Fuga y vacío de los cerebros liberales en la nueva Cataluña de los pactos con Madrid. A las puertas de la Diada, la fiebre nacionalista atempera su natural intemperancia. La pléyade de grandes economistas que nos distingue se ha puesto mutis por el forro, mientras en la misma presidencia del Govern, se revisan con mala nota las leyes de desconexión del 6 y 7 de setiembre de 2017. A propósito de los economistas, merece la pena destacar a los integrantes del Institut Ostrom, que se han olvidado de lo nuestro y ahora asesoran a la presidenta Díaz Ayuso en su tarea de convertir a Madrid en un paraíso fiscal, al estilo de la City de Londres.  

Pero las recetas liberales no bastan ya para el nuevo modelo catalán; este último brota hoy sobre dos ejes vertebradores: negociar con Madrid y arrumbar el referéndum de autodeterminación en el túnel del tiempo. Algunos de nuestros mejores sabios han enmudecido. Los señores que decían que La Caixa era una rémora y que ellos podían traer fondos chinos a los que les sobra el dinero; los que hablaban de que la República catalana podría bañarse en un mar de liquidez nunca visto; los que criticaban salvajemente a una UE que ya “no nos aporta nada”. Todos estos, ya no hablan.

Están callados esperando el nuevo tempo de la política impuesto por Oriol Junqueras y Pere Aragonès sobre la posibilidad del diálogo como única salida. Junts, el partido de Puigdemont, mantiene la adoración de la efigie en Waterloo, pero ha emprendido hace días su repliegue. La democracia directa del Parlament, sin someterse a las leyes de referencia constitucional, ya no funciona; el enfrentamiento directo con el Estado se ha convertido en el cementerio de los hiperventilados. La tensión identitaria establecida sobre los nuevos Contenedores -los aparatos ideológicos en la era de desaparición de los partidos políticos, como promueve el brillante politólogo Daniel Innerarity-- ha dejado de fluctuar como una nube cefálica sobre nuestras cabezas. La misma alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, está renunciando en parte su media mitad nacionalista, provocando el enojo de Junts, el partido del resentimiento.

Comprobadas las aristas de la praxis, falta por concretar el papel de los pensadores. La intelligentsia soberanista, marcada por los economistas de frente amplia y modelo matemático, se ha ido apagando. ¿Dónde está Xavier Sala Martín? Y donde paran las aspiraciones longevas del Col·lectiu Wilson, la plataforma en la que el profesor de Columbia y experto en políticas del desarrollo, ha compartido entorchados con otros, como Jordi Galí (Crei), Pol Antràs (Harvard), Gerard Padró i Miquel (London School), Jaume Ventura (Crei) o Carles Boix (Princeton University). Este colectivo toma el nombre y se inspira en el presidente norteamericano y premio Nobel de la Paz Woodrow Wilson (1856-1924), quién en su discurso, delante del Congreso norteamericano el 11 de febrero de 1918, defendió la autodeterminación.

El imposible cotejo reconforta a los soberanistas catalanes de alta Academia; por lo visto, estos miden su separatismo teórico con una idea nacida antes de su síntesis --contenida en el libro De la democracia en América, de Alexis de Toqueville-- como si una escisión actual de Cataluña respecto de España y de la UE pudiese rivalizar en derechos con un principio anticolonial del XIX.

El poder oracular que se les supone a los sabios de la economía ha perdido fuelle. Sus modelos crecimiento y sus cálculos de la renta nacional catalana provocarían la risa sardónica de nuestro mejor pasado, el de los monetaristas Laureà Figuerola y Joan Sardà. Figuerola combatió al proteccionismo arancelario y se entregó a la Gloriosa revolución liberal del general Prim. Sardà, por su parte, liquidó la autarquía económica de Franco ante las narices del general. Ni ellos ni los que preexistían o vinieron después, desde Josep Maria Tallada hasta Fabian Estapé, buscaron el auxilio de la segregación, como solución a nuestras desventuras, que son las de toda Europa. Los grandes maestros le remarcaron de este modo: si Cataluña es la vía, su aislacionismo es la muerte.