La moción de censura de Tamames ha partido por la mitad definitivamente a la clase política, ya dividida. La derecha, con Vox metido en su entraña, frente al Gobierno de coalición, escorado por el sello dogmático de Podemos. El último CIS –¿Tezanos still valid?— da ganador a Sánchez, reflejando ya el principio de caída de Podemos, frente a un PP que no relanza su voto, pese a los últimos reglamentos civiles (sí es sí o ley trans); pero, además, tengamos en cuenta que la encuesta deja fuera del cuadro la reforma de pensiones, auténtico jugo de la política económica. La moción sortilegio le ha robado al país el debate pendiente: el modelo de Nadia Calviño consonante con Bruselas, frente al modelo liberal riguroso, que se le supone al partido conservador.

En las Cortes, Tamames resume así la geografía de la nación: los intelectuales y periodistas echados al monte y los políticos incendiarios se sienten atrapados en una burbuja tóxica en la que los errores de este Gobierno ponen en peligro la democracia. Un esquematismo pillado por la sinrazón. ¿En qué hornacina se ha dejado el profesor su Estructura económica de España, aquel manual, reputado y conocido como el Tamames?

¿Quién está detrás de la moción folclórica? Lo apoya claramente el sector neoliberal y thatcheriano de Vox, en torno a Iván Espinosa de los Monteros, pugnando por hacerse con el control del partido frente al falangismo de Buxadé y al activismo militarista de Ortega Smith aupado por exmiembros del Coe-13, así llamado por su etapa de pertenencia a las fuerzas especiales de boinas verdes. ¿Qué cohesiona a los neoliberales de Vox? El ultracatolicismo de grupos como El Yunque –institución nacida hace años en México muy ramificado en Latinoamérica— integrado por evangelistas que efectúan un juramento secreto de obediencia y que forman parte de plataformas, muy movilizadas contra la ley del aborto o el matrimonio homosexual.

La ciudadanía se encuentra ante el bombardeo de los extremos: Vox y Podemos. Esta segunda formación, comandada por un Pablo Iglesias en la sombra que debilita cada día la plataforma de Yolanda Díaz. Iglesias se ha convertido en un Tirano Banderas y necesita el campo libre de su flanco para abrir paso a su marca; ya es un líder inmóvil y taciturno… calavera con antiparras…, como describió Valle Inclán a su protagonista, un cacique de ultramar.

En el hemiciclo se da por hecho que hoy la abstención de Feijóo visibilizará su estrategia de atrapado, entre el Gobierno y Vox, apostando por su agenda paralela: el silencio. Por su parte, Sánchez ha tratado de reconvertir la moción contra él en una moción contra el PP condenado a gobernar con Vox si quiere, en diciembre, recuperar la Moncloa. Pero no hay duda de que Feijóo ha conseguido colocarse en el centro sin necesidad de comprometer su futuro con un discurso inflamado, como el que efectuó Pablo Casado en la anterior moción ultra, celebrada en octubre de 2020. El actual presidente del PP es ducho como lo fue Rajoy en decir una cosa y su contraria –véase, por ejemplo: “La verdad y la mentira son aquello a lo que merece dedicar toda la vida”, pronunciado en el Senado—, uno de aquellos axiomas lelos que, a fuer de inconexos, recuerdan a don Álvaro Cunqueiro delante de una empanada de lamprea.

Los dimes y diretes del glutamato de la derecha (Abascal) frente al Sheriff de Nottingham (Sánchez) animaron la sesión de ayer, pero no respondieron al interrogante de si un reconocido padre de la Constitución puede malbaratar al Congreso, durante un montón de horas. En Westminster o en el Bundestag alemán, la propuesta no hubiera pasado el corte. Aquí sí porque vivimos entre dos extremosidades (un palabro de Ramón Tamames). Por un lado, el cisma evangelista en comunión con el unitarismo español; y por el otro, la fragmentación del infantil izquierdismo. La metafísica del Movimiento frente al cansino historicismo izquierdista. El que sostiene y el que aplasta. El yunque y el martillo.