La caída en picado de los mercados nos empobrece. El desplome en los mercados está siendo superior en magnitud a la crisis del 2008 (derrumbe de Lehman Brothers), y al momento Brexit de 2016. Nuestra renta nacional, calculada a precios de mercado, pierde valor. Hoy somos más pobres, aunque nuestra riqueza (PIB al coste de los factores) siga siendo la misma que hace dos semanas. Dos elementos a tener en cuenta: la caída descapitaliza a las empresas (dato negativo), pero al mismo tiempo, supone una corrección severa de un mercado sobrevalorado en los últimos años (dato positivo, a medias).

A partir de ahora, agiotistas que practicáis el deporte de riesgo llamado inversión, ¡ojito!. Ayer se registró una fuerza compradora en nuestro Ibex 35, porque los fondos compraron barato; mañana o pasado, volveremos al abismo cuando los mastodontes decidan vender para ganar un 40%. Son los cazadores bajistas, gente que cuando más cae el mercado más ganan, porque tienen el pescado ya vendido de palabra y pactado a precios más altos; lo hacen con operaciones llamadas de intramercado, en la misma sesión. Dicho  de otro modo: te vendo por la mañana lo que no tengo y te lo compro al final de la jornada a un precio mucho más bajo, si la tendencia es bajista. Al cierre de la Bolsa, liquido la operación; es decir pago barato el último cambio y recibo el dinero del precio que estaba más alto a la apertura del mercado. La Ley de Valores obliga a que los pagos y cobros se hagan una vez cerrado el mercado (a las 17:00 horas), a través de la Cámara de Liquidación y Compensación. Para el bajista, el cierre es una simple resta: lo que he apalabrado por la mañana menos lo que he pagado por la tarde.

Lo más peligroso de los mercados al contado, como la Bolsa, no son las tendencias generales de caída o subida de los índices, sino los dientes de sierra en fase de desplome o de subida. En los vericuetos se esconde el valor; cada escalón ofrece su amago. André Kostolany, mítico especulador, sin nada que envidiar a los actuales Warren Buffett y George Soros, solía decir que nunca se puede comprar oro y diamantes (valores refugio) entre el lunch y la hora del té.

Mientras el virus avanza, debemos medir las consecuencias de los recortes, cuya primera batería son las externalizaciones hospitalarias y la expansión de la sanidad privada. Cataluña recibe hoy la herencia de los tijeretazos de Artur Mas; pero vayamos sin prisas porque los pecados exigen actos de contrición antes de ser castigados. De momento caen las mutuas cotizadas y suben las empresas de material clínico, dos sectores empatados y muy proclives al mundo feliz de la antigua Convergència.

No saldremos de esta encerrona solamente inyectando liquidez desde los bancos centrales (lo que hizo Mario Drahgi con la crisis del euro). La esencia de esta crisis no está en la demanda sino en la oferta; Fredman le gana esta vez la mano a Keynes. No necesitamos más dinero para consumir e invertir, sino que precisamos nuevas condiciones específicas para seguir trabajando, creando valor, es decir necesitamos políticas de la oferta. Nos vale el paradigma de la derecha liberal, pero no en la versión de la Reforma Laboral de Rajoy, abaratando el despido, sino actuando en el otro extremo del mercado laboral: facilitando la contratación nueva y abriendo legalmente nuevas formas de trabajo no presencial, el teletrabajo, la videoconferencia o la creación de nubes digitales que permitan el intercambio permanente de equipos y la incidencia en la primera línea de venta, sin movernos de casa (el paraíso de Amazon).

Como buen húngaro perseguido y afincado en París, Kostolany escribió que si quieres entender cómo va el mundo de los mercados debes leer a Balzac y si quieres saber cómo este mundo se desmorona, debes leer a Dostoyevski, el gran maestro del frenesí. En el actual momento, nos valen ambos: si como opina la ministra Maria Jesús Montero, caemos hasta encontrar un fondo de firmeza, rebotaremos hacia arriba, describiendo una uve; si no es así, nos quedaremos abajo por un tiempo indeterminado, ya que en economía no existen los plazos (“a medio plazo, todos muertos”, escribió el genio de Bloomsbury, convertido en Lord por recomendación de Bertrand Russell, tercer Conde de Russell).

En Washington, los remilgos de Trump no sirven de casi nada. El presidente no se atreve a desmentirse a sí mismo, tras haber dicho que el Corvid-19 “no es para tanto”. Pero la dinámica de los mercados resulta implacable por más que el hombretón feo recurra a la Reserva Federal, como si fuera su caja fuerte. El vendaval hundirá sus intereses espurios. Y de momento los envíos desde las maquilas chinas de Shangai, que trabajan en condiciones de dumping social, empiezan a escasear seriamente. El segundo impacto será peor, como suele ocurrir en los tsunamis asiáticos. EEUU ha arruinado los esfuerzos librecambistas del llamado Anillo del Pacífico, pero el proteccionismo de la Casa Blanca está a punto de sacar bandera blanca.

En 2008 vivimos la experiencia dolorosa de un cortocircuito en los hilos de la liquidez que unen a los bancos con sus emisores y con las empresas y particulares. Pero no pudimos abarcar lo catastrófico y duradero de aquel desplome, tal como dice el exgobernador del Banco España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez, que hoy presenta en el Circulo de Economía su libro Adiós a los bancos, de la mano del profesor Anton Costas. Los daños de entonces se arremolinan con los actuales: expresan la “fragilidad del dinero”.