El Real Madrid es la metáfora de una España adormecida, que se aleja del griterío político; todo lo resolverá el presidente de ACS, Florentino Pérez, después de que, una vez más, nadie se atreva a disputarle la presidencia el club blanco. No lo hace ni Vicente Boluda, el presidente de la asamblea de empresarios valencianos, el señor del “chorreo”, aquel que encumbró el falso silogismo de que “hay que hacer lo que hay que hacer, pero, para hacer lo que hay que hacer,  hay que ver lo que hay que hacer”, formulado por su compañero de junta (y presidente puntual), el constructor Fernando Martín (Martinsa-Fedesa). ¿No hay otros empresarios acaudalados en la City española que concentra el mayor PIB de la riqueza nacional?

La clase dirigente está cuerpo a tierra. Vive entre el silencio y la desmemoria, como demostró López del Hierro, el marido de Cospedal, ante el Juez del caso Bárcenas, extraviando su segunda inicial, (“a lo mejor JH son las iniciales de un tal López Hernández”, dijo en sede judicial). No habla nadie; ni la CEOE, con un presidente sin 'punch', como Antonio Garamendi, ni la rebelde Ceim, cuyo presidente, Manuel Garrido, se limita a ensalzar a Díaz Ayuso, aunque la autonomía lleve dos años sin Presupuestos y se ponga de perfil ante los fondos la UE. Tampoco dice nada el Círculo de Empresarios, el camarote de los grandes, envuelto en el celofán intocable del éxito en medio de la zozobra de los sin voz.

El silencio del muerto, en referencia al antiguo gestor de los conservadores, Álvaro Lapuerta, se cuela por todos los rincones de la capital; es un viento valleinclaniano que va desde Cercedilla hasta el Callejón del Gato. No habla la economía real, pero fatalmente, uno responde: el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, al que ahora le da por enfrentarse a la presidenta de la Comunidad. Sánchez ha mordido el anzuelo, escribe Esther Palomera (elDiario). Y sí. Lo ha mordido justamente cuando el Secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, empotrado en Presidencia, se mueve mejor bajo los hilos de Redondo.

Madrid en la metáfora de un buque rápido pero varado, cuyo sinsentido ilusiona a muchos. La Comunidad Autónoma parece imantada por aquel César o nada de Pío Baroja, incluido en su trilogía Las ciudades, que quiso despertar a una sociedad ensimismada por una de estas dos vías: el progreso o el poder. Estamos a las puertas de conocer las 212 doce medidas del Gobierno para aprovechar los fondos europeos del paquete Next Generation, pero por lo visto, la campaña electoral es lo único que reluce. Y brilla especialmente cuando el poder económico no deja sentir su voz.

Lo que ocurre en la capital en muy similar al caso catalán donde la tensa espera ante una formación de Govern soberanista ha enmudecido a los foros de opinión (el Círculo de Economía) o las cámaras de comercio, reliquias del pasado, y hasta ha silenciado temporalmente el salón de los pasos perdidos de Fomento del Trabajo, donde pierde fuelle el decano Consejo Consultivo de otro tiempo. En fin, si el mundo se acaba, siempre nos quedará un último café en el estribo del Círculo del Liceo o en la glorieta, volcada sobre la Diagonal, de la Casa Pérez-Samanillo, sede del emblemático Ecuestre.

 A la empresa no le gusta escuchar que el impuesto de beneficios debe ser revisado al alza, como aconsejan el Fondo Monetario (FMI) o la Administración Biden por boca de la secretaria del Tesoro de EEUU, Janet Yellen. Y además, corren tiempos en los que el Gobierno de Sánchez y Yolanda Díaz ha urgido a Luis Escrivá (SS) y Nadia Calviño (Economía) la transferencia de 14.000 millones de euros del Presupuesto de 2021 a la caja de las pensiones para cubrir loa “gastos impropios” causados por el descuento de las cotizaciones sociales, como medida para mantener el empleo.

Es más fácil politiquear que hablar de economía de verdad. ¿Sí o no? En Barcelona, este momento de impase está siendo como atravesar un pequeño desierto sin cantimplora. A falta de representación institucional, la economía de la capital esgrime al Real Madrid mientras que Barcelona se ve obligada a recurrir al palco desierto de Can Barça, con una Junta directiva que ha sacado su aval gracias a Jaume Rores, un príncipe de las mareas desentendido o un simple testaferro. El Barça es el Titanic, pero el Madrid, después de un año de pandemia, empieza a parecerse a un destructor con la quilla mordida por el salitre.

Ante la floja representación institucional de los empresarios, la capital cuenta con el brío intermitente de César Moncada, el personaje de la citada novela de Baroja. Tiene al que es capaz de esconder las debilidades cuando da la cara: Florentino o nada.