Dice José Luis Ábalos, el ministro de Transportes y secretario de organización del PSOE, que está por darle las gracias a Pablo Casado y a su núcleo duro por lo mucho que trabajan en beneficio del Gobierno. No es exactamente una versión del célebre “ladran, luego cabalgamos” sino más bien una paradoja del reino paradójico de las Españas. Pablo Casado ofrece la imagen de un PP enrabietado que utiliza a Bildu para arremeter contra Sánchez; habla del padre asesinado, delante de su hijo, tiroteado por los pistoleros de ETA y recupera una imagen de hace quince años, cuando hace mucho que la banda dejó de matar. Somos muchos los que no perdonamos a los pistoleros; no nos gusta Bildu, continuador de HB, que además tiene un líder antipático, Arnaldo Otegi, dispuesto a figurar como aspirante al Nobel de la Paz. ¡Sarcasmo negro! Pero la Constitución consagra a Bildu lo mismo que a Vox, un partido contaminado de autoritarismo y lo mismo que a JxCat o ERC, formaciones cuya doctrina nace en la exclusión del otro y en la lucha contra el Estado de derecho.

Casado debe estar presionado por los sondeos para lanzar la muerte sobre las espaldas del Gobierno. No admite a Sánchez, que ganó las últimas elecciones y forjó su hegemonía a base de alianzas en el poder legislativo. Llamar cómplice del asesinato al Gobierno es un hipérbaton de la realidad que no resiste ningún contraste. Llamarlo inconsistente o pésimo sería otra cosa. Para resolver la finta de Ábalos, piernas abiertas de salto y agilidad mental, propongo invocar a  Miguel de Unamuno, experto en paradojas, que aprovechó su conocida intervención en el Paraninfo de Salamanca para preguntar:  “¿Qué significa viva la muerte? ¿Significa muera la vida?”; en este bello país, la paradoja nos está esperando a la vuelta de la esquina.

Debajo de la apelación moral del PP contra el bildusocialismo hay una distinción entre lo bueno y lo malo que esconde la diferencia entre el noble y el plebeyo; entre el digno y el indigno. Y naturalmente, Casado cree ser el digno-noble, aunque va directo al precipicio, sin tiempo siquiera de entrar en el Congreso y abolir la Primera República, como hizo el general Pavía, cuya estatua ecuestre frente al Retiro enaltece su iracunda memoria. De seguir así, a Casado no le salvará ni el llamado voto mineral de la derecha. Hoy se escuda en la cara de “tonto útil” que tiene Sánchez a criterio de Aznar, aunque Josemari, el hombre-ardilla, no se habrá mirado jamás al espejo. ¿Quién le pone al ex presidente la gomina azabache?  

Emparentar al PSOE con los asesinos de ETA es algo que ya hizo Albert Rivera, el chivo que pagó su falta de criterio con la pérdida de 40 escaños en el Congreso, dejando en mantillas a Ciudadanos. Mucho antes, en 2008, Mariano Rajoy, el hombre estático, gritaba como un poseso cosas del mismo tenor contra el PSOE de ZP; y fue gritando como perdió los comicios frente a Bambi. A su vuelta al tablero electoral, Mariano se escudó en Soraya, inhaló las flores de Sanxenxo, entendió la relación entre la cosa pública y las empanadas de lamprea que le gustaban a Cunqueiro y marchó sobre Madrid vestido de moderado. El centrismo le dio los votos, no para derrotar simplemente al PSOE de Rubalcaba, el último Fouché, sino para sacar la mayoría absoluta en 2011. El electorado español premió su moderación, como lo había hecho con Felipe González y lo había repetido modestamente con el primer Aznar (el de 1996) y sobradamente con el segundo Aznar; el que nos salió rana en las Azores.

¿A qué vienen ahora tantos aspavientos señor Casado? Cuanto más grita en contra del socialismo asesino, que pacta con Bildu, peor lo tiene para convencer. Ya sabe usted que para vencer hay que convencer y para eso último, hay que “persuadir”, como nos ha recordado Alejandro Amenábar en un nuevo pase televisivo de su película, Mientras dure la guerra, con un soberbio Karra Elejalde, en el papel de Unamuno. El filósofo lenguaraz fue también compasivo, porque, mirando de frente a Millán-Astray, descubrió el talón de Aquiles de los fuertes.

En enero empezará a contar la verdadera legislatura de Sánchez. Si las cuentas incluyen las ayudas europeas, el PSOE estará como mínimo tres años más en el poder. En Moncloa hace sus enjuagues el maestro de abalorios, Iván el Terrible; la magia del poder y sus poderosas redes son un rizoma clientelar que puebla la España peninsular y algo menos la insular. Cuanto más lejos está uno de Moncloa menos posibilidades tiene de llegar a ella. Al paso que va Casado, dentro de un trienio, la oposición habrá envejecido seis ejercicios. No vale la excusa de que el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, enmaraña el país, que también lo hace. Podemos no tiene tanto arraigo social ni tanto peso en el poder; y además cae en los sondeos. Basta con escuchar a su filósofo de cabecera, el montaraz Juan Carlos Monedero, para saber que Podemos vive mal en el enjambre de la UE; no sabe de pactos, solo exhibe programas, como aquel malogrado califa rojo cordobés.

Quién manda ahora es Nadia Calviño. Mal que le pese a Daniel Lacalle, maestro de la economía vocinglera, la ministra paseará, junto a Marichu Montero, los Presupuestos expansivos del Covid por el Berlaymont de Bruselas y por la sede del BCE, en Frankfurt, altar de nuestra divisa; un símbolo a orillas del Main, afluente del Rin y mirador del Danubio, espina dorsal de la Democracia.   

 

Destacadas en Crónica Política