¿A qué viene que Artur Mas diga ahora que Jordi Pujol no debía de haber confesado lo del dinero en Andorra? A toro pasado, a mí no me han pillado y por tanto sigamos para bingo. ¿Es eso? Una desfachatez descomunal, mientras el resto declara. Todo se sabe y más que se sabrá bajo el signo del ciberespionaje total, que se impone sin remedio. Cuando Mas era president de la Generalitat, lanzó el procés como un salto adelante para superar el síndrome del Gran Hermano orwelliano, que se cernía sobre el nacionalismo, nido de negocios y de corrupción. Mas y Jordi Pujol quisieron ser Winston Smith y Emmanuel Goldstein, los dueños del partido que todo lo controla en la novela titulada 1984, de Orwell, pero resultaron los controladores controlados; fueron cazados por Hacienda y los tribunales. Ha pasado una década. ¿Quién puede escapar ahora a las comercializadoras de sistemas destinadas al control de móviles y portátiles a base de hackear Telegram o Whatsapp? Nadie.

La vigilancia masiva ya es un hecho, como demuestra el folleto confidencial de S2T Unlocking Cyberspace, filtrado a los medios, con oficinas en Londres y Singapur. Los acercamientos al Kremlin por parte del movimiento soberanista fueron inútiles; sin embargo, las seis horas del presidente Biden en Kiev demuestran que el buen control ya es ilimitado.

El nacionalismo vivió su década prodigiosa creyéndose a salvo de todo. Pero llegaron las penas y el lento despertar de la verdad. Estos días, Isaías Herrero, amigo de Laura Borràs y acusado junto a la presidenta del Parlament en el juicio por el supuesto fraccionamiento de facturas en la Institució de les Lletres Catalanes, lo ha confesado todo. El acusado ha reconocido en sede judicial que acordó con Borràs “un contrato de trabajo encubierto”. Pactó con la actual presidenta de Junts que el trabajo sería dividido en varios contratos para así nunca superar los 18.000 euros que hubiera obligado a presentar un concurso público. Cada contrato debía ir acompañado de tres presupuestos falsos: “Por cada contrato se debían presentar tres presupuestos, pero los otros dos presupuestos eran presupuestos comparsa”. ¿Quién le dio las instrucciones? “La señora Borràs”, contestó el imputado. Es la muerte política de la líder de Junts.

Orwell vigila. El escritor británico, muy defendido por el republicanismo catalán como autor también de Homenatge a Catalunya, describió una Guerra Civil de gente buena. Negrín afirmó que Orwell era “idealista weltfremd” (poco realista). “Era un partisano romántico; habló de una Cataluña arrogante”, en palabras del conspicuo Paul Preston, historiador de la London, el más autorizado. La ciencia le puede a la ideología, tal como se ve en Tierra y Libertad, la película de Ken Loach sobre el Homenatge de Orwell, que ofrece razones perversas de la derrota republicana. Pero ni esto han aprendido los nacionalistas. No supieron combatir al lado de la España federalmente unida, ni saben ahora dónde meterse, después del fracaso indepe, que tardaremos décadas en sanar.

Pujol y Mas se liaron infantilmente al querer encarnar a Winston Smith y Emmanuel Goldstein, los controladores de la citada novela orwelliana, 1984. Se confundieron entonces y, por lo que ha dicho Mas sobre la necesidad de haber mantenido en secreto el delito fiscal de Pujol, siguen confundiéndose ahora. Borràs, por su parte, no se confunde; ella solo se engaña a sí misma, como aquel Jones of Manor Farm de Granja animal, otra distopía de Orwell, sátira refrescante del estalinismo soviético. La presidenta de Junts es uno de los últimos apéndices de un invento mayúsculo desvelado ahora en la Audiencia Nacional.