico del Vallès o la falsa refundación de las colonias textiles del Cardoner, llega la última generación nacionalista. Son los nefandos del Pinyol, los del harakiri en el país de las maravillas. Se han cruzado con el mundo de ERC para dar cobijo a un pura sangre, enfermo de misantropía.

Junqueras es el único ministro de Economía del mundo que no sale a dar la cara cuando se le fugan los blue chips de la economía nacional. Es el autor del “ya volverán”, su frase resumen sobre la salida de sedes corporativas

Usted, Junqueras, es el responsable del documento encontrado en el despacho de Lluís Salvadó con los escenarios esperpénticos de guerra y guerrilla. Usted ha montado una agencia tributaria catalana que actúa como una oficina de órdenes de ejecutivos contra el ciudadano que se retrasa en el pago del IBI. Una oficina siniestra; el cobrador del frac en el país imaginario, la nación dels esbars dansaires, el castellers i els trabucaries de Vallgorguina. Usted no está al nivel de la Cataluña milenaria que tiene grabada en la sotana. Algunos le ríen las gracias. Como la señora Colau cuando habla de la tensión social grave y añade, pizpireta ella, que “luego está la cuestión económica, porque Barcelona no se va a parar”. ¿Pero dónde vive esta mujer? Pero si la gente no va ni al cine; al teatro ya nos costaba demasiado ir y ahora nos perderemos, por puro acojono, este Trovador de pinceladas goyescas, que nos ofrece la temporada del Liceu. La edil no ha entendido el Mobile World Congress, no sabe nada del distrito 22@, estuvo a punto de cargarse el Gran Premio de Fórmula 1 porque desconoce las sinergias industriales que genera la vanguardia del motor. Vamos directos al modelo griego. Y lo peor es que a Junqueras y a Colau les acompaña parte de aquella vanguardia socialista que arropó a Maragall en sus mejores años, los Ernest Maragall, Quim Nadal, Barceló, Castells y compañía, todos menos Montserrat Tura, mezcla de melancolía y cordura. ¿Tanto daño hace la patria? Tanto o más, porque todavía no ha terminado la murga.

Barcelona es el escenario de la peste bubónica mientras El Duce y los suyos contemplan el dolor ajeno desde los atriles de Collserola. El catalanismo político ha salido de la legalidad por primera vez en su historia. El Parlament ya no existe. La cámara catalana se dedica a reuniones de portavoces para hablar sobre la república, mientras se esfuman 80.000 millones en términos de capitalización bursátil (las 13 empresas del Ibex). Y Oriol Junqueras se esconde; le adorna el toque neroniano del que incendia el proscenio para ver en primera fila la última función. No quiere elecciones porque las podría ganar según los sondeos. Pero le faltan redaños para hacer lo que quiere hacer. Busto antropomórfico, uña leonina, el Gran Masturbador le va sacar el jugo a lo que queda de nuestra potencialidad industrial y financiera. Cuando el vicepresidente habla con los presidentes y ceos de las empresas que debería tutelar, ofrece el flaco místico, y sé de buena tinta que están hasta el gorro de él. No gustas a la clase dirigente, Junqueras. Por eso quieres destruirla y sustituirla, viejo, pero como no has leído a Hobbes ni a Lenin no sabes por dónde empezar.

No gustas a la clase dirigente, Junqueras. Por eso quieres destruirla y sustituirla, viejo, pero como no has leído a Hobbes ni a Lenin no sabes por dónde empezar

Mientras el procés agoniza intelectualmente, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, y el fiscal general, José Manuel Maza, le echan un cabo y consiguen una orden de prisión para Sànchez y Cuixart. El jefazo del ministerio público, más conocido en Madrid como Mazinger Z, le da un balón de oxígeno al independentismo. La España metafísica y bruta nunca falla a la hora de crear indepes. Si le rascas la barriga al poder, le sale lo pantera, como dicen en México.

La calle no languidece, aunque la gente esté harta. Tirios contra troyanos hasta que se acabe el duro. “El Gobierno se equivocó al dirigir el procés al terreno judicial”, dijo el sabio Felipe González, hoy denostado por chupón de la oligarquía extractiva. Y tenía razón: los jueces y fiscales serán la última cortina de humo de Rajoy. Gracias a ellos conocemos el relato del Govern y nunca sabremos nada del relato de Mariano (no tiene, el pobre), salvo las vacuas zancadas de Soraya, la perdedora.

Seguro que el docto académico Oriol Junqueras habrá leído el Decameron en florentino vernáculo. Ornato e imán del movimiento, el vicepresidente económico va dando palos de ciego. Su conselleria se ha convertido en el Hotel de Rambouillet, después del día de autos con los coches patrulla saqueados y los altos cargos esposados. Allí, en su despacho de la retórica, el responsable del timón sin bitácora practica la improvisación, cumbre de la elocuencia, según Quintiliano. Sueña en torrentes de palabras capaces de convencer a las mayorías, en un cruce anfibio, a la vez oral y escrito, que alimente nuestros corazones. Dios no pille confesados.