Cataluña lleva ya un tiempo por debajo de la media europea en renta per cápita, --30.000 euros, frente a la media de la UE, 31.900--  y pierde peso, cada día que pasa. La batalla con Madrid ya se perdió antes de la pandemia; ahora vuelven los promedios incorporando el impacto muy negativo del turismo, primer sector en términos de PIB. La conclusión será de dos puntos por debajo de la Comunidad Autónoma de la capital, según la tendencia del CIS. La estadística lo muestra: estamos cayendo desde 2012, el gran momento de la monserga procesista, estallada con la DUI, un lustro más tarde, en 2017. Desde el momento del referéndum ilegal, Madrid ha crecido un 1,4% por encima de Cataluña . Pero como el origen del dato es de Tezanos, la camarilla indepe, martillo de herejes, lo considera propaganda española.

Las empresas han sido siempre el centro de la economía catalana, pero han dejado de serlo en los últimos años; las inversiones extranjeras llevan en sus portfolios los títulos de la Deuda Pública, gracias a los acuerdos en la UE, que han mancomunado la política fiscal europea. Invertir en activos nominados en euros con garantía de los Estados y de la Unión ya es mucho más incentivador que invertir en la industria, comprando acciones en los mercados de valores. Quiere decir que, en un momento de gran incertidumbre, es más seguro adquirir renta fija en euros que comprar acciones de Endesa, Repsol o Telefónica, los valores con mayor liquidez del Ibex.

Tocada por la pandemia, la mal llamada economía productiva seguirá sufriendo una larga temporada. Además, la divisa europea ya es el mejor valor refugio del planeta tras el tortazo del dólar malbaratado por Donald Trump, en su pésimo proteccionismo y en la gestión cicatera de la Covid.

Vale la pena insistir en este panorama: la inversión prefiere el Tesoro a la compra de acciones de compañías industrialmente atractivas, como Indra, Naturgy o Cellmex, por citar tres casos brillantes de la economía del conocimiento, o como Técnicas Reunidas y ACS, dos licitadoras internacionales de gran voltaje en los mercados más exigentes. El euro mantendrá la inversión global y la compra de acciones tenderá a caer; las ampliaciones de capital de los grandes grupos puede que no noten la diferencia en el primer momento de la apelación al mercado. No lo notarán porque los bancos de inversión --Santander de Negocios, GVC Gaesco, Renta 4, BBVA Asset Management o Goldman Sachs España, entre otros-- tomarán todo el papel disponible y las compañías cotizadas podrán decir “nuestra ampliación ha sido cubierta con éxito”. Pero eso tiene un efecto rebote, porque estos bancos, que aseguran las emisiones, abandonan la acción en los primeros repuntes; recuperan la inversión y salen con buenos beneficios. Sin embargo, el que viene detrás, el que se queda con lo que los dealers venden tendrá mas problemas para encontrar comprador. Si la liquidez se resiente, la Bolsa entra en parada; y es entonces cuando el exceso de papel hunde las cotizaciones.

Viniendo de la crisis del euro (2010-2012), Bruselas se ha curado en salud, asegurando el mercado de renta fija nominado en euros; no son los Eurobonos, pero sí su ensayo general. Puede ser que, en volumen medio, la contratación en los mercados no se vea afectada de momento, pero las grandes sociedades --entre ellas las blue chips que ya no tienen su sede social en Barcelona-- dejarán de crecer en términos de recursos propios y aplazarán sus inversiones previstas. Puede que recorten su capacidad productiva (esta sí está instalada en Cataluña) con lo que el empleo de calidad caería todavía más. Es muy cierto que la recuperación post pandemia tiene un horizonte claro tras el último Consejo Europeo, pero aquí, en Cataluña, la recuperación puede verse ensombrecida por la incertidumbre política.

Asistimos a un desplazamiento de la inversión que huye de la industria para refugiarse en el euro; es el crowding out de Europa, pero a la catalana. Aquí, este desplazamiento va a más por dos motivos: primero, por el ventajoso ratio rentabilidad/seguridad, que ofrece hoy el euro, y en segundo lugar, por la desconfianza que sigue generando el independentismo. Las agencias de rating son claras; señalan la insuficiencia de las instituciones políticas catalanas, tras una década en la que sus responsables se han dedicado a la conspiración, sin efectuar ningún esfuerzo en materia de gestión. Una década de prevaricación continuada a cargo de líderes, como Artur Mas, Junqueras, Puigdemont, Torra, Aragonés y muchos más, ha destrozado el sueño de un país bello y encaramado en lo primeros puestos de la invención industrial y los servicios.

Estos líderes --“soberanos negativos”, los llama la politóloga Chantal Mouffe-- hacen suya la predicción de Maquiavelo, “si quieres conquistar un país, primero debes empobrecerlo”.  Así recreó Paraguay al Doctor Francia del que habla Roa Bastos en Yo, el supremo, un enorme libro de ficción-realidad sobre el monoteísmo del poder, que el general Stroessner, el tiranosaurio, retiró de la circulación manu militari.

Los promotores del catalanismo autoritario tratan de destruir los espacios de diálogo que hacen posible el debate político sin maximalismos. Quieren deslegitimizar estos espacios y sustituirlos por la democracia directa y plebiscitaria. Y este es el peor enemigo de la inversión, porque el progreso económico requiere certidumbre, además de imaginación.