Dos ex vicepresidentes del Tribunal Constitucional. Uno de ellos, Eugeni Gay, exhuma títulos dormidos; el otro, Carles Viver i Pi-Sunyer, socava principios. El primero se basa en la ley, pero sabe que la ley por sí sola no lo es todo si falta la esgrima de la política. El segundo asume que la Constitución puede ser dinamitada desde dentro; encarna el argumento jurídico del principio falaz que dice "esto del referéndum de autodeterminación va de democracia". Catedrático de Derecho de la Pompeu y presidente del Consejo de la Transición, Viver i Pi-Sunyer ha aceptado la misión de desmontar el entramado constitucional y estatutario sobre el que tanto ha teorizado; desandar es el mejor vicio del andarín.

La insumisión es el proemio de un procés que los políticos esconden y los juristas temen. Su ley de desconexión muestra un ejercicio duro que somete a los jueces, anula a los periodistas y destruye la división de poderes. Cataluña no es Centroeuropa. Nos tenemos cronistas de la Pútrida patria, como Sebald, ni sótanos húmedos como los que habitaba Thomas Bernhard. Tampoco sentimos la angustia vital germánica (die Angst), ni el negativismo sanador de los que dicen “no tengo anhelos”. Aquí somos autocomplacientes; nadie abandonará el frentismo (por lo menos de boquilla) ya que somos un país estético, marcado por los posados de nuestros líderes, ante los que suelen prestarse con más desaliño voluntario que descaro involuntario.

El Estatuto anulado por el TC fue hijo intelectual de Pi-Sunyer. Él no tragó la sentencia y le declaró la guerra a la carta magna que había amado. El hombre que redactó el Estatut y que recelaba de la praxis a lomos del espíritu de las leyes, se puso a sueldo de la Generalitat para poner en solfa la causa secesionista. Por su parte, Eugeni Gay ha relanzado su carrera jurídica en el bufete profesional de origen familiar y desempeña una vocalía en el consejo de administración de Criteria Caixa en representación de la Fundación Bancaria La Caixa, que preside Isidre Fainé.

Eugeni Gay se basa en la ley, pero sabe que la ley por sí sola no lo es todo si falta la esgrima de la política. Carles Viver i Pi-Sunyer asume que la Constitución puede ser dinamitada desde dentro; encarna el argumento jurídico del principio falaz que dice "esto del referéndum de autodeterminación va de democracia"

Quienes más niegan el alma de España saben, en el fondo, que "eso de Cataluña da miedo". El procés es una metástasis fatal de melancolía y resentimiento. Sus dirigentes, la camada de los Junqueras, Puigdemont, Mas o Romeva, exhiben los vicios del populismo más recalcitrante; el del Brexit, ni siquiera el de la CUP, la plataforma antisistema que ya sufre por la república del mañana plagada de desigualdades. El futuro es un erial hospitalario, enseñante, judicial e industrial. Es una plaza dura con el pal de paller en el centro, desnudo como un espantajo azotado por los vientos.

En el aire flota una atmosfera pestilente. Es el ambiente contaminado de la conspiración, muy en consonancia con el Ricardo III de Lluís Homar que empieza a pasarse mañana jueves en el Teatre Nacional. En este turno de Shakespeare, el duque de York seduce y mata para conseguir el trono; Ricardo es un político sustituto de los que se eternizan en el cargo, como quiere hacerlo Puigdemont, pero, en su caso, desde la dulzura, no desde la bestia. Los cuchillos de la querella catalana circulan simbólicamente por debajo de la mesa, no cortan el aire con su filo.

En Derecho, como en la vida, la realidad y el discurso disienten, por lo menos en parte. El general Kutuzov y Napoleón interactuaron de verdad en la campaña de Rusia que inmovilizó a los mariscales del emperador; pero los amoríos y desvaríos de aquella gente fueron inventados en Guerra y Paz. Tolstoi conquistó Europa desde las verdades de la mentira. En la metáfora catalana ocurre lo mismo: nadie sabe hasta cuándo durará el plante de JxSí, porque si la negociación política ya no es posible, habrá que echar mano de la transaccional (esto a cambio de aquello), como lo haría un PNV cualquiera. A los líderes catalanes les da vergüenza bajar del burro y aceptar una nueva versión de peix al cove. Y por eso nos conducen irresponsablemente al imposible, como ha dicho certeramente Josep Maria Bricall, ex rector de la UB, que fue consejero de Tarradellas y participó en el regreso del expresident. Aquella operación inventada por Carlos Sentís, Manuel Ortínez y Adolfo Suárez no se puede comparar con el salto al vacío que exige Puigdemont, poniéndose al nivel del hombre que llevó sobre sus hombros la Generalitat en el exilio durante cuatro décadas. Pobre Puchi, no le aguantaría ni medio asalto.

Quienes más niegan el alma de España saben, en el fondo, que "eso de Cataluña da miedo". El procés es una metástasis fatal de melancolía y resentimiento. Sus dirigentes, la camada de los Junqueras, Puigdemont, Mas o Romeva, exhiben los vicios del populismo más recalcitrante

Al president le ha quedado muy bien aquello que dijo en Cibeles: "En España no hay tanto poder como para frenar tanta democracia". Por Dios, no se da cuenta de cómo disminuyen los incentivos de la movilización colectiva en la que pretende apoyarse. La voracidad democrática del procés despolitiza el espacio público. Los que viven del plebiscito se ahogan en él. La sabe muy bien el letrado Eugeni Gay: algunos procedimientos absolutamente democráticos, si no se articulan de conformidad con los códigos, pueden dañar la calidad democrática. No todo vale en nombre del demos (la comunidad pensante). Los enfoques han de pasar también un examen. Los directores de la Nouvelle vague decían que la técnica del traveling era una cuestión moral, a la vista de cintas como Jules et Jim o Hiroshima mon amour. La cámara no es neutra y la mirada sobre un fenómeno social tampoco. El criterio de cantidad, resumido en "tanta democracia", empacha.

En busca de la simplicidad, la navaja del monje Guillermo diría que la democracia depende del resultado. No entraría en el laboratorio de Viver i Pi-Sunyer, donde los alambiques y las probetas sacan humo para demostrar la cuadratura del círculo o el encaje de la Ley de Transitoriedad en la Constitución del 78. La contradicción en sus términos puede resultar hasta refrescante en un Estado tan necesitado de ventilación como el español. Pero no juguemos con el sueldo de los funcionarios o los bienes del patrimonio, que serían capturados por la Generalitat en la ley de Pi-Sunyer. El jurisconsulto juega fuerte porque piensa que no va con él ("hago lo que me piden los políticos", ha dicho en alguna ocasión) sin advertir que su laboratorio está dentro de otro laboratorio, y así sucesivamente, como las matrioskas rusas.

Nos asusta más la ficción que la realidad, del mismo modo que nos impresiona más lo que puede ocurrir que lo que ocurre. Los ponentes de la Transitoridad contemplan nuestras vidas como el protagonista de Gay Talese en el El motel del voyeur. No son mirones, son observones, y nosotros, sus conejillos de indias.