La contrademocracia va a más. La libertad está secuestrada por el pasamontañas, y los treated fairly del sindicato del crimen bloquean los accesos de la Pompeu Fabra (no saben que el cuerpo yacente del gramático está todavía en Sant Martí del Canigó). Es la impunidad reinante de un país que lleva mucho tiempo alimentando la antipolítica y el odio. Los pollo-punkis de cresta cantan el Virolai en señal de protesta delante de los Mossos, mientras el Govern secunda a dirigentes civiles que blanquean la violencia. Barcelona no es Beirut; se ha quedado en el Metrópolis de Bathman (Buch). Paluzie sigue los pasos de Carme Forcadell: saltó un día de la catalanidad serena a la calle que ya es hora, después de pasar por la filosofía del tocador (la del divino marqués). Los comités de huelga van armados con palos y cubiertos con capuchas, mientras las patrullas CDR levantan barreras al transporte por carretera y tren. Barcelona, capital aislada, se parece ya a la Santiago de Chile del golpe de Pinochet; y el mismo letrado Gonzalo Boye --defensor de Miñanco y de Snowden-- “nos podría contar”, como dijo Elisa Beni, lo que pasó allí, en clave de aventura equinoccial, digo, a la vora del foc. Y aquí nos chupamos el dedo.

Las acciones previstas en la calle para el 9-N, día de reflexión, puede incrementar la polarización, en beneficio de Vox. 24 horas después, el día de los comicios, los CDR quieren copar los  colegios electorales. El escorpión se apodera de un subconsciente que ya no le teme a nadie. Está empezando a ser demasiado tarde, incluso para Marlaska. Las movilizaciones ritualizan la protesta, pero a pesar de las apariencias, no alimentan estructuras ideológicas permanentes. La independencia es un estatus, no una corriente de pensamiento. Sus dirigentes lanzan a su juventud contra el monopolio de la violencia legítima. Pero ellos se quedan en casa y predican que la voluptuosidad de la barricada debilita las almas. Es el doble lenguaje, el vicio infame que practica el mundo curón de la estelada, tan bien representado por Torra, ex niño de sacristía, Frascuelo y María.

A la vista de la experiencia del lobby rosa, caído sobre la escolanía de Montserrat, hemos conformado que el desliz platónico de Fedro nunca fue casto. Los mandarines del catalanismo errático de nuestros días, aunque tengan las manos sudorosas, no le restan vigor al soberanismo, como movimiento teológico. Hoy, la visibilidad lo es todo y la sonoridad de la palabra vale más que su significado, por muy polisémico que sea este. Por eso resulta impactante ver por la tele a jóvenes bárbaros con pedruscos en vez de políticos profesionales.

De poco sirven ya los análisis del Círculo de Economía sobre la desigualdad de las rentas o los esfuerzos municipalistas que venden la Quinta Ola con iniciativas, como el Davos digital, planteada por José María Lassalle, autor junto a Antoni Gutiérrez-Rubí, del informe Barcelona, capital global del humanismo tecnológico. Calleja y Rubí desarrollan que, sobre el impulso del Mobile World Congress, debe lanzarse una alternativa mediterránea al diseño de las smart cities, que promueven Estados Unidos y China. Van muy bien en compañía de Joan Subirats (bienal del pensamiento, Ciutat Oberta), Laia Bonet o Judit Carrera (CCCB). Pero lo primero es lo primero: o resolvemos la inconsciencia autoritaria del soberanismo o no hay nada que hacer; y el Mobile, ay, ay, ay. No dudo de que esta vez Colau se lo tome en serio. Pero será difícil perpetrar la conspiración benéfica de los mejores, mientras manden en la Generalitat las élites de JxCat y ERC, señores de una Odisea tragicómica que les ha convertido en marionetas de sus propias falanges incendiarias. Las fuerzas del mal no opinarán del Davos Digital. Practican el silencio de palos en la rueda, como lo hizo el nacionalismo de Pujol en los Juegos del 92 o ante el 22@.

Mientras avanza la incertidumbre política, crece la certidumbre económica de la desaceleración severa, aunque la ministra Calviño diga que de “una crisis real, nadie tiene noticias”. La preocupación por la crisis demuestra que cuando los politólogos hablan de economía es que vamos muy mal. Para sacarnos de esta, tenemos el llamado teorema Sánchez, una especie de fórmula magistral para revitalizar la economía española  (página 256 de aquella tesis doctoral), con la idea de que “cuanto más se importa de China y cuanto más grande sea la inversión española en China, más aumentarán las exportaciones hacia China”. O sea, que hay que hacer lo que hay que hacer, como dijo el otro. Hombre, no le pido que sea Raymond Barre, aquel primer ministro francés que era profesor de Teoría Económica y autor de un manual que rivalizaba con el Lipsey. Pero un poco más, sí.

Con la exhumación descontada, los fuegos de Barcelona son el detonante único de la polarización. Somos objeto de debate, pero entre nosotros no hablamos; ya hace mucho que las peluquerías barcelonesas, hoy sumidas en el silencio, destronaron a la capitalidad parisina de la conversación. Si callamos, asentimos; la ciénaga crece y huele.