El Ayuntamiento de Madrid aprobó por unanimidad el pasado lunes el Madrid Nuevo Norte (MNN), conocida como Operación Chamartín, con los votos a favor de todos los grupos municipales, Más Madrid, PP, Cs, PSOE y Vox. ¡Todos! El proyecto que cambiará la fisionomía de la capital y que apoyó el gobierno de Manuela Carmena ha obtenido la luz verde después de más de 25 años de bloqueo. No es un pelotazo. El salto urbanístico presume sobre maqueta del nuevo skyline de la capital, presentado ahora con fanfarria por parte de Martínez-Almeida, que se lo hace suyo, igual que lo hizo en su momento la veterana alcaldesa de Más Madrid, quien nunca se olvidó del crecimiento de su ciudad.

Chamartín es la diferencia que hay entre la gestión más allá de la ideología, que se practica en la capital, y la ideología convertida en cri de coeur de la Barcelona ensimismada de los sollozantes lazos amarillos. Los grandes proyectos urbanísticos viven para siempre en la piel de sus ciudades. Una vez terminados, cobran vida propia, como ocurre en el cuento El retrato de H. G. Wells, cuando un organillero malicioso trata de destruir a golpes una tela terminada y acaba peleándose con el artista dentro del mismo cuadro. Las imágenes tienen vida propia como siempre han mostrado París, Roma o Florencia y como pueden comprobar los turistas, estos días de asueto, en la enorme avenida de Tebas (Egipto), frente al templo de Luxor. Allí, las esfinges contemplan al paseante con los ojos de las estatuas milenarias, que un día fueron pupilas humanas para los faraones. 

Los ciudadanos de Barcelona pronto admiraremos el nuevo lustre de la capital, mientras nosotros descendemos en el rating de ciudades, y nos limitamos a soluciones epidérmicas, como dar la espalda a los jóvenes (manteros) que consiguieron alcanzar a nado nuestras costas. Pese a que la alcaldía pone en primer plano la intransigencia frente a las mafias en el Raval, la inseguridad crece. Poco se puede hacer sin desbordar el presupuesto municipal. Estamos llegando tarde. Cataluña, la comunidad autónoma sin gobierno, hace ya mucho que es un espacio dividido entre constitucionalistas (48%, según el último CEO) e independentistas (44%). Además, en su seno, avanza incontenible la subdivisión entre los soberanistas: una escisión entre nazarenos y luteranos; entre ignacianos y milenaristas; entre Montserrat y Poblet; entre el catalán normativo y del llemosí de los antiguos trovadores; y en suma, entre JxCat y Esquerra, dos partidos que si “pusieran una funeraria, la gente dejaría de morirse”, escribe con garbo Benjamín Prado.

ERC parece dispuesta a la política, mientras que el grupo de Puigdemont y Torra está integrado por aquellos “hijos del arpa que iban de Castillo en Castillo para mitigar con su música la melancolía de los nobles”, como escribió Joaquim Rubió i Ors, un prohombre del ochocientos, en el prólogo de su célebre recopilación de poemas, tan considerada en su momento como los romances de Walter Scott. En pleno romanticismo, la ingenuidad estaba considerada como un rasgo de la personalidad, pero a la sentimentalidad se la llamó directamente cultura.

Con el futuro descontado, Chamartín tiene también un coste político. Pero qué más da, si al final funciona. Es la máxima del perdón a partir del éxito de la misión, que implica a varias generaciones, como en aquel Mirall trencat (Espejo roto) de la gran Mercè Rodoreda. Hasta este momento, el BBVA, junto a Grupo San José, es el promotor privado, a través de la sociedad Distrito Castellana Norte (DCN), donde el banco posee el 75% del capital y la constructora, el otro 25%. Cuenta ya con un total calculado de 6.000 millones de euros de inversión a lo largo de dos décadas y toda una metamorfosis de la ciudad que arrancará en 2021, con las primeras obras de urbanización. La aprobación municipal del lunes en el consistorio cae, como una maldición anticipada, sobre el BBVA arrastrado por el caso Villarejo, que ha manchado la reputación de Francisco González (FG), su anterior presidente. La frustrada venta de un paquete de control de la entidad (la segunda española, tras el Santander) por parte de Sacyr está direccionada ahora hacia un fondo soberano de capital árabe.

Frente a la catarata suma y sigue del centro, Barcelona no se puede inventar el futuro. La ciudad está detenida por un proceso de intenciones al que, ni siquiera hoy, se someten los soberanistas. Estos últimos ahuyentan la inversión. Le niegan a su país la acumulación bruta de capital, que fue un distingo de la Barcelona de Pasqual Maragall, gracias al pacto entre intereses privados y gestión del espacio público. Es imposible volver atrás, a la etapa del entronque como fórmula de consolidación dinástica en la industria, el urbanismo o la cultura.

Me pregunto si podríamos seguir andando todavía sin la amenaza de la camarilla factual del procés, que trata de embarrancar al país para después quedárselo. No hablo de los valets de ferme sobre el territorio ni de los valets de chambre, huidos de la justicia. Hablo de sus mentores en la sombra; los que tratan de destruir para conquistar, estandartes de ínfulas míticas en una tierra, que quieren racialmente pura y basada en el absolutismo.